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Fuese (el 'sorpasso') y no hubo nada
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Fuese (el 'sorpasso') y no hubo nada

A lo que se está asistiendo en España es a la configuración de lo que tal vez podríamos denominar un perfecto bipartidismo imperfecto, con dos bloques claramente consolidados

Foto: Pedro Sánchez este viernes en Madrid. (EFE)
Pedro Sánchez este viernes en Madrid. (EFE)

A menudo se olvida que hubo un territorio en España en el que el reiteradamente anunciado 'sorpasso' tuvo lugar. Y fue un territorio tan importante y trascendental para el conjunto del país como Cataluña. Ahí una de las llamadas fuerzas emergentes, en este caso Ciudadanos, obtuvo un triunfo electoral incontestable y se alzó con la victoria, no ya solo sobrepasando a su rival directo, el PP, sino reduciéndolo literalmente a cenizas. Pero la rotunda constatación merece una no menos rotunda puntualización: su incontestable victoria no ha dado lugar al más mínimo efecto político.

Es posible que a fuerza de repetir que el bipartidismo ha muerto terminen por matarlo, pero de momento da la sensación de que a lo que se está asistiendo en España es a la configuración de lo que tal vez podríamos denominar un perfecto bipartidismo imperfecto, con dos bloques claramente consolidados, en el interior de cada uno de los cuales a su vez dos fuerzas intentan quedarse con el santo y la limosna, en sendas partidas que a fecha de hoy continúan desigualmente abiertas.

Quien sea o no franquista lo determinan los que se consideran antifranquistas, con independencia de lo que el calificado pueda manifestar

En algún momento pudo ser de otra manera, es cierto, pero convendría no olvidar que si Pedro Sánchez no alcanzó el gobierno la primera vez que lo intentó fue porque la tercera fuerza política cuyo concurso se necesitaba, Podemos, consideró que la vecindad de una formación que consideraba de derechas —a pesar de los acuerdos programáticos, perfectamente asumibles, que esta había alcanzado con el PSOE— le suponía una contaminación política insoportable. Comportándose así, el partido liderado por Pablo Iglesias permanecía fiel a unas actitudes profundamente arraigadas —por no decir ancestrales— en nuestro país. Aquí quién sea o no franquista lo determinan los que se consideran antifranquistas, con absoluta independencia de lo que el así calificado pueda manifestar qué piensa. Con el resultado conocido de que en España hay muchos más antifranquistas militantes que franquistas (al menos declarados). Aunque hay que añadir que esto no pasa solo en el sector de la izquierda. También los nacionalistas catalanes, por poner otro ejemplo, suelen empeñarse en tipificar como nacionalista español a cualquiera que se oponga a sus tesis, por más que el aludido se empeñe en abominar de dicho ideario.

No se está poniendo en cuestión, quede claro, el hecho de que en nuestra sociedad se hayan producido profundos cambios de todo orden. De lo que se trata es de si las propuestas con las que algunas fuerzas han reaccionado a los mismos están constituyendo la respuesta adecuada. Si tomamos como ejemplo el auge de la ideología populista en todo el mundo se entenderá mejor lo que pretendo señalar. Apenas nadie discute que los populismos de diverso pelaje (incluido el conservador, por supuesto) que van ganando terreno político en muchos países deben interpretarse como reacción, además de a la crisis económica, a los procesos de internacionalización y automatización de nuestras economías, los cuales están dejando en la cuneta a un gran número de damnificados que se agarran a las simplezas populistas como a un clavo ardiendo.

placeholder Concentración de colectivos de memoria histórica Madrid. (EFE)
Concentración de colectivos de memoria histórica Madrid. (EFE)

En cambio, son legión los que cuestionan la validez de dicha reacción, precisamente por lo que expresa de impotencia política para afrontar las nuevas situaciones. Timothy Garton Ash sintetizaba su crítica de una forma limpia y clara en unas manifestaciones recientes: "Los progresistas temen al pasado, en tanto que los populistas temen al futuro". Tal vez sea por eso por lo que nuestros populistas locales hablan más del pasado que del futuro, y han decidido convertir el franquismo y sus desmanes, la Transición y sus servidumbres (entre las que ellos incluyen la propia forma del Estado) en su campo de batalla favorito. Resulta revelador de su talante político que a este empeño se haya sumado últimamente el mismísimo Quim Torra, quien, en vísperas de su encuentro con Pedro Sánchez, le envió un escrito en el que limitaba los asuntos que consideraba que merecía la pena tratar a tres: el derecho de autodeterminación, los presos del 'procés'... y los vestigios del régimen franquista en los espacios públicos.

