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Jordi Pujol o cuando ser honrado es un mal negocio
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Manuel Cruz

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Jordi Pujol o cuando ser honrado es un mal negocio

La posibilidad de que exista un independentismo no nacionalista es algo que viene siendo proclamado desde hace tiempo (desde el tiempo de Carod Rovira, para ser exactos) por ERC

Foto: Jordi Pujol en una foto de archivo. (EFE)
Jordi Pujol en una foto de archivo. (EFE)

Con toda seguridad, ustedes recordarán el personaje de Enric Marco, aquel gran impostor que paseaba su falsa historia como víctima de la barbarie nazi por platós de televisión, colegios, asociaciones de vecinos e incluso parlamentos (tanto nacionales como autonómicos), se supone que con el bienintencionado propósito de que no cayera en el olvido todo aquel horror que vivió Europa el pasado siglo. Él mismo llegó a justificar sus mentiras con este argumento: a veces hay que exagerar, o incluso inventar los hechos, para obtener un buen fin.

Sin embargo, quizá no sean tantos los que recuerden el párrafo con el que finalizaba el texto que aparecía en las octavillas que lanzó un entonces joven Jordi Pujol en el Palau de la Música Catalana de Barcelona el 19 de mayo de 1960 en presencia de Franco, quien había acudido al lugar para sumarse al homenaje por el centenario del nacimiento del poeta Joan Maragall, lanzamiento que hizo que el que luego sería fundador de CDC terminara con sus huesos en la cárcel una temporada. Valdrá la pena recordar las palabras finales que podían leerse en aquellos panfletos: "El general Franco [...] ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre comprometido con hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre prisionero. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. [...] además de UN OPRESOR, [Franco] ES UN CORRUPTOR".

Foto: El abogado del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, Gonzalo Boye, en una entrevista en Catalunya Ràdio. (EFE)

No se trataba, como el tiempo se encargó de demostrar, de un registro ético ocasional o anecdótico. De hecho, perseveró en el mismo un cuarto de siglo después, con ocasión de otro suceso trascendental en su trayectoria política, el escándalo de Banca Catalana. Y así, el 30 de mayo de 1984 proclamaba desde el balcón de la Generalitat ante la multitud congregada en la Plaza de Sant Jaume para desagraviarle: "En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros. No ellos". El paralelismo con la figura de quien fuera presidente de la Amicale de Matthausen resulta evidente, y se comprende que la tardía confesión del exhonorable, en julio de 2014, admitiendo que desde el año 1980 dispuso de varias cuentas en el extranjero con dinero sin regularizar haya generado en el nacionalismo ese "cráter radioactivo" al que le gusta referirse a Enric Juliana en sus artículos.

Valdría la pena plantearse hasta qué punto este episodio ha servido para cerrar con siete llaves el sepulcro del discurso nacionalista

Valdría la pena plantearse hasta qué punto este episodio ha servido para cerrar con siete llaves el sepulcro del discurso nacionalista o simplemente le ha condenado a llevar una existencia política vergonzante, con tantos nacionalistas repudiando de puertas para afuera su condición de tales y abrazando de manera precipitada la causa independentista. Es cierto que la posibilidad de que exista un independentismo no nacionalista es algo que viene siendo proclamado desde hace tiempo (desde el tiempo de Carod Rovira, para ser exactos) por ERC, y la propuesta tuvo un cierto éxito, sobre todo entre sectores que no querían descolgarse demasiado del oficialismo soberanista, pero sin perder por ello una cierta aura de progresismo. En todo caso, es un hecho que la propuesta surgió no tanto con la intención de fagocitar el nacionalismo, como con la de conseguir ensanchar la base del electorado independentista (accediendo a sectores oriundos de la inmigración) y, de esta manera, reforzar una alternativa de izquierda al nacionalismo. Pero, ciertamente, ni en sus peores pesadillas soñaba ERC que la novedosa propuesta de Carod pudiera terminar sirviendo para que una CDC reciclada fingiera haber dejado de ser nacionalista y le disputara, vía radicalidad unilateralista, su propio electorado.

Es probable que en esa huida hacia adelante por parte del nacionalismo o, si se prefiere, en esa urgencia sobrevenida por olvidar sus propios orígenes haya jugado un papel central el escándalo de la presunta herencia de Jordi Pujol, que en gran medida ha hecho saltar por los aires el discurso victimista autocomplaciente en el que de manera tan confortable estuvo instalada durante décadas Convergència. Porque no es asunto menor ni irrelevante que quien había pasado por ser la gran víctima fundacional de los enemigos de Cataluña acabara revelándose como (y confesando ser) su más precisa copia. De pronto, y de manera ciertamente brutal, el relato mítico que situaba en los orígenes (fundamentalmente en el franquismo...) la gran pérdida, el daño pendiente de reparar, la inocencia histórica mancillada, mudó en oscuridad moral y mostró su obscena condición de mentira.

