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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Derecho a decidir y obligación de decidirse

Eso que desde hace un tiempo ha dado en denominarse el relato se retuerce una y otra vez, exprimiéndose hasta que del mismo destilen una gotas de coherencia teleológica

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el líder de Catalunya en Comú, Xavier Domènech, en el acto de presentación del proceso participativo "Un País en Comú". (EFE)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el líder de Catalunya en Comú, Xavier Domènech, en el acto de presentación del proceso participativo "Un País en Comú". (EFE)

Acaba de estrenarse en Barcelona una película ciertamente interesante, 'El sentido de un final', basada en una novela de Julian Barnes, que trata de esas peculiares reconstrucciones del propio pasado y de alguno de sus episodios que se suelen llevar a cabo al llegar a una determinada edad (para no entrar en detalles: cuando se acumula suficiente experiencia a las espaldas).

Uno de los mecanismos psicológicos que allí aparece es el de la tendencia a reordenar todo lo ocurrido a lo largo de la vida o en uno de sus tramos desde la perspectiva del suceso más reciente. Es una tentación que parece incluso razonable, pues permite introducir un orden (a menudo ficticio) sobre el conjunto de lo vivido, aliviándonos de la desagradable sensación de que la totalidad de la propia existencia estuvo trufada de sucesos incoherentes, decisiones desgraciadas o la defensa de convencimientos poco menos que absurdos.

De esto parece tratarse, finalmente: de intentar introducir diseño donde solo hubo contingencia

Nada tiene de extraño que si el mecanismo funciona tan eficazmente en la esfera privada, no lo vaya a hacer también en la pública. De hecho, en campaña electoral esto se hace de todo punto evidente. Entre otras cosas porque ninguna fuerza política se encuentra dispuesta a reconocer que lo malo que pueda tener la situación presente ha sido cosa perseguida tenazmente a lo largo del tiempo. Como tampoco ninguna aceptaría que la trayectoria que ha seguido no ha respondido a un diseño a largo plazo, a la búsqueda de unos objetivos últimos que siempre estuvieron claros, sino al más desatado tacticismo, al oportunista aprovechamiento de las cambiantes coyunturas. De ahí que eso que desde hace un tiempo ha dado en denominarse el relato se retuerza una y otra vez, exprimiéndose hasta que del mismo destilen una gotas de coherencia teleológica.

Porque de esto parece tratarse, finalmente: de intentar introducir diseño donde solo hubo contingencia. O a veces incluso peor: de disfrazar de diseño lo que apenas es otra cosa que regate corto para continuar esquivando los problemas que se han venido escamoteando de manera perseverante en el pasado. Así, compruebo cómo en las últimas semanas los comunes de Ada Colau han decidido presentarse como los genuinos representantes de la tercera vía, rótulo al que como aquel que dice hasta hace cuatro días dedicaban todo tipo de chanzas. Es más, clamaban contra ella en nombre del derecho a decidir. Ahora, que ni siquiera tienen claro si hemos decidido o no (es de suponer que su lideresa acudió a votar el 1 de octubre para decidir algo, ¿no?: de hecho los independentistas han contabilizado dicho voto como un aval a su referéndum) y, por consiguiente, si estamos pendientes de implementar una república ya declarada (como afirma Marta Rovira) o de recuperar el autogobierno secuestrado por el 155 (como sostiene el PDeCAT), se autoproponen como los apóstoles del tercerismo tan denostado por ellos hasta hace bien poco. ¡Con lo fácil que hubieran tenido inscribirse en la asociación que con ese mismo nombre (Tercera vía) preside en Barcelona el notario Mario Romeo!

Foto: Ada Colau en 'Sábado Deluxe'. Opinión
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El líder de los comunes por delegación, Xavier Domènech, dijo el otro día en el Congreso algo ciertamente sorprendente: que, frente al PP, ellos sí tenían una propuesta muy clara para Cataluña. Y añadió a continuación: la bilateralidad. Y se quedó tan ancho, como si con esa sola palabra, que hace referencia únicamente a la forma, al procedimiento, al método, ya estuviera mostrando un contenido que nunca terminan de enseñar. ¿Por qué no lo enseñan? Porque, como el transcurso de los acontecimientos no hace otra cosa que dejar patente, su relato se va reconstruyendo sobre la marcha, a la vista del próximo objetivo. Sin más perspectiva, horizonte, ni telos.

El eslogan "ni DUI, ni 155" que plantean los comunes intenta endosar a las fuerzas políticas constitucionalistas una disyuntiva que nunca se llegó a plantear así. O, mejor dicho, que solo se planteó así una vez, pero no fue a ellas, sino a Carles Puigdemont. Él sí tuvo en su mano sortear la disyuntiva convocando elecciones anticipadas. No lo hizo, debilidades personales al margen, porque ERC boicoteó la convocatoria. Desaprovechada esa oportunidad, el 155 dejó de ser el otro cuerno del dilema, para pasar a constituir la respuesta a una decisión política ya tomada, la proclamación de la independencia. Cuál era la respuesta alternativa al 155 que los comunes proponían frente a la DUI siempre fue un misterio, como lo prueba el hecho, no solo de que su voto en el Parlament llegada la hora de la verdad se dividiera, sino de que fueran precisamente ellos los que solicitaron el voto secreto.

Los comunes tienen a sus bases divididas entre un sector más proclive a la independencia y otro más próximo a las tesis federalistas

Que los políticos trasladen a la ciudadanía las cuestiones que a ellos les corresponde resolver no constituye, precisamente, un modelo de buena práctica. Si una fuerza política, como es el caso de los comunes, tiene a sus bases divididas entre un sector más proclive a la independencia y otro más próximo a las tesis federalistas, les compete a sus responsables clarificar en lo posible sus propias posiciones y mirar de persuadir a dichas bases de que la opción que ellos defienden es la mejor. No deberían tener tanto miedo a hacerlo: en el pasado hubo líderes de otros partidos que corrieron ese riesgo y asumieron las consecuencias. A algunos, por cierto, no les fue mal por actuar de esta forma, y tanto los suyos como el electorado terminaron por premiar lo que entendieron que era coraje político.

En todo caso, a los comunes les convendría tener en cuenta que no atreverse a asumir su responsabilidad y convertir el funambulismo en propuesta electoral es, en el mejor de los casos, pan para hoy y hambre para mañana. Y en el peor, solo hambre (que es lo que parecen anunciarles las encuestas, por cierto). De ser así, tanta hambruna tendría su lógica. Porque no deja de ser curioso que a quienes tanto han insistido en el derecho a decidir, les cueste tanto decidirse.

Acaba de estrenarse en Barcelona una película ciertamente interesante, 'El sentido de un final', basada en una novela de Julian Barnes, que trata de esas peculiares reconstrucciones del propio pasado y de alguno de sus episodios que se suelen llevar a cabo al llegar a una determinada edad (para no entrar en detalles: cuando se acumula suficiente experiencia a las espaldas).

Xavier Domènech Ada Colau En Comú Podem Catalunya en Comú-Podem