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La paradoja del victimista
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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La paradoja del victimista

La no imputación a Puigdemont por delito de rebelión hace que se emprenda el camino al restablecimiento de alguna forma de normalidad

Foto: Simpatizantes del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont esperan su salida de prisión a las puertas de la cárcel de Neumünster. (EFE)
Simpatizantes del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont esperan su salida de prisión a las puertas de la cárcel de Neumünster. (EFE)

Hace un tiempo le leí a no recuerdo quién en no recuerdo dónde una formulación que en aquel momento me pareció ocurrente y que ahora las circunstancias de la política han hecho que volviera a mi cabeza. La formulación la denominaba su autor "la paradoja del masoquista" y, si no me falla la memoria, partía de la siguiente pregunta: los masoquistas, ¿van al cielo o al infierno? Se imaginarán ustedes el desarrollo de la cuestión: si Dios les quisiera premiar teniéndolos a su lado, lo que implica la felicidad y el gozo supremos, esa falta de padecimientos constituiría para ellos el mayor de los castigos, pero si los quisiera castigar por sus pecados con el llanto y crujir de dientes que supone quedarse eternamente al lado de Satanás, con toda probabilidad, dada su natural querencia, tan dolorosa situación representaría para ellos el más impagable de los premios.

Aunque resultaría poco riguroso identificar por completo las figuras del masoquista y del victimista, me reconocerán que algo tienen en común. Y la prueba de ello la encontramos en el estupor que provoca en ambos la ausencia de sufrimiento o agravio alguno que echarse a la boca. La decisión que tomó la Justicia alemana ha sido considerado, con casi total unanimidad, como una victoria del independentismo y, por consiguiente, como una derrota de Mariano Rajoy. De esto último no creo que quepa la menor duda. Si el fracaso de su estrategia dontancredista había quedado patente con el exponencial crecimiento del independentismo durante los años del 'procés', la maniobra, complementaria de lo anterior, de transferir a los tribunales la responsabilidad de poner freno a todas las decisiones rupturistas que iba tomando el independentismo últimamente ya hemos visto en qué ha desembocado.

El regreso de Puigdemont al centro del escenario, la recuperación por su parte del protagonismo político, es un severo problema para ERC y PDeCAT

En realidad, hace meses resultó evidente, cuando llegó la hora de la verdad (con la Declaración Unilateral de Independencia por parte de Puigdemont), que la estrategia de Rajoy había significado pan para hoy y hambre para mañana, y bien pronto tuvo la oportunidad de comprobarlo. La iniciativa, con pretensiones de habilidad, de decretar el 155 a los exclusivos efectos de convocar inmediatamente elecciones autonómicas quedó desbaratada con los encarcelamientos decretados poco después por los tribunales, encarcelamientos que proporcionaron una impagable munición victimista al independentismo, que consiguió neutralizar a ojos de sus votantes el incontestable fracaso del 'procés'. Pero si el curso de los acontecimientos posterior, con el espectáculo de los independentistas esforzándose denodadamente por no gobernar, todavía podía hacer creer al presidente del Gobierno español que el saldo final de su estrategia no había resultado del todo negativo para él, la decisión de la Audiencia Territorial de Schleswig-Holsteien del pasado jueves ha hecho saltar el último fusible que le quedaba.

Ahora, por paradójico que pueda parecer a primera vista, a Rajoy, sin propuesta política alguna que hacer (el cumplimiento de la ley no lo es, obviamente), solo le cabe esperar que el independentismo entre en razón. Pero no es menor el estupor en las filas de este último. A los estados mayores del PDeCAT y ERC les corresponde, de puertas para afuera, celebrar como una buena noticia la decisión alemana y presentarla como una victoria. Pero una noticia puede ser buena desde el punto de vista humano y mala desde el político, lo que parece ser el caso. El regreso de Puigdemont al centro del escenario, la recuperación por su parte del protagonismo político, representa un severo problema para ambas formaciones.

