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Valls en España, Tsipras en Atenas
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José Antonio Zarzalejos

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Valls en España, Tsipras en Atenas

François Hollande no ha tenido más remedio que entregarse a la poderosa energía de Manuel Valls, ese catalán de origen y francés de ciencia y de

Foto: El primer ministro francés, Manuel Valls (i), junto al candidato de los socialistas europeos, Martin Schulz, en Barcelona. (EFE)
El primer ministro francés, Manuel Valls (i), junto al candidato de los socialistas europeos, Martin Schulz, en Barcelona. (EFE)

François Hollande no ha tenido más remedio que entregarse a la poderosa energía de Manuel Valls, ese catalán de origen y francés de ciencia y de conciencia, que ha hecho polvo a los socialistas españoles y, en general, a los europeos. El que fuera ministro del Interior galo se hinchó a expulsar a gitanos rumanos y a búlgaros. Lo de las ‘devoluciones en caliente’ de Ceuta y Melilla, una broma en comparación con las deportaciones de Valls, que parece tenerlo todo claro. Tanto como para sacar la tijera y recortar en un par de años 50.000 millones de euros de gasto público (¿o de inversión?). Va a suprimir circunscripciones administrativas, congelar sueldos funcionariales y amortiguar el incremento de las pensiones. Ha puesto a dieta a una Francia con tanta tendencia a engordar como su presidente, el faldero Hollande que se ha quedado sin la “primera dama” y sin la de repuesto, y bajo la batuta estricta de un Valls que quiere sustituirle.

El nuevo primer ministro francés ha tomado una medida metafórica, aunque real, de sus intenciones políticas: ha impuesto en el palacio de Matignon otra dieta estricta: alimentos sin gluten y menos pescado. Y además: raciones menores que se degustan sin vino, o sólo con una copa. Semejante innovación es toda una invitación a pensar que el cambio de los franceses pasa por la estancia más estratégica de cualquier vivienda gala: la cocina. El gluten es una proteína y Valls viene a decirnos sin publicarlo en Le Figaro que él no las digiere y prefiere la receta de Angela Merkel, es decir, austeridad.

La izquierda europea bizquea porque mira a Valls y a Tsipras a la vez y no sabe qué hacer. Si seguir los pasos del francés o apostar por el griego. De momento, el que viene a Barcelona es el primer ministro francés, mientras el dirigente de Syriza se queda en Atenas

Y si ya Hollande –“yo tengo mi dignidad”, ha clamado el presidente de la República– defraudó a los socialistas del sur del continente, la llegada de Manuel Valls ha dado verduguillo a la socialdemocracia europea cuando esta necesitaba alguna referencia consistente para llegar desahogada a las elecciones europeas. Valls es para la socialdemocracia un “traidor”. Y entre tanto, el Frente Nacional de Marine Le Pen, con un 24% de voto en las encuestas de las europeas del domingo. Francia, definitivamente, no es lo que era.

En estas condiciones, el mitin de hoy en Barcelona con la presencia de Valls y Felipe González, podría ser un error de libro porque sirve al PP en bandeja y en las últimas veinticuatro horas de campaña una oportuna dialéctica descalificadora del socialismo europeo. Hollande-Valls, dígase lo que se diga, eran una esperanza para un reequilibrio con Alemania y se han convertido en la más grave y más grande las frustraciones para la socialdemocracia y la izquierda convencional.

En ese territorio ideológico ostenta el liderazgo –si bien más escorado a la izquierda– el partido griego Syriza, que dio el sorpasso al PASOK de Papandreu y, especialmente, su máximo dirigente, Alexis Tsipras, joven, rompedor y carismático, que acaba de ganar las elecciones municipales a base de musaka griega, un revoltijo de aceptable textura y sabor, con el gluten de rigor. Y el PSOE se parece mucho más al PS francés que al Syriza griego. Carece  de dirigentes del glamur de Tsipras que tanto sugestionaría a Zapatero según la versión del que fuera su ministro de Cultura César Antonio Molina.

François Hollande no ha tenido más remedio que entregarse a la poderosa energía de Manuel Valls, ese catalán de origen y francés de ciencia y de conciencia, que ha hecho polvo a los socialistas españoles y, en general, a los europeos. El que fuera ministro del Interior galo se hinchó a expulsar a gitanos rumanos y a búlgaros. Lo de las ‘devoluciones en caliente’ de Ceuta y Melilla, una broma en comparación con las deportaciones de Valls, que parece tenerlo todo claro. Tanto como para sacar la tijera y recortar en un par de años 50.000 millones de euros de gasto público (¿o de inversión?). Va a suprimir circunscripciones administrativas, congelar sueldos funcionariales y amortiguar el incremento de las pensiones. Ha puesto a dieta a una Francia con tanta tendencia a engordar como su presidente, el faldero Hollande que se ha quedado sin la “primera dama” y sin la de repuesto, y bajo la batuta estricta de un Valls que quiere sustituirle.

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