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La mentira como hecho diferencial
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

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La mentira como hecho diferencial

La consulta del próximo 9 de noviembre no se puede considerar la definitiva. Como no se hubiera podido considerar la que tenía la cobertura del decreto

Foto: Jordi Pujol y Artur Mas, durante una reciente ejecutiva de CDC. (Efe)
Jordi Pujol y Artur Mas, durante una reciente ejecutiva de CDC. (Efe)

"La consulta del próximo 9 de noviembre no se puede considerar la definitiva. Como no se hubiera podido considerar la que tenía la cobertura del decreto". Este es uno de los párrafos que transcribía El Confidencial el martes pasado tras la comparecencia de Artur Mas en la galería gótica del Palacio de la Generalitat. No era ninguna novedad porque unos días antes el mismo presidente Mas había declarado al rotativo estadounidense The New York Times que la consulta del 9 de noviembre está en suspenso. A su antecesor, Jordi Pujol, se le olvidó contarle a los catalanes lo de la herencia oculta en un paraíso fiscal, y a Mas se le pasó contarle a los catalanes lo de que si el Gobierno se oponía, que no habría referéndum.

A uno, a Mas, se le olvidó decir la verdad durante dos años; al otro, a Pujol, se le pasó la historia durante algo más de treinta. Sólo se diferencian en el tiempo en que ambos han tenido oculta la mentira. La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define al término mentira como la “Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”, sin que se pueda deducir de esa definición que la mentira será más o menos grave en función del tiempo pasado desde que se dice hasta que se conoce la verdad, ni tampoco hacer distingos entre el mentiroso que miente durante un periodo corto de tiempo y el que miente, igualmente, pero durante un tiempo más largo.

A nadie le debe caber la menor duda de que Pujol sabía que ocultar una fortuna en un paraíso fiscal y no decírselo a los ciudadanos era una mentira, una falsedad, un embuste. Y nadie ignora -aunque algunos disimulen- que Mas ocultó durante dos años su intención de no convocar un referéndum si el Gobierno del Estado, acudiendo a las instancias pertinentes y legitimadas para poder juzgar, lo desautorizaba.

Créanme si les digo que lo de Pujol no me produjo satisfacción alguna. Como está el patio, lo único que hacía falta era que una figura, aparentemente tan honorable como la del que fue Presidente de la Generalitat durante 23 años, apareciera ante la opinión pública como un falsario que nos había tomado el pelo durante todo ese tiempo y algunos años más. Quienes habíamos discrepado con él en los tiempos en que ejercimos responsabilidades institucionales semejantes, no dejábamos de reconocer en Pujol a uno de los políticos más inteligentes y sibilinos de todos los que circulaban por la arena política nacional. Por el engaño y por el daño que ese engaño ha producido a la conciencia nacional, Pujol merece que el peso de la ley recaiga sobre él y sobre todos aquellos que le acompañaron en esa sucia aventura.

El engaño de Mas es menos sangriento pero más dañino. Algunos ya dejamos escrito que si a la Generalitat de Cataluña se le cedieran las competencias de Justicia y la Agencia Tributaria, probablemente dejarían de pedir la secesión; es decir, que veíamos en el intento independentista el afán para eludir la acción de la justicia española y la vigilancia de la Agencia Tributaria, sobre todos aquellos que hicieron posible que Cataluña fuera considerada por la UE como una de las regiones más corruptas de Europa.

Pero, con toda seguridad, otros se creyeron a pies juntillas lo de la independencia. Unos se lo creyeron porque así deseaban que ocurrieran las cosas. Otros se lo creyeron porque temían que las cosas transcurrieran así. Mas ha engañado a unos y a otros. Si acaso Pedro Sánchez sigue pensando que una de las cosas que hay que hacer es reformar la Constitución para que en la misma queden mejor recogidos y protegidos los hechos diferenciales de los distintos territorios que conforman España, que no se olvide de proponer que, entre los hechos diferenciales de Cataluña, la mentira de sus dirigentes nacionalistas es una de las singularidades más señaladas de esa Comunidad.

"La consulta del próximo 9 de noviembre no se puede considerar la definitiva. Como no se hubiera podido considerar la que tenía la cobertura del decreto". Este es uno de los párrafos que transcribía El Confidencial el martes pasado tras la comparecencia de Artur Mas en la galería gótica del Palacio de la Generalitat. No era ninguna novedad porque unos días antes el mismo presidente Mas había declarado al rotativo estadounidense The New York Times que la consulta del 9 de noviembre está en suspenso. A su antecesor, Jordi Pujol, se le olvidó contarle a los catalanes lo de la herencia oculta en un paraíso fiscal, y a Mas se le pasó contarle a los catalanes lo de que si el Gobierno se oponía, que no habría referéndum.

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