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Méndez de Vigo: no basta con no ser Wert
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Manuel Cruz

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Méndez de Vigo: no basta con no ser Wert

En una primera etapa de su gestión se dedicó a echar pelotas fuera a base de desviar a otras instancias cuantas reclamaciones se le planteaban. Se limitaba a no ser Wert

Foto: El ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo. (EFE)
El ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo. (EFE)

Circulaba profusamente en algunos medios de comunicación favorables al Gobierno del Partido Popular hasta hace no mucho (de hecho, hasta que los sondeos empezaron a emitir señales perturbadoras) lo que me atrevería a calificar de auténtica leyenda urbana según la cual Mariano Rajoy era un consumado maestro en el manejo de los tiempos. Me temo que en la atribución de esa presunta cualidad se estaban confundiendo varios planos.

En primer lugar, que el actual presidente del Ejecutivo no posea esa cualidad no significa que no posea ninguna. Yo no le discutiría la de moverse con discreción, tejer alianzas y complicidades no siempre presentables (en 2008 salvó la cabeza en el congreso del PP en Valencia gracias a la ayuda del sector más corrupto de su propio partido) y, muy de uvas a peras, desconcertar a sus adversarios de dentro y de fuera con movimientos inesperadamente audaces, como su renuncia a presentarse a la investidura en la efímera legislatura anterior o la aplicación del 155 en Cataluña a los exclusivos efectos de convocar elecciones autonómicas.

Pero es que, en segundo lugar, provocar o precipitar los errores del adversario a base de aburrirlo con la propia inacción en modo alguno implica un control de los tiempos. Se puede hablar de dicho control cuando, a medio o largo plazo, termina ocurriendo lo que uno tenía previsto, pero no cuando simplemente lo que se deja de hacer sirve a los exclusivos efectos de retrasar el desastre. En este último caso lo que hay es un mero —y, por cierto, solo aparente— ganar tiempo que en modo alguno se puede identificar con el control sobre el mismo. Si se prefiere decirlo de otra manera, se trata más bien de una simple 'patada a seguir'.

Lo que hay es un mero ganar tiempo que en modo alguno se puede identificar con el control sobre el mismo. Se trata más bien de una 'patada a seguir'

Pues bien, es de esto último de lo que tanto el propio Mariano Rajoy como, en su estela, algunos de sus ministros han dado múltiples pruebas. Por no hablar todavía de ninguno de estos últimos, pensemos en la estrategia de judicialización de la política tenazmente sostenida por el actual presidente del Ejecutivo para afrontar el problema catalán. Sin duda no faltarán quienes la consideren todo un éxito, a la vista del espectáculo de renuncias, arrepentimientos y desmentidos en sede judicial a que estamos asistiendo por parte del independentismo.

Pero no habría que olvidar que muy probablemente se deba a esa misma intervención judicial, y especialmente a las prisiones preventivas dictadas por el juez Llarena en el ejercicio de su independencia, el hecho de que el bloque independentista consiguiera mantener intacta su base electoral en las pasadas elecciones en Cataluña, dejando desactivados de esta manera los efectos que esperaba obtener Rajoy con su fulminante iniciativa. La munición victimista que proporcionaron dichos encarcelamientos a unos votantes ya de suyo proclives a la complacencia en el agravio (munición a la que habría que añadir el aliño de la desafortunada gestión gubernamental de la jornada del 1 de octubre) fue literalmente impagable, y nada más lógico, por tanto, que los resultados obtenidos por los independentistas.

Como se apuntaba hace un momento, dicho estilo de hacer política ha tenido émulos en el seno del gabinete del Sr. Rajoy. Probablemente uno de los más destacados haya sido el actual ministro de Educación y portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo. No hay que descartar que en un primer momento el hecho de que la diferencia entre este y su predecesor en el cargo, José Ignacio Wert, resultara en lo relativo a talante personal y a actitud política tan llamativa provocara como efecto que la mayor parte de analistas e incluso de diputados de la oposición no repararan en las profundas semejanzas con su jefe. Parecían estar demasiado alborozados todos ellos con la buena noticia que representaba contar con un ministro alejado de la intransigencia del autor de la Lomce y permanentemente dispuesto, al menos en apariencia, al diálogo.

Entre no hacer nada y hacer las cosas mal, hay una tercera opción: hacerlas bien. Dejando claro que no significa solo presentar propuestas aceptables

Sin embargo, resulta un hecho fácil de constatar que en una primera etapa de su gestión el actual titular de la cartera de Educación se dedicó sistemáticamente a echar pelotas fuera a base de desviar a otras instancias, administraciones o negociados cuantas reclamaciones se le planteaban, emulando de esta manera al Rajoy más pasivo e inapetente que conseguía llevar a la desesperación (y a los subsiguientes errores) a sus adversarios. Méndez de Vigo se limitaba, por así decirlo, a no ser Wert, como le recordó no recuerdo qué diputado en una sesión parlamentaria. Era una táctica que sin duda le resultaba eficaz, pero que tenía una evidente fecha de caducidad.

Ignoro si ha sido por iniciativa propia o siguiendo instrucciones de la superioridad, pero el caso es que en los últimos tiempos el ministro parece haber decidido seguir emulando a su presidente y ha empezado a probar fortuna con el otro rasgo de la manera que este último tiene de hacer política, a saber, con los golpes de mano presuntamente audaces (para pillar a sus adversarios con el paso cambiado).

En dicho capítulo de acciones se inscribe la irrupción de Méndez de Vigo en el debate sobre las lenguas y la escuela catalana, iniciativa que tiene todos los números para propiciar efectos incontrolables, o su apropiación indebida y desleal de la idea de un MIR para profesores (viejo proyecto de Rubalcaba, a fin de cuentas), presentándola, en pleno debate sobre el Pacto Educativo en la subcomisión creada al efecto, como una iniciativa de su ministerio. En el caso de dar lugar a los efectos señalados —por lo pronto, ya se barrunta el alboroto en el horizonte catalán a cuenta de esto—, le sucedería al ministro lo mismo que comentábamos antes que le ha sucedido a su presidente, esto es, que sus iniciativas terminarían volviéndosele en contra, no sin antes haber dado lugar a abundantes destrozos.

Todavía hay algo peor que ser una reedición de Wert, y es ser un Rajoy bis

Pero entre no hacer nada y hacer las cosas mal, hay una tercera opción: hacerlas bien. Dejando claro que hacerlas bien no significa únicamente presentar propuestas aceptables. Se requiere también presentarlas de la manera y en el momento y lugar adecuados (lo que excluye toda variante de oportunismo). Ante lo que nos encontramos, en cambio, por parte de los actuales gobernantes es ante una manera de proceder políticamente que se complace en denominar manejo de los tiempos a lo que en realidad solo es una desafortunada y confusa combinación de abúlica pasividad e improvisación irresponsable.

Las consecuencias que estamos viendo que se siguen de perseverar en semejante estilo permiten, si pensamos en cómo está actuando el ministro Méndez de Vigo, extraer una conclusión tan simple como rotunda: todavía hay algo peor que ser una reedición de Wert, y es ser un Rajoy bis.

Circulaba profusamente en algunos medios de comunicación favorables al Gobierno del Partido Popular hasta hace no mucho (de hecho, hasta que los sondeos empezaron a emitir señales perturbadoras) lo que me atrevería a calificar de auténtica leyenda urbana según la cual Mariano Rajoy era un consumado maestro en el manejo de los tiempos. Me temo que en la atribución de esa presunta cualidad se estaban confundiendo varios planos.

Íñigo Méndez de Vigo Mariano Rajoy