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La oportunidad de Casado
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Miriam González

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La oportunidad de Casado

En lugar de pedirle a Cs que apoyen la investidura de Sánchez, debería ser el PP quien facilite la estabilidad política a cambio de un compromiso rotundo

Foto: Pablo Casado, líder del Partido Popular. (EFE)
Pablo Casado, líder del Partido Popular. (EFE)

Hay herencias que te solucionan la vida y otras que están envenenadas. La herencia que ha recibido Pablo Casado de Mariano Rajoy y de José María Aznar es de estas últimas: un partido dividido y desilusionado, donde el poder no se reparte sobre la base del talento (ni del talante) y donde la corrupción ha campado a sus anchas sin que nadie se atreviese a destaparla; y no solo durante el gobierno de Rajoy, sino desde hace muchos más años.

El que ahora haya miembros del Partido Popular que reivindican una vuelta al liberalismo parece de risa, porque de liberalismo en el Partido Popular no queda nada. No está muy claro que haya liberales de verdad en ninguno de los cinco partidos que hoy dominan la política española, pero desde luego lo que está claro es que en el PP no están. Lo que ha hecho el PP desde que tomó el poder en el 96 es justo lo contrario al liberalismo: aferrarse al poder en vez de simplemente gestionarlo; concentrar el poder en los políticos en vez de devolvérselo a los ciudadanos; huir de los contrapesos, los procesos de transparencia y el tener que rendir cuentas; intentar controlarlo todo; estancar cualquier intento de reforma política; y establecer (tanto por acción en el gobierno de Aznar, como por omisión en el de Rajoy) el 'ordeno y mando'.

Foto: De izquierda a derecha, Casado, Pastor y Feijóo. (PP)

Lo que mejor resume el antiliberalismo del PP durante todos esos años es, precisamente, el nombramiento a dedo de Rajoy por parte de Aznar, uno de los momentos más bochornosos de nuestra historia democrática (y eso que hemos tenido unos cuantos). A todos esos barones y votantes del PP que ahora piden una reorientación centrista liberal del partido, habría que preguntarles qué estaban haciendo ellos cuando el PP empezó a descarrilar: ¿cómo es posible que en todos estos años no haya habido ninguna corriente interna pidiendo que el PP liderase una reforma política y no solo económica del país?; ¿cómo se explica que cuando vieron la corrupción en algunas comunidades autónomas no hicieran ningún intento de pedir que se mirase con lupa y con auditorias al resto de sus comunidades?; y ¿por qué se asumió la ley del silencio con tanta naturalidad?

Es bastante posible –e incluso probable– que el PP no se pueda recuperar, lo cual sería una mala noticia no solo para los votantes del PP, sino para todos los españoles de centro, porque la desaparición del PP conllevaría una nueva bipolarización de la política española (si con cinco partidos la lucha ya se ha polarizado entre derechas e izquierdas, imagínense la polarización que tendríamos con solo cuatro). También es bastante posible que después de las elecciones del 28 de mayo no sea Casado quien lidere ese intento de recuperación. Pero sea quien sea quien lidere el PP, su misión fundamental no es simplemente declarar que el PP es ahora de centro, sino cambiar radicalmente la forma de hacer política: apostar por reformas políticas serias, en vez de seguir instalado en el inmovilismo, el oscurantismo y el control a ultranza.

Las derrotas políticas sonada son dolorosas y acortan la vida política de los líderes. Pero también dan libertad mientras siguen al frente del partido

Las derrotas políticas sonadas, como la que sufrió el PP de Pablo Casado el mes pasado -en parte por la herencia y en parte por errores propios- son dolorosas y acortan la vida política de los líderes. Pero también les dan libertad mientras siguen al frente de sus partidos, la libertad que viene de saber que ya no tienen nada más que perder. No hay mejor oportunidad para hacer cambios radicales que el saber que se ha tocado fondo.

Para renovarse, en vez de morir, el PP tiene que lanzarse de cabeza a liderar una reforma política, no ya del partido, sino de España: eliminando la totalidad de aforamientos; despolitizando radicalmente la justicia; eliminando toda influencia política sobre la televisión y pidiendo total transparencia en la financiación de los medios de comunicación; haciendo que todos los organismos reglamentarios y de control sean realmente independientes; y abriendo de una vez por todas las listas electorales que ahora están cerradas. En lugar de pedirle a Ciudadanos que apoyen la investidura de Sánchez y faciliten la estabilidad política del país, debería ser el PP quien facilite la estabilidad política a cambio de un compromiso rotundo, concreto e inmediato por parte de Pedro Sánchez a hacer las reformas políticas que necesitamos desde hace ya tantísimos años, negociando mano a mano con el PSOE una base amplia de consenso para lograr una reforma política de calado que devuelva el poder a los ciudadanos. Por primera vez en veintitrés años, un líder del PP tiene la oportunidad de dar una vuelta de ciento ochenta grados y hacer que su partido lidere un cambio político sustancial facilitando a la vez la estabilidad política de la España constitucional. Casado no tiene nada que perder; se juega en ello su puesto como líder, pero también su lugar en la historia de España.

Hay herencias que te solucionan la vida y otras que están envenenadas. La herencia que ha recibido Pablo Casado de Mariano Rajoy y de José María Aznar es de estas últimas: un partido dividido y desilusionado, donde el poder no se reparte sobre la base del talento (ni del talante) y donde la corrupción ha campado a sus anchas sin que nadie se atreviese a destaparla; y no solo durante el gobierno de Rajoy, sino desde hace muchos más años.

Pablo Casado Liberalismo Mariano Rajoy José María Aznar