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De la dieta mediterránea a la casquería navideña
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María Antonia Trujillo

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De la dieta mediterránea a la casquería navideña

He tenido la oportunidad de compartir en mesas “muy cualificadas” conversaciones y decisiones sobre la dieta mediterránea. Aunque no he dudado de sus beneficios, me parecía

He tenido la oportunidad de compartir en mesas “muy cualificadas” conversaciones y decisiones sobre la dieta mediterránea. Aunque no he dudado de sus beneficios, me parecía que la dieta mediterránea era cara y no coincidía con el contenido de la mayoría de carros de la compra que salían de los mercados. Patatas fritas, bollería industrial, comida precocinada, conservas, etc. Si llenas la cesta de verduras, frutas y pescado, te arriesgas a que la cajera de turno te diga “¡Qué comida más saludable!”.

 

Desde hace varios años quería escribir sobre este tema. Ahora, que acabo de leer Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial, del británico Raj Patel, no puedo desaprovechar la ocasión. Y más aún cuando, en los últimos meses, los medios de comunicación han relacionado la dieta alimenticia con la crisis económica mundial; la especulación con la crisis alimentaria; la alimentación con la salud, sobre todo, con el sobrepeso y la obesidad; la dieta mediterránea con el patrimonio cultural de la humanidad; en fin, el consumo de casquería con estas navidades.

 

Todo surgió en la pasada legislatura cuando, al analizar los cambios que se estaban produciendo en los hábitos alimentarios de la población española -enmarcada dentro de la dieta mediterránea- se decidió políticamente fomentar esta dieta junto al deporte (estrategia NAOS, entre otras). La valoración de la dieta española de acuerdo con el Panel de Consumo Alimentario del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, concluye que la dieta de los españoles se ha modificado notablemente en los últimos 40 años, alejándose del modelo tradicional de la dieta mediterránea. Para hacer frente a esto, se requieren estrategias que fomenten la alimentación saludable y la recuperación de nuestra cultura alimentaria con la ayuda de las nuevas tecnologías de producción, conservación, comercialización y distribución de alimentos.

 

Pero, ¿qué es la dieta mediterránea? ¿Es sostenible social, económica y medioambientalmente? ¿Quiénes la comen?, ¿Cuánto cuesta? ¿Varía por Comunidades Autónomas? ¿Depende del estrato socioeconómico, del tamaño de los núcleos de población, de la tipología de familia, de la edad, etc.?

 

El grupo de alimentos típicos de la dieta mediterránea lo forman verduras y hortalizas, legumbres, frutas, cereales y pescado. Y si los hábitos alimentarios relacionados con la dieta mediterránea han cambiado en las últimas décadas, mucho más lo han hecho en los últimos meses con la crisis económica, que ha traído un descenso del consumo de estos alimentos y la compra de sustitutos. Además, ha aumentado la compra de marcas blancas, hasta un 39% más baratas. El IPC adelantado de noviembre no traslada los mejores datos de inflación a los precios del sector alimentario. Suben bastante los limones, la harina de trigo y el arroz, básicos en la dieta mediterránea. Y, en los cítricos, se dispara el precio del campo al supermercado. Como en las aceitunas, los ajos y las patatas.

 

La crisis económica ha favorecido un incremento sustancial del consumo y de la rentabilidad en el segmento de comida rápida, la más alejada de la dieta mediterránea aunque se empeñen en acercarla a las costumbres de los consumidores locales ofreciendo ensaladas y alimentos más saludables. Menos mal que algunos comparten todavía el reto de Santi Santamaría a Burger King en su libro La cocina al desnudo.

 

Una dieta nada barata

 

Por tanto, no es barato seguir la dieta mediterránea. Comer frutas, verduras y pescado es más caro que comer grasas (hay muchos estudios sobre esto). Una familia que siga una dieta mediterránea gasta más de dos mil euros más al año. Y según Cáritas, en España hay varios millones de personas con ingresos muy inferiores a los mencionados más arriba.