Foto: Josep Pujol Ferrusola a su llegada a la Audiencia Nacional en 2015. (EFE)

Durante años, Jordi Pujol gustó de aparecer ante los suyos y, por extensión, ante la ciudadanía catalana como el heredero de una actitud política capaz de anudar sin atisbo de contradicción los ideales más acendrados con el pragmatismo más eficaz. Se presentaba como un tipo de fiar o, si se prefiere, como una persona honrada, pero de una manera específica: tanto por responsabilidad como por convicción, por formularlo a la clásica manera de Max Weber. Él mismo lo declaró en cierta ocasión en unos términos que recordaban mucho los utilizados por el filósofo contractualista canadiense David Gauthier en su libro La moral por acuerdo: "Ser honrado es un buen negocio", fueron las palabras textuales del patriarca nacionalista.

Los hechos se encargaron de demostrar que eso, pudiendo ser verdad, era solo una parte de lo que pensaba Jordi Pujol. Lo que no decía (aunque en cierto modo dejaba avisado) era que si la razón fundamental para apostar por la honradez radicaba fundamentalmente en que es un buen negocio, entonces su actitud podía cambiar en el momento en el que dejara de serlo o hubiera otro más rentable. De tal manera que, venía a confesar implícitamente nuestro hombre, tan pronto como descubriera que era mucho mejor negocio abandonar la honradez (y que no le pillaran, claro), se quedaba huérfano de razones de peso para perseverar en la virtud, como efectivamente hoy sabemos que ocurrió bien pronto.

Estoy solo pretendiendo constatar la existencia en la sociedad catalana de una anomalía generada por la naturaleza profunda del discurso nacionalista

En todo caso, lo que parece fuera de toda duda es que Pujol creó escuela en un cierto tipo de prácticas. No es este un juicio valorativo sino descriptivo: han sido los tribunales de justicia, en el capítulo "hechos probados", los que han acreditado que la gran figura del nacionalismo catalán del siglo XX tuvo numerosos y aventajados discípulos. Como tampoco cabe la menor duda —hemos tenido la ocasión de certificarlo hace pocos meses, con ocasión de la moción de censura a Mariano Rajoy— de que en otros lugares los protagonistas de este tipo de comportamientos no se han ido de rositas políticamente, como sí lleva sucediendo en Cataluña desde hace décadas.

No estoy intentando, quede claro, deslizar la idea de la existencia de un vínculo a este respecto entre el fundador y su proyecto político en cuanto tal, al que estoy convencido de que se sumaron personas sin la menor mancha. Ni insinuando la tesis, que tanto complace a algunos, de que en el origen del 'procés' lo que se encuentra es el intento de ocultar la corrupción de sus dirigentes bajo el manto de las movilizaciones de masas. Estoy tan solo pretendiendo constatar la existencia en la sociedad catalana de una anomalía, que me atrevería a calificar de estructural, generada por la naturaleza profunda del discurso nacionalista, incapaz de pensar desde otro lugar mental que no sea el de la víctima y, por ello mismo, incapaz también de la menor autocrítica.

Es precisamente esta anomalía la que permite entender la escasa, por no decir nula, exigencia de responsabilidad a sus dirigentes (ni por la corrupción ni por sus fracasos políticos) por parte de todo ese sector de la ciudadanía catalana afín al nacionalismo. Pero es también esta misma anomalía la que permite entender la errática huida hacia delante emprendida por dicho sector en busca del restablecimiento de un nuevo orden del daño que dé sentido a una deriva alternativa (hasta el punto que ya ha habido quien ha propuesto trasladar al 1 de octubre la fecha de la Diada, convertida de este modo en la gran celebración nacional de la represión), una vez que el orden originario, el fundacional, construido alrededor de la figura de Jordi Pujol y sus padecimientos se reveló como la más colosal de las imposturas. Bueno, junto con la de Enric Marco, claro.

Con toda seguridad, ustedes recordarán el personaje de Enric Marco, aquel gran impostor que paseaba su falsa historia como víctima de la barbarie nazi por platós de televisión, colegios, asociaciones de vecinos e incluso parlamentos (tanto nacionales como autonómicos), se supone que con el bienintencionado propósito de que no cayera en el olvido todo aquel horror que vivió Europa el pasado siglo. Él mismo llegó a justificar sus mentiras con este argumento: a veces hay que exagerar, o incluso inventar los hechos, para obtener un buen fin.

Jordi Pujol Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)