¿Qué lecciones extraer de esto? Parafraseando la célebre máxima de Lavoisier según la cual la materia ni se crea ni se destruye sino que únicamente se transforma, podríamos afirmar que, en tiempos de saturación comunicativa como los actuales, las ideas ni se verifican ni se refutan, sino que permanecen o simplemente se abandonan, sin que ni la permanencia ni el abandono puedan hacerse equivaler a verdad o falsedad ni, menos aún, a bondad o maldad. Pues bien, precisamente por ello, resulta necesario de vez en cuando volver la vista atrás y recordar algunos de aquellos tópicos que hace no tanto pasaban por certezas indiscutibles y que, sin explicación ni contrición alguna, han sido abandonadas por quienes más las defendían.

Buena muestra de ello la constituiría el antes citado fin del bipartidismo, que solía venir justificado en la premisa de la aparición de una presunta nueva política, de la que, por cierto, ha dejado prácticamente de hablarse. En realidad, era un secreto a voces que las fuerzas emergentes nunca aspiraron a liquidar el bipartidismo sino a ser los nuevos titulares del mismo (Albert Rivera siempre fantaseó ser la reencarnación de Adolfo Suárez, del mismo modo que Pablo Iglesias inició su andadura política imitando al detalle al joven Felipe González, viaje a Nueva York incluido). Parece entonces razonable preguntarse si lo propio no habría sido hablar, más que de nueva política, de nuevos políticos, el contenido de cuya novedad estaba por determinar.

Han decidido convertir el franquismo y sus desmanes, la Transición y sus servidumbres, en su campo de batalla favorito

Pero la novedad, como casi todo en esta vida, admite grados: desde el grado cero de la biología (son nuevos simplemente porque acaban de llegar) al grado máximo, representado por la expectativa de que los nuevos traigan consigo una forma radicalmente distinta de entender y hacer política. En este esquema, la medida de la decepción (antaño llamada desencanto) se calcularía tomando como base la distancia entre ambos puntos. En todo caso, y sin pretender demorarnos ahora en esta cuestión, un hecho parece cierto: en cuanto los grandes partidos tradicionales han iniciado un proceso de renovación generacional, aquellos otros que nacieron con el propósito de impugnarlos han pasado a tener serias dificultades para presentarle a la ciudadanía una propuesta política específica. Ya ha ocurrido en la izquierda y podría ocurrir igualmente en poco tiempo en la derecha, donde se le hace francamente cuesta arriba al ciudadano medio dilucidar por dónde pasan las diferencias entre, pongamos por caso, Albert Rivera y Pablo Casado. Así las cosas, la sospecha resulta casi ineludible: ¿alguna vez fueron las formaciones políticas recién llegadas algo más que un cambio cosmético, que un maquillaje de lo que ya había? De momento, de lo que no cabe la menor duda es que el primer 'sorpasso' que se ha producido en este país, el de Cataluña mencionado al principio, ha resultado completamente inútil desde el punto de vista político.

No han faltado voces que, en esta tesitura, han reivindicado la necesidad del debate de ideas para aclarar posiciones. No estoy seguro de que, tampoco en este campo, nuestros emergentes estén dispuestos a tomar la iniciativa. Baste con recordar un par de detalles. Unos (Ciudadanos) pasaron de definirse como socialdemócratas a hacerlo como liberales en un periquete, sin la menor discusión pública ni reconsideración autocrítica alguna, como si el asunto no pareciera importarles demasiado. Otros (Podemos) es cierto que presumen, a menudo con el gesto altivo que caracteriza a sus dirigentes, de tener sólidos y abundantes principios, pero cuando alguien les pregunta que cuáles son, ellos responden que un momentito por favor, que enseguida vuelven, que se lo tienen que consultar a las bases.

A menudo se olvida que hubo un territorio en España en el que el reiteradamente anunciado 'sorpasso' tuvo lugar. Y fue un territorio tan importante y trascendental para el conjunto del país como Cataluña. Ahí una de las llamadas fuerzas emergentes, en este caso Ciudadanos, obtuvo un triunfo electoral incontestable y se alzó con la victoria, no ya solo sobrepasando a su rival directo, el PP, sino reduciéndolo literalmente a cenizas. Pero la rotunda constatación merece una no menos rotunda puntualización: su incontestable victoria no ha dado lugar al más mínimo efecto político.

Pedro Sánchez Ciudadanos