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Por qué Illa no debería seguir siendo ministro
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Fernando Garea

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Fernando Garea

Por qué Illa no debería seguir siendo ministro

La condición de candidato del ministro de Sanidad crea la apariencia de que algunas de sus decisiones o intervenciones tienen que ver con su interés electoral

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa, durante su primer acto de precampaña como candidato socialista a la Generalitat. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, durante su primer acto de precampaña como candidato socialista a la Generalitat. (EFE)

La apariencia de imparcialidad es una exigencia que se impone a los jueces. Va mucho más allá de los elementos objetivos que se exigen para verificar que no actúan con parcialidad. Es decir, no es solo serlo, sino tener la apariencia de que se es imparcial sin lugar a dudas, sin necesidad de verificar sus decisiones o resoluciones.

Un ministro no debe ser, obviamente, imparcial, pero en una situación de pandemia como la que vivimos, sí que es conveniente que esté libre de sospecha de actuar por su propio interés electoral, sin que haya necesidad de medir o contrastar sus actuaciones. No es conveniente que quien es la imagen de la lucha contra la pandemia tenga tacha de apariencia de trabajar para su candidatura.

Foto: Salvador Illa y Miquel Iceta caminan por la calle en una imagen de archivo. (EFE)

Uno de los problemas evidentes desde el inicio de la pandemia ha sido la falta de portavoces creíbles y con autoridad y, por eso, se han dado giros constantes en esa estrategia vital, en una situación de crisis en que es fundamental tanto la responsabilidad individual de cada ciudadano como el mensaje que se emita por parte de quien toma las decisiones.

Salieron militares uniformados que nos hablaron de guerra y fueron apartados cuando el mensaje que se quiso trasladar fue el de la derrota del virus. Esa misma evolución fue evidente en las comparecencias del presidente del Gobierno, que pasó del lenguaje bélico al del alivio, y luego a la euforia de la victoria, para terminar reservándose como portador de buenas noticias y mensajes positivos, como las vacunas y los fondos europeos, mientras dejaba en manos de las comunidades autónomas el peso de las medidas restrictivas e impopulares.

Se exprimió a Fernando Simón hasta abrasarle, porque nadie aguanta una rueda de prensa diaria y menos quien, además, carece de responsabilidad política, ni da cuentas ante el Parlamento.

Salvador Illa afinó un mensaje mesurado y fue imposible no empatizar con él durante meses, aunque solo fuera por su esfuerzo sobrehumano, su aguante personal y el tono que utilizó en sus comparecencias semanales ante la Comisión de Sanidad del Congreso. Por ejemplo, el día que despidió a cada uno de los portavoces con mensajes de agradecimiento que extendió hasta al portavoz de Vox, de quien dijo que aprendía en cada sesión, pese a sus más que agrias intervenciones.

Pero en otoño, Pedro Sánchez decidió exponer a su ministro de Sanidad y le hizo confrontar con los demás partidos en el pleno del Congreso. Los ciudadanos perdimos entonces una voz con autoridad a la que atender, pero el presidente del Gobierno ganó un ariete político. Así, Sánchez dio un paso a un costado y dejó que Illa tuviera el foco de dos largos plenos para debatir sobre dos estados de alarma, pese a que la decisión de decretarlos es del presidente del Gobierno y no del ministro de Sanidad.

Ahora es inevitable pensar que Sánchez ya le impulsaba y probaba su apuesta para la candidatura en las elecciones catalanas. Es inevitable la retrospectiva apariencia de electoralismo. O peor aún, surge la apariencia de haber usado la pandemia para crecer políticamente. Basta la apariencia, como ocurre con la imparcialidad de los jueces.

La apariencia, además, es más evidente porque ahora encajan algunas piezas del pasado. Así, hace un año, Sánchez ya quiso que Miquel Iceta fuera presidente del Senado y solo el voto de ERC lo impidió. Es decir, ya quiso apartar a Iceta de la política catalana, mientras impulsaba a Illa al hacerle ministro. La apariencia es que ya estaba pensando en algo parecido a esto.

Llegó la pandemia y el ministro de Sanidad creció, fue conocido por todos y se convirtió en un candidato revulsivo para el PSC. Esa, al menos, es la apariencia.
Y Sánchez esperó a que estuvieran las primeras dosis de vacunas en España para anunciar su candidatura. De esa forma, acompañaba el anuncio de una buena noticia.

Ahora, el propio Illa ha anunciado que seguirá siendo ministro de Sanidad hasta los últimos días de enero, cuando se inicie la campaña electoral. Y será inevitable que cada decisión, comparecencia, anuncio o gesto sean interpretados hasta entonces como parte de una estrategia de cara a las elecciones del 14 de febrero.

Foto: Salvador Illa (i) y Miquel Iceta (d). (EFE)

No es tanto pensar que debe compartir el tiempo de ministro con el de candidato como que habrá apariencia de que su actuación está condicionada. Solo podrá ser portador de buenas noticias, no podrá hacer autocrítica sobre disfunciones en la campaña de vacunación y, por supuesto, será confrontado con el resto de candidatos.

Todo ello distorsiona también uno de los papeles que ejerce y que es vital: el de negociador o coordinador entre comunidades autónomas, incluida la que quiere presidir, para hacer frente a la pandemia. Negocia y coordina a quien será rival directo en las elecciones catalanas, Pere Aragonès. También en esa función pierde la apariencia de neutralidad y defensa del interés general.

Además, si Sánchez ha entendido que el principal activo de Illa para ser candidato a la presidencia de la Generalitat es su gestión de la lucha contra la pandemia, está haciendo que esa gestión sea sometida a escrutinio y, por tanto, a crítica. Por un lado, está pidiendo unidad en un momento tan delicado y que se dejen a un lado las luchas partidistas y, por otro, pone en el microscopio la gestión de Illa al someterla a la confrontación electoral. Es decir, está alentando lo que, según el propio Gobierno, los ciudadanos no quieren: que la pandemia sea objeto de confrontación política.

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa, acompañado por el líder del PSC, Miquel Iceta (i). (EFE)

No parece haber duda de que con Illa el PSC tendrá mejor resultado electoral y Sánchez, como líder del PSOE, es libre de anteponer el interés de su partido. Pero, al tiempo, tendrá que asumir la apariencia de aparcar el interés general y el riesgo de perder portavoces y gestores libres de la apariencia de partidismo e interés electoral. Esa apariencia se incrementa con la decisión de mantenerle en el cargo para que no deje de tener presencia pública por su beneficio y el de su partido, es decir, por el interés de su candidatura.

A todo ello hay que sumar el contexto de unas cifras pésimas en plena tercera ola y a la espera de las consecuencias de las Navidades. Y la campaña de vacunación no avanza como debería. No parece el mejor momento para orillar el interés general.

La apariencia de imparcialidad es una exigencia que se impone a los jueces. Va mucho más allá de los elementos objetivos que se exigen para verificar que no actúan con parcialidad. Es decir, no es solo serlo, sino tener la apariencia de que se es imparcial sin lugar a dudas, sin necesidad de verificar sus decisiones o resoluciones.

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