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¿Hablar de todo o solo de una cosa?
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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¿Hablar de todo o solo de una cosa?

Se afirma que el proceso que se debe seguir con vistas a alcanzar una solución es “diálogo, negociación y pacto”. Pero no hay diálogo cuando no se está dispuesto a dejarse convencer

Foto: Quim Torra. (EFE)
Quim Torra. (EFE)

Lo malo de los tópicos no es que sean lugares comunes en los que resulta fácil coincidir, sino que, por el hecho de serlo, no se ponga en cuestión su fundamento. A menudo se afirma que el procedimiento que se debe seguir con vistas a alcanzar alguna solución acordada entre dos partes es la conocida secuencia “diálogo, negociación y pacto”. Pero no hay diálogo cuando no se está dispuesto a dejarse convencer por el otro, de la misma forma que no hay negociación cuando no se está dispuesto a ceder ante el otro. Con tales premisas, el tercer elemento conclusivo de la tríada, el pacto, se hace lógicamente imposible.

Foto: VI Conferencia de Presidentes autonómicos en 2017. (EFE)

Pues bien, una de las expresiones-conjuro a la que es más aficionado el independentismo y que hemos tenido la oportunidad de escuchar de manera reiterada en estos últimos días en el Congreso de los Diputados con ocasión del debate sobre los Presupuestos Generales del Estado es la de que “hay que poder hablar de todo”. La frase es del estilo de las que está más que acreditado que gustan a los independentistas por su apariencia de obvia (el 'procés' ha proporcionado un abundante muestrario de ellas), apariencia que obtiene, en lo fundamental, del hecho de que su contraria suena intuitivamente rechazable. Y suena así en este caso porque da la sensación de que rechazar la premisa entrecomillada —el poder hablar de todo— solo puede hacerse sobre la base de unas prejuiciosas líneas rojas o, peor aún, de presiones externas que quien dibuja tales líneas no es capaz de resistir.

Cuando los independentistas se refieren a ese 'todo' del que hay que poder hablar, en realidad se refieren siempre a la autodeterminación

Pero como conjuros los hay de muchos tipos, empecemos por matizar que este pertenece, y obtiene su apariencia de obviedad, a la variante sinécdoque. Cuando los independentistas se refieren a ese 'todo' del que hay que poder hablar, en realidad se refieren siempre, siempre, a una sola cosa, que es la autodeterminación. Que al resto de cuestiones no le conceden el menor valor lo demuestran ellos mismos cuando desdeñan la satisfacción de cualquier otro problema si esa cosa no queda planteada.

Ante esto, los hay que, con una peculiar mezcla de ingenuidad y cinismo, no conceden mayor trascendencia a satisfacer dicha exigencia. A fin de cuentas, argumentan no sin cierta suficiencia desdeñosa, lo único que están reclamando los 'indepes' es poder hablar del asunto. Pues hablemos de ello sin ceder un ápice en la práctica, continúan, sobrados con su argumentación, y santas pascuas.

Lo cierto es que el planteamiento no resiste el análisis, como se deja ver en cuanto lo intentamos aplicar a cualquier otro caso. Dado que no quisiera deslizarme hacia el tremendismo argumentativo (aludiendo a la tortura, la violación de derechos básicos, las discriminaciones inaceptables o cualquier injusticia o crueldad flagrante), invito al lector a un ejercicio imaginario. Que sea él quien elija el ejemplo de algo que le parezca de todo punto condenable, suponga a continuación que alguien le dijera que respecto a su valoración del ejemplo en cuestión “solo quiere poder hablar” y, por último, intente hacerse una idea de cuál sería su propia reacción al ver cuestionado lo que considera como fuera ya de cualquier posible debate.

Los que reclaman su derecho a poder incumplir las leyes son los mismos que exigen a los demás su cumplimiento cuando son ellos los perjudicados

Probablemente nuestro lector se sentiría igual que muchos ciudadanos ajenos al independentismo a los que se les pide, como si de una petición inocua se tratara, que se pueda hablar acerca de si las leyes deben cumplirse o no. Con el agravante añadido, que cualquiera ha tenido ocasión de constatar ya en los pocos días del juicio a los líderes del 'procés', de que los mismos que reclaman su derecho a poder incumplir las leyes les exigen a los demás su riguroso cumplimiento cuando son ellos los que se ven perjudicados en algo.

Foto: Concentración en la Plaza de Colón de Madrid. (EFE)

Pero si consideraba hace un momento que la actitud indulgente hacia quienes manifiestan que su pretensión se limita a poder hablar de la autodeterminación contiene también una cierta dosis de ingenuidad, es porque los hechos mismos certifican que lo que aquí se encuentra en juego no es una mera e intrascendente conversación. Si así fuera, ¿a qué viene ponerla como requisito inexcusable para aceptar la tramitación de unos Presupuestos que afectaban de manera inmediata al bienestar también de los catalanes? Aún más evidente se hace la falacia del argumento independentista si pensamos en las siguientes consecuencias a que esa obstinación conversadora puede dar lugar.

Porque lo que está fuera de toda duda es que una consecuencia posible de elecciones anticipadas derivadas del rechazo a la tramitación de las cuentas públicas es que abran las puertas a una derecha infinitamente más intransigente respecto a las reivindicaciones independentistas de lo que pueda haber sido el Gobierno de Pedro Sánchez. ¿De verdad pretende hacernos creer el independentismo que ha sido el mero hecho de no poder hablar de referéndum de autodeterminación lo que le ha llevado a propiciar el regreso de la peor derecha desde muchos puntos de vista?

El presunto 'mero hablar' era en realidad una forma encubierta de empezar a negociar y de incluir la palabra 'autodeterminación' en la discusión

El devenir de los acontecimientos ha terminado por revelar su auténtico significado. El presunto 'mero hablar' era en realidad una forma encubierta de empezar a negociar. Porque, en efecto, hablar del derecho de autodeterminación era, para quienes lo reclamaban, una forma de conseguir que se admitiera su existencia. De análoga forma que reconocerle a una determinada instancia (una comunidad autónoma, en el caso que nos ocupa) la condición de sujeto político a todos los efectos en realidad implica, tras su inocente aspecto, aceptar que pueda intentar 'decidir su futuro', por decirlo con la jerga procesista, cuantas veces estime oportuno. O, para ser más precisos, hasta que ese futuro adopte la forma que el independentismo pretende. En ese momento, parecen pensar nuestros independentistas, el derecho a decidir prescribiría porque lo único que siempre importó decidir habría quedado decidido.

Lo malo de los tópicos no es que sean lugares comunes en los que resulta fácil coincidir, sino que, por el hecho de serlo, no se ponga en cuestión su fundamento. A menudo se afirma que el procedimiento que se debe seguir con vistas a alcanzar alguna solución acordada entre dos partes es la conocida secuencia “diálogo, negociación y pacto”. Pero no hay diálogo cuando no se está dispuesto a dejarse convencer por el otro, de la misma forma que no hay negociación cuando no se está dispuesto a ceder ante el otro. Con tales premisas, el tercer elemento conclusivo de la tríada, el pacto, se hace lógicamente imposible.

Presupuestos Generales del Estado