Es noticia
Cebolletismo y metacebolletismo
  1. España
  2. Filósofo de Guardia
Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

Por

Cebolletismo y metacebolletismo

El periodista senior está en el secreto, un secreto a voces que mucha gente parece empeñada en no escuchar, porque el estruendo de los tuits los ha tornado sordos a cualquier otro tipo de mensaje

Foto: Sala de redacción de un periódico. (EFE)
Sala de redacción de un periódico. (EFE)

Hace escasas semanas, tuve la oportunidad de asistir, en un centro cultural madrileño, a un diálogo entre periodistas de dos generaciones. El objetivo expresamente anunciado en la convocatoria del acto era el de hacer patentes, explícitas, las diferentes perspectivas respecto a la profesión y, más allá, respecto a la propia sociedad que cada uno de ellos, en tanto que representante de un grupo generacional, encarnaba. Tras sus intervenciones, se abrió el preceptivo turno de preguntas por parte del público, momento en el cual se manifestaron algunas opiniones que me atrevería a calificar de profundamente reveladoras de un estado de ánimo muy característico de la época que nos ha tocado en suerte vivir.

Porque los asistentes, por su lado, también parecían agrupados por generaciones, y en sus intervenciones tanto los pertenecientes a una como a otra transmitían la sensación de encontrarse muy interesados en dejar claro en cuál se alineaban, como si se sintieran poseídos por lo que me atrevería a llamar un raro orgullo generacional, al que no parecían dispuestos a renunciar. Los más jóvenes (aunque sin exagerar: confesaban todos andar rondando la cuarentena), ponían el énfasis en las profundísimas transformaciones de todo orden que en la forma de relacionarse con la información y, en general, en el imaginario colectivo actual habían provocado las novedades tecnológicas más recientes, con especial mención a las redes sociales.

Transmitían una contagiosa sensación de euforia, solo ensombrecida por una especie de temor tutelar que parecía revolotear sobre sus cabezas

Al respecto, se declaraban decididos partidarios de servirse de cuantas posibilidades de acceder a noticias y opiniones se les pudieran ofrecer hoy, destacando el privilegio de mantener una relación tan intensa con cuanto iba ocurriendo a su alrededor, casi excitados por el privilegio de protagonizar un tiempo de desmesurada intensidad, de enorme complejidad y, en la misma medida, de complicadísima inteligibilidad. En más de un momento transmitían una contagiosa sensación de euforia, solo ensombrecida por una especie de temor tutelar que parecía revolotear sobre sus cabezas.

No quisiera convertir mi percepción en categoría indiscutible, pero a ratos tuve la impresión de que su decidida apuesta por cuanta novedad pudiera aparecer en el horizonte les generaba asimismo una cierta ansiedad, tal vez provocada por el miedo a no soportar tanta velocidad en la aparición de cosas nuevas, por la amenaza de no estar a la altura de un envite que no cesaba de crecer o por la angustia de que tamaña aceleración no les permitiera consolidar poso alguno de conocimiento.

Probablemente por eso, frente a los asistentes de mayor edad que, con traviesa desenvoltura, habían ironizado sobre su propio 'cebolletismo' (por aquello del "abuelo Cebolleta" de los viejos tebeos), los más jóvenes acabaron confesando, entre confusos y avergonzados, que en ocasiones, en los raros momentos en los que el ajetreo en el que vivían inmersos les permitía echar la vista atrás, también ellos experimentaban una cierta sensación de 'cebolletismo', lo que en su caso significaba una mezcla de extrañeza ante el presente y añoranza de un pasado que los que venían detrás de ellos (siempre los hay más jóvenes: es duro tener que recordarlo a los que hasta hace bien poco no tenían a nadie a su espalda) ya se habían encargado de destruir, con más indiferencia que saña.

El tesoro que el senior había descubierto siempre estuvo a la vista de todos. Aquel periodista era sabedor de lo más importante

Por su parte, el periodista senior, sabio y sereno, sonreía sin melancolía ni añoranza alguna, pero, al propio tiempo, sin el menor atisbo de miedo o angustia ante los permanentes desafíos del presente. Así, era perfectamente consciente de los cambios en eso que se suele llamar el modelo de negocio de las empresas periodísticas, del mismo modo que asumía los cambios tecnológicos con naturalidad, incorporándolos a la práctica cotidiana de su oficio, sin perder de vista la función instrumental de todos ellos, ni olvidar de qué se trata en última instancia eso de la comunicación.

Hace escasas semanas, tuve la oportunidad de asistir, en un centro cultural madrileño, a un diálogo entre periodistas de dos generaciones. El objetivo expresamente anunciado en la convocatoria del acto era el de hacer patentes, explícitas, las diferentes perspectivas respecto a la profesión y, más allá, respecto a la propia sociedad que cada uno de ellos, en tanto que representante de un grupo generacional, encarnaba. Tras sus intervenciones, se abrió el preceptivo turno de preguntas por parte del público, momento en el cual se manifestaron algunas opiniones que me atrevería a calificar de profundamente reveladoras de un estado de ánimo muy característico de la época que nos ha tocado en suerte vivir.

Periodismo