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Ni fachas ni antisistema
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Fernando Garea

El patio del Congreso

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Fernando Garea

Ni fachas ni antisistema

El proceso independentista en Cataluña ha creado una serie de falacias ideológicas para intentar convertirlo en una protesta contra políticas conservadoras y contra la corrupción

Foto: Imagen de la última Diada en Barcelona. (Reuters)
Imagen de la última Diada en Barcelona. (Reuters)

El 1-O ha creado una extraña transversalidad y un conjunto de falacias ideológicas cruzadas que, de forma simplificada, sitúan a un lado de la línea a los 'fachas' que apoyan a los corruptos y que se oponen al referéndum y en el otro a los que son señalados como radicales antisistema. La polarización entre el blanco y el negro de los dirigentes no deja ver los grises de la ciudadanía.

Por ejemplo, en la batalla del relato, la más intangible de todas, no se dudó en etiquetar a Joan Coscubiela entre los 'fachas' que se oponen a que los catalanes voten. Coscubiela combatió en el Parlament con ardor el procedimiento para llegar al referéndum ilegal y, por eso, para descalificarle se intentó omitir su trayectoria de lucha democrática y de defensa de los trabajadores.

Foto: Cartel de Arran señalando a los concejales de Lleida.

De la misma forma simplificada, desde los independentistas se difunde estos días el argumento que sostiene que estar contra el referéndum supone estar con "el partido más corrupto de Europa", en referencia al PP. Se omite en esta reflexión que, en todo caso, al otro lado están los sucesores de Convergència, un partido con sedes embargadas, con diferentes procesos judiciales sobre corrupción y con su principal dirigente histórico, Jordi Pujol, sometido a investigación judicial.

Si, como sostienen con razón dirigentes de ERC, el actual PP es heredero directo de la AP de Manuel Fraga, habrá que admitir que el PDeCAT de Carles Puigdemont y Artur Mas es continuidad de la Convergència de Pujol. Es decir, en el 'procés' no está la virtud.

Foto: Papeleta del referéndum

De la misma manera, tendrán que aceptar que ese partido con el que hacen el viaje hacia el soberanismo es el mismo que respaldó a José María Aznar entre 1996 y 2000; es el mismo que el 27 de mayo de 2010 apoyó el decreto de recortes que llevó José Luis Rodríguez Zapatero al Congreso para salvar la intervención, y es el mismo que, gobernando la Generalitat, llevó a cabo el mayor recorte social de una comunidad, cerca del 26,6% en coberturas sociales entre 2009 y 2015. Es decir, no es precisamente un partido con mayoría de votantes de izquierda radical.

Y como los argumentos suelen ser de ida y vuelta, esos precedentes sirven también para disolver el discurso de quienes desde el otro lado pretenden situar a los catalanes que están a favor del referéndum en la radicalidad de grupos de izquierda antisistema. La CUP tuvo en las últimas elecciones autonómicas catalanas el 8,3% de los votos, que le da para condicionar la gobernabilidad en el Parlament, pero difícilmente sirve para identificar con este grupo político a los catalanes que se manifiestan y piden un referéndum. Los dirigentes políticos que encabezan el proceso soberanista ya se han saltado la línea de la ley y el Estado debe actuar, pero tras ellos hay un porcentaje de catalanes que es imposible encuadrar en la marginalidad antisistema. Ni siquiera en cualquier otra posición ideológica homogénea.

Al PP no le pareció que PDeCAT fuera antisistema cuando hace unos meses buscó y logró sus votos para sacar adelante el decreto de los estibadores

De hecho, al PP no le pareció que el PDeCAT fuera un partido antisistema con el que es imposible llegar a acuerdos cuando hace pocos meses buscó y logró sus votos para sacar adelante el decreto de los estibadores, frente a los sindicatos. Ni fachas todos los de un lado, ni radicales antisistema todos los del otro.

La ideología es solo instrumental, porque el pulso institucional que supone el referéndum tampoco es una protesta contra Rajoy, pese a lo que sostuvo ayer mismo Ada Colau, para intentar justificar su posición. Si se tratara de protestar contra la corrupción, los recortes y la derecha conservadora, la protesta podría extenderse también hacia alguno de los convocantes del referéndum.

Otro pilar de la confusión ideológica interesada es el de analizar cada argumento solo en función de quien lo dice. Por ejemplo, sostener que en ningún caso será un referéndum con garantías, sino una gran movilización política, es visto por los independentistas como idea propia de 'fachas' contrarios al derecho a decidir. Si quien lo dice es Pablo Iglesias, como hizo ayer mismo, el vaticinio pasa a ser analizado desde el sector contrario como tibieza ante la consulta.

El PNV respalda el 'procés' en coherencia con su nacionalismo y sostiene con sus votos al Gobierno tachado de antidemocrático por los 'indepes'

La confusión ideológica y partidaria se complica aún más con los apoyos externos. Por ejemplo, el PNV respalda el proceso soberanista en coherencia con su nacionalismo y, al tiempo, sostiene con sus votos al Gobierno tachado de antidemocrático por los independentistas, al apoyar sus Presupuestos para mantenerse en La Moncloa. Y, por supuesto, se mantiene en la estricta legalidad.

Esas líneas paralelas solo dejarán de serlo y se acercarán si se admite que hay ciudadanos que pueden estar contra el referéndum ilegal y, al tiempo, estar a favor de una consulta pactada; que pueden estar contra el 1-O y el proceso soberanista y a la vez impugnar algunas de las decisiones del Gobierno para hacerle frente; que pueden defender una reforma constitucional sin considerarlo una claudicación ante quienes ya se han saltado la ley, o que pueden firmar un manifiesto contra la secesión unilateral y, además, cuestionar la falta de respuesta política del Estado. Entre el negro y el blanco caben muchos tonos.

El 1-O ha creado una extraña transversalidad y un conjunto de falacias ideológicas cruzadas que, de forma simplificada, sitúan a un lado de la línea a los 'fachas' que apoyan a los corruptos y que se oponen al referéndum y en el otro a los que son señalados como radicales antisistema. La polarización entre el blanco y el negro de los dirigentes no deja ver los grises de la ciudadanía.

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