Foto: El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. (EFE)

Y si, durante meses, el independentismo escondió su ausencia de propuestas tras el discurso victimista de la represión del Estado, la victoria política les obliga como mínimo a empezar a explicitar de una vez sus planes de futuro, a decirles a los ciudadanos catalanes a quién han de creer y qué de lo que se ha dicho últimamente es la verdad. ¿Han de creer a quienes en los últimos meses, no solo ante los jueces, sino también ante los micrófonos, han declarado que todo aquello (el 'procés') no iba de lo que se decía sino que en realidad lo que se pretendía únicamente era negociar algunas reivindicaciones concretas, o más bien a los que han manifestado que todo aquello no fue un sueño y ya es solo cuestión de implementar lo declarado? ¿Había algo preparado para el día después de la DUI o era todo mero 'atrezzo'? En definitiva, el previsible "la lucha continúa" que escucharemos estos días en Cataluña por parte de los sectores independentistas que parecen haber asumido la dirección política de todo ese bloque, ¿significa que se empezará desde cero de nuevo (porque nada había de hecho) o que se trata del último esfuerzo para alcanzar lo que ya estaba casi ultimado? Se puede dar la callada por respuesta a estas preguntas, como se ha venido haciendo hasta el momento. Pero ello ya no equivaldrá a mantener congelada la situación, sino a que esta, entre la frustración de unos y la irritación de otros, se pudra hasta extremos intolerables.

Una de las frases que más repiten los independentistas presuntamente moderados y pragmatistas para, sin entrar en el fondo del asunto, rebatir determinadas declaraciones, contundentemente críticas con su causa, o para rechazar la adopción de ciertas medidas, por más legales y cargadas de razón que puedan estar, es la de que "esto [declaraciones o medidas] no ayuda nada" a la resolución del conflicto. Pues bien, vamos a tener ahora una magnífica oportunidad de comprobar si esa frase era sincera o no. Porque si, como reiteraban, el encarcelamiento de políticos era una de las cosas que menos ayudaba es de suponer que la puesta en libertad del más destacado de ellos facilitará enormemente todo.

placeholder Primeras declaraciones del expresidente catalán Carles Puigdemont al salir de la cárcel. (Reuters)
Primeras declaraciones del expresidente catalán Carles Puigdemont al salir de la cárcel. (Reuters)

En los próximos días podremos ver si, en efecto, la no imputación a Puigdemont por delito de rebelión hace que se emprenda el camino al restablecimiento de alguna forma de normalidad o si, por el contrario, el bloque independentista, incapaz de controlar al 'expresident', sigue apostando por exasperar las cosas hasta el límite, esto es, por perseverar en el victimismo y cifrarlo todo en continuar tensando la situación para poder seguir siendo víctimas incluso tras la victoria (el sueño, paradójico, de todo victimista). Quienes nunca hemos sido partidarios de externalizar la responsabilidad de la política en los tribunales no podemos vivir las decisiones de estos ni como victoria ni como derrota. Pero quienes tanto han repetido que aquí no hay problema judicial alguno (aunque se hayan cometido delitos) sino que el problema es de naturaleza política, tienen ahora una ocasión de oro para estar a la altura de sus propias palabras y poner sobre la mesa una propuesta de ese tipo, en vez de buscar el enésimo agravio.

En todo caso, les engañaría si les diera a entender que soy optimista al respecto. Es evidente que no hay soluciones fáciles. El cambio de las personas no soluciona por sí solo los problemas, ciertamente, pero el mantenimiento de quienes los crearon los agrava con toda seguridad. O formulemos esto mismo sin rehuir el nombre de sus protagonistas. Si confiar en que Rajoy tome alguna iniciativa, a la vista está que resulta prácticamente ilusorio; esperar de Carles Puigdemont racionalidad y sentido de Estado me parece tan condenado al fracaso como aguardar humildad de Cristiano Ronaldo.

Hace un tiempo le leí a no recuerdo quién en no recuerdo dónde una formulación que en aquel momento me pareció ocurrente y que ahora las circunstancias de la política han hecho que volviera a mi cabeza. La formulación la denominaba su autor "la paradoja del masoquista" y, si no me falla la memoria, partía de la siguiente pregunta: los masoquistas, ¿van al cielo o al infierno? Se imaginarán ustedes el desarrollo de la cuestión: si Dios les quisiera premiar teniéndolos a su lado, lo que implica la felicidad y el gozo supremos, esa falta de padecimientos constituiría para ellos el mayor de los castigos, pero si los quisiera castigar por sus pecados con el llanto y crujir de dientes que supone quedarse eternamente al lado de Satanás, con toda probabilidad, dada su natural querencia, tan dolorosa situación representaría para ellos el más impagable de los premios.

Carles Puigdemont