Filósofo de Guardia
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Esperando que Madrid lo solucione
En este momento, la pelota se encuentra en el tejado catalán y la asunción de responsabilidades se ha tornado tan perentoria como ineludible
El escenario político catalán, además de estar sometido a una enorme tensión (tanta, que se siente la tentación de hablar más bien de auténtica electrificación), es extremadamente volátil y nadie puede asegurar que lo que vale para ahora siga valiendo para dentro de un rato. Pero guardar silencio ante el temor de quedar desautorizado por la velocidad de lo que sucede no es opción. Probablemente lo único que quepa hacer con sentido es intentar señalar tendencias, líneas de fuerza o vectores que señalen la dirección que parecen estar siguiendo los acontecimientos.
No faltan quienes piensan que el hecho de que las conversaciones políticas que tienen lugar en Cataluña últimamente versen casi en exclusiva alrededor de la pregunta "¿crees que al final el 1-O se celebrará el referéndum?" constituye un triunfo del independentismo, que estaría demostrando de esta manera haber conseguido fijar en el imaginario colectivo sus prioridades. Pero no estoy seguro de que semejante interpretación explique adecuadamente las razones de tanta reiteración en la pregunta.
Porque resulta fácil de constatar que no son solo los sectores ajenos al independentismo los que se formulan el interrogante. Es más, ni siquiera son los que en mayor medida lo hacen. Llama la atención a cualquier observador mínimamente informado de la situación catalana que quienes en privado muestran mayores dudas respecto a la materialización de la convocatoria son personas que forman parte de lo que podríamos denominar el independentismo sobrevenido.
En buena medida son las mismas que durante mucho tiempo se mostraban indulgentes con las astutas iniciativas del anterior 'president' de la Generalitat, argumentando que en realidad lo único que pretendían era tensar la situación de manera que se pudiera llegar en mejores condiciones a una mesa de negociación con el Gobierno de Madrid, pero en modo alguno perseguían alcanzar el objetivo teóricamente proclamado. Tales personas no conforman un grupo pequeño ni poco importante: en el mismo se integran significados líderes de la antigua CiU, algunos con cargos de alta responsabilidad en su momento, así como —aunque no sean quienes más me importa destacar ahora— representantes de nuevas formaciones políticas que han venido considerando extremadamente rentable desde el punto de vista electoral mantener una controlada ambigüedad con el independentismo.
Todos ellos han pasado a declararse en privado alarmados por la deriva que han terminado adoptando los acontecimientos. Creían que en el último instante todo se reconduciría y la sangre no llegaría al río, pero actualmente dudan muy mucho de la capacidad de los políticos independentistas en el poder para gestionar la situación que ellos mismos han provocado.
Por añadidura, ese indefinible ente que es Madrid (o lo que algunos prefieren calificar como el oficialismo madrileño, sea esto lo que sea) parece haber decidido mantener un perfil bajo. En la práctica, eso significa que se esfuerza por no generar innecesarios agravios que proporcionen titulares que constituyan a su vez el combustible de ese victimismo imprescindible para las movilizaciones que se preparan. Semejante actitud por parte del adversario parece tener un tanto desconcertado al independentismo, que, ayuno de agravios, se dedica a exagerar el gesto, a sobreactuar políticamente y a denunciar de manera sistemática como la mayor de las agresiones cualquier insignificancia política o incluso la ausencia de ellas.
No resulta fácil, ciertamente, mantener semejante tensión, a no ser que se cuente con la previa disposición cómplice de un sector de la ciudadanía catalana, decididamente propensa al autoengaño. Pero ello es el caso, lamento tener que decirlo. No resulta en absoluto extraño encontrarse en foros de debate con personas —a las que uno nunca les atribuiría semejante ignorancia— afirmando que la lengua catalana está peor que nunca, asediada por la amenaza aniquiladora del castellano, que los escolares catalanes se están viendo sometidos a un proceso de españolización imparable (proceso que solo existe en su imaginación y, en su momento, en la calenturienta del ministro Wert) u otras afirmaciones de parecido tenor que no resisten la más mínima contrastación empírica. Pues bien, es la suma de todas ellas la que permite extraer la disyuntiva a la que, según esas mismas personas, estamos abocados y que da sentido a su maximalista posición actual: o independencia o desaparición de Cataluña.