 

De ahí, que muchos digan que en estas navidades, en vez de comer capón o besugo y mariscos, se comerá casquería (mollejas, callos, criadillas, lengua, sangre, etc.). Parece que ha llegado el momento de sustituir el “pavo por conejo” de las pasadas navidades por la casquería de éstas. Y si no se llega, la fast food supone menor coste con, eso sí, mayor carga calórica.

Sin embargo, la paradoja es que, si seguimos de forma general la dieta mediterránea, ese coste que asumimos es inferior al coste económico que representa el gasto sanitario asociado a la obesidad y el gasto social que representan las bajas laborales y el desempleo. En efecto, en un reciente estudio del Center of Disease Control and Prevention (Atlanta-USA), se constató que en países en desarrollo la obesidad se correlaciona de forma clara con los ingresos. Sin embargo, en países desarrollados, la correlación es inversa: a mayor ingreso, menor obesidad.

El mismo estudio constata que la prevalencia de obesidad es mayor en las áreas urbanas que en las áreas rurales, lo cual demuestra que estas últimas, al conservar la posibilidad de ser economías autárquicas, que cultivan lo que consumen, aunque tengan ingresos bajos, no caen en la trampa de las “calorías baratas”. Queda claramente demostrado que la obesidad tiene que ver con el poder adquisitivo de las familias y con sus patrones económicos. Es decir, que la obesidad tiene que ver con el bolsillo y el bolsillo con la dieta. Hay más sobrepeso y obesidad entre las clases más desfavorecidas, entre las personas con menos estudios y más en los parados que en los ocupados. ¿Son estos estratos sociales los más perjudicados en su salud por no seguir la dieta mediterránea? ¿Pueden consumirla si es tan cara? ¿No es contradictorio que las políticas comerciales incentiven la producción, el comercio y el consumo de alimentos altos en grasas y azúcares en detrimento de la dieta mediterránea impulsada por las políticas de salud pública? Pero, ¿quién paga ésta?

A pesar de todo, hay iniciativas eficaces para seguir la dieta mediterránea. La última ha servido para dar información y transparencia al mercado alimentario. Me refiero al nuevo indicador oficial de precios ofrecido por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, tan criticado por la patronal del sector comercial de la distribución. En mi opinión, al dar más transparencia, se convierte en una herramienta útil para que los consumidores adopten las decisiones más adecuadas en un momento de crisis económica, contrastando los precios de la alimentación entre ciudades, formatos comerciales y marcas y ahorrando entre 76 y 160 euros sólo en alimentación y bebidas. Orense más barata que Bilbao, Cádiz y Valencia, las tres ciudades más caras. Comprar en grandes supermercados es más caro, según el formato de distribución. Pero, por productos, el comercio tradicional es el más caro para la compra de pescado; los hipermercados para la carne y los grandes supermercados para frutas y hortalizas. ¿Es más barato Carrefour que El Corte Inglés?

Esto me suena a cuando publiqué las estadísticas del precio de la vivienda ofreciendo, además del precio de la vivienda libre, el de la vivienda protegida, el de tasaciones y transacciones inmobiliarias, el del suelo, las cuentas satélite de vivienda, etc. A nadie le gustaba, porque daba información y transparencia a un mercado piramidal, el de la vivienda, y a otro oligopolístico, como el del suelo. Pero de esto también hablaré. Cuando proceda. El consumidor español, como el comprador-usuario-inversor de una vivienda, todavía no está ni bien formado ni bien informado. Bienvenidas las estadísticas a los mercados. Son la regla de oro de una economía de libre mercado.

He tenido la oportunidad de compartir en mesas “muy cualificadas” conversaciones y decisiones sobre la dieta mediterránea. Aunque no he dudado de sus beneficios, me parecía que la dieta mediterránea era cara y no coincidía con el contenido de la mayoría de carros de la compra que salían de los mercados. Patatas fritas, bollería industrial, comida precocinada, conservas, etc. Si llenas la cesta de verduras, frutas y pescado, te arriesgas a que la cajera de turno te diga “¡Qué comida más saludable!”.