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El Darwinismo como paradigma del libre mercado
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María Antonia Trujillo

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El Darwinismo como paradigma del libre mercado

Estoy observando, con estupor, la propagación en ciertos círculos de opinión de la idea de que el libre mercado y la no intervención en el mismo

Estoy observando, con estupor, la propagación en ciertos círculos de opinión de la idea de que el libre mercado y la no intervención en el mismo está fundamentada en el concepto darwinista de la selección natural. Dicen estos opinadores que, en los mercados, sólo los mejor adaptados al medio sobreviven y tienen derecho a operar en él. Vaya falacia. Examinemos primero el concepto del darwinismo sobre la evolución. Darwin enunció los principios de la selección natural según la cual las especies mejor adaptadas son las que se perpetúan en el medio, en su nicho ecológico. Enmarquemos estas ideas dentro del libre mercado.

 

Asistiremos a la visualización de una realidad que contradice el presunto darwinismo del que tan alegremente se apropian algunos teóricos que defienden la libertad de mercado. Para ellos no es necesario intervenir en los mercados, pues estos proveerán las respuestas que serán mejores para la mayoría de los elementos que lo constituyen, es decir, los ciudadanos que lo forman. Pero éste es un concepto lamarquista del mercado y no darwinista. Ilustrémoslo con un ejemplo, para verlo más claro: a mediados del siglo XIX millones de bisontes poblaban las praderas americanas. La explotación de esa despensa de alimentos y pieles por parte de los indios mantenía un equilibrio entre los cazadores y los animales que habitaban las praderas. Cuando esa fuente presuntamente inagotable de alimentos fue esquilmada por los constructores del ferrocarril para alimentar a sus trabajadores, se asistió a la práctica exterminación de la especie. Hoy sólo quedan unas cuantas miles de cabezas.

 

Según las tesis del libre mercado, el problema no hubiera sido tanto la sobreexplotación del recurso (los bisontes), sino de que los bisontes, especie antigua y poco adaptativa, no fueron capaces de mejorar su velocidad de carrera y su habilidad para esquivar las balas de los Winchester de repetición utilizados para su caza. Los bisontes eran ya unos elementos caducos (unos malos operadores del mercado) y merecían ser exterminados. Por supuesto, eso se hizo para beneficio de todo el resto de las especies que habitaban la pradera, y no se puede poner en duda la bondad de los agentes (los cazadores equipados con rifles) que simplemente actuaron como desinteresados operadores evolutivos. Como efecto colateral, los indios se quedaron sin su medio de subsistencia, pero como esto también era fruto de la ley del mejor adaptado, por tanto, se lo habían ganado. Es decir, el mercado había obtenido la mejor solución posible a la interacción entre el hombre y el bisonte.

 

Y esto es lo que defiende la Presidenta de la Comunidad de Madrid y los liberales vinculados a FAES cuando hablan de que los fallos del mercado son fallos del Estado (por intervenir), pidiendo más mercado y mejor Estado. Claro que los fallos del mercado son fallos del Estado, pero por déficit de vigilancia, regulación y control y no por exceso de intervención. Actualmente estamos asistiendo al fin de un modelo económico desastroso, como diría Stiglitz, pero no sabemos si la refundación del capitalismo sobre bases éticas, propuesta por Sarkozy y Brown, nos traerá, -además de anécdotas fuera de tiempo y lugar- un nuevo y distinto papel del Estado en la economía. Saquémonos las máscaras. El paradigma del darwinismo sólo es aceptable si entendemos que existe un espacio para que la llamada presión evolutiva opere sobre los elementos favoreciendo a los más adaptados. Por ello tiene que haber un nicho, un territorio, unas reglas de funcionamiento comunes a todas las especies, como puede ser la necesidad de reproducirse, para que se produzca un proceso de selección natural. Sin hábitat, no hay evolución. Sin reglas, no hay mercado.

 

Es más, en el medio natural, las especies no son mejores ni peores. Por tanto, no existe el concepto del mejor operador del mercado, pues las propias interdependencias de las relaciones dentro del mercado hacen que estos no puedan existir sin el resto de los operadores, pues su existencia depende de la presencia de los otros. Un ejemplo claro de ello son aquellos virus que son tan letales que se extinguen porque matan a sus huéspedes rápidamente sin permitir el contagio a otros. En sentido negativo, es un virus excelentemente adaptado a su papel patógeno, pero su persistencia en el medio es ínfima. Como ejercicio intelectual es atractivo comparar dos sistemas de tipo caótico como son el mercado económico y la evolución. Podemos establecer paralelismos entre uno y otro. Pero hay una diferencia clara: el mercado debería conseguir una mejora de las condiciones para la mayoría de sus componentes, no para unos pocos, presuntamente bien preparados. La naturaleza ya hace millones de años que lo ha conseguido. Se llama equilibrio ecológico. Aprendamos pues de nuestro pasado.

 

P.D. En las pruebas nucleares que se llevaron a cabo en el atolón de las Bikini en los años 50, la primera especie animal que colonizó de nuevo las islas afectadas por la radiación fueron las ratas. Avisados estamos.

 

*Visite el blog de María Antonia Trujillo.

Estoy observando, con estupor, la propagación en ciertos círculos de opinión de la idea de que el libre mercado y la no intervención en el mismo está fundamentada en el concepto darwinista de la selección natural. Dicen estos opinadores que, en los mercados, sólo los mejor adaptados al medio sobreviven y tienen derecho a operar en él. Vaya falacia. Examinemos primero el concepto del darwinismo sobre la evolución. Darwin enunció los principios de la selección natural según la cual las especies mejor adaptadas son las que se perpetúan en el medio, en su nicho ecológico. Enmarquemos estas ideas dentro del libre mercado.