Tal vez sea este un buen momento para recordar aquellas palabras que Jordi Pujol pronunció tras el proceso estatutario de la pasada década: "Los catalanes nos hemos mirado en el espejo y no nos hemos gustado". Dado que no existe incompatibilidad lógica entre ser corrupto y hacer afirmaciones ocasionalmente cargadas de verdad, no me duelen prendas en señalar el acierto del ex honorable en este punto. Sospecho que son muchos ahora, cuando el 'procés' da sus últimas boqueadas, los que en Cataluña se sienten profundamente incómodos ante la imagen que les devuelve el espejo y prefieren desviar la mirada, como si no fueran ellos los que aparecen reflejados en él. Pero no hay margen ya para perseverar en esa esquiva actitud. Una evidencia se ha ido abriendo paso de manera imparable: en este momento, la pelota se encuentra en el tejado catalán y la asunción de responsabilidades se ha tornado tan perentoria como ineludible.
Se comprende que lo anterior coloque a muchos en una situación de extrema incomodidad. La razón de la resistencia a reconocer públicamente la verdad de lo que ahora piensan por parte de todos esos independentistas sobrevenidos a los que me vengo refiriendo está clara. A los más antiguos de este grupo —ya hemos dicho que en su mayoría convergentes y democristianos de UDC, aunque no faltan algunos de esos socialistas que cuando empezó todo esto gustaban de autoproclamarse díscolos— se les hace muy cuesta arriba tener que admitir la ambigüedad culpable con la que estuvieron coqueteando, no sin una importante dosis de frivolidad política.
Muchos de ellos celebrarían íntimamente una intervención del Gobierno central que les ahorrara el enojoso trabajo de tener que dar la cara
Me puedo equivocar, pero de un tiempo a esta parte tengo la intensa sensación de que muchos de ellos celebrarían íntimamente una intervención del Gobierno central que, de manera discreta y sin escandalera represiva (si Madrid se pasara de frenada, no quedaría otra que fingir indignación), les ahorrara el enojoso trabajo de tener que dar la cara, al tiempo que les permitiera salvaguardar sus intereses de todo orden: de los políticos a los patrimoniales. No sería la primera vez en la historia de Cataluña del último siglo que se ha producido una íntima celebración así por parte de un determinado sector social; ahórrenme, por favor, tener que entrar en detalles.
Por su parte, los más nuevos de este mismo grupo de sobrevenidos descubrieron bien pronto la fórmula para ocultar sus cartas: no tomar posición alguna con el fin de no "condicionar el debate", por utilizar una de sus formulaciones favoritas, y cuando no hubiera más remedio que definirse respecto al fondo del asunto, "consultar a las bases". Por supuesto que dicho momento se está intentando retrasar hasta el límite. Todo parece indicar que, si pueden, apurarán hasta la misma bocina, como se dice en la terminología baloncestística.
No crean que les exagero ni que hago un infundado juicio de intenciones: de hecho, el sábado de la semana pasada la coordinadora nacional de Catalunya en Comú, máximo órgano del partido entre congresos, se reunió para debatir la cuestión. Pues bien, nada más fácil para quien no tuviera noticia de cómo transcurrió la reunión que adivinar la decisión adoptada. En efecto, se acordó la enésima moratoria al respecto.
Llegados a este punto, cabe plantearse una pregunta: ¿y si a esas bases, intrigadas por tan prolongado silencio, les diera por interpelar a los miembros de la dirección política de su partido para conocer de una vez por todas su posición? Lo más probable, en pura lógica, es que se encontraran con una respuesta de un tenor parecido al siguiente: "Ah, no sé, vosotros mismos: lo que os parezca". Algún día alguien se planteará qué lideran exactamente estos líderes.
El escenario político catalán, además de estar sometido a una enorme tensión (tanta, que se siente la tentación de hablar más bien de auténtica electrificación), es extremadamente volátil y nadie puede asegurar que lo que vale para ahora siga valiendo para dentro de un rato. Pero guardar silencio ante el temor de quedar desautorizado por la velocidad de lo que sucede no es opción. Probablemente lo único que quepa hacer con sentido es intentar señalar tendencias, líneas de fuerza o vectores que señalen la dirección que parecen estar siguiendo los acontecimientos.