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El Chatarrero, su mujer y otras cosas del comer
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Ángeles Caballero

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El Chatarrero, su mujer y otras cosas del comer

Cada jueves, el día del menú a 12 euros, el ritual se repite y el restaurante del desguace se convierte en un espectáculo. Nada de esto veía desde la ventana del coche cuando era pequeña. Nunca es tarde

Foto: Entrada de la cafetería de Desguaces La Torre. (Á. C.)
Entrada de la cafetería de Desguaces La Torre. (Á. C.)

Hace muchos años, íbamos en verano a un merendero de la carretera de Toledo, a la altura de Parla. Que ya son ganas de ir hasta ahí para refrescarse, pero bueno. Al lado estuvo siempre Desguaces La Torre, un lugar imposible de no ver desde la ventana del coche cuando vas a Aranjuez a tomar fresas con nata.

Han tenido que venir las revistas del corazón y unos cuantos líos con la Justicia para poner en el mapa y en el lugar de la historia de España que se merece a Luis Miguel Rodríguez. El dueño del mayor desguace de Europa. Empresario con problemas por quítame allá unas licencias urbanísticas. Actual pareja de la exdirectora consorte de 'El Mundo' Ágatha Ruiz de la Prada, expareja de la nietísima, Carmen Martínez-Bordiú. Alias el Chatarrero. Alias el Reciclador. Alias el mejor arroz con bogavante de Atocha para abajo. Y solo por 12 euros, oiga. Uno de los secretos culinarios mejor guardados de la gastronomía madrileña de andar por casa. Hasta ahora.

Cada jueves, el día del menú a 12 euros con arroz con bogavante (en invierno, hay un cocido de película), el ritual se repite y el restaurante del desguace se convierte en un espectáculo. Y no por la decoración del comedor, que parece, tan aséptica y 'minimal', una sala de espera de aeropuerto. Ni rastro de corazones de Ágatha, ni un pequeño parecido a lo que se espera de un mesón de periferia sur, antes pobre, y antes roja, de Madrid. La periferia a la que le gustan el cochazo, el chaletazo y el filetazo.

Foto: El dueño de Desguaces la Torre, con su nueva pareja, la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada.

Con un 'parking' en el que se alternan las dos Españas, la del Mercedes y la de la ‘furgo’, y en el que no parece que haya hueco para esas moderneces de coches híbridos y demás mamandurrias de progres. Con un cartel en la entrada en el que se advierte de que nada de pagar con tarjeta, que ese paraíso 'low cost' para el estómago se alimenta con dinero en metálico (para los despistados, hay unos cuantos cajeros en la puerta).

Manteles y servilletas de tela y medio folio fotocopiado en cada mesa que anuncia un menú con el plato estrella. Ese arroz con bogavante que atrae a una parroquia que se conoce de otras ocasiones. Ellas se besan cuando se encuentran, ellos se dan collejas como las de Amparo Baró en 'Siete vidas'. Los empleados del desguace (porque no hay una sola mujer) lucen mono con los colores de la bandera de España, huelen a grasa de coche, a ropa que se lava con agua a 60 grados y quitamanchas, beben agua, vino con gaseosa. El jefe, el Chatarrero, les deja el menú a nueve euros. Qué detalle.

placeholder Arroz con bogavante y el menú del día.
Arroz con bogavante y el menú del día.

La mesa de al lado la ocupan siete mujeres; una de ellas apenas tiene 10 años y lleva uniforme de colegio concertado, las otras seis son adultas arregladas, con retoques estéticos con desigual resultado, una se da un aire a Raquel Mosquera y otra a Ana Botella. El encargado luce camisa de cuadros de manga corta y les recuerda a todas, exaltado, como si fuera José Luis Moreno en ‘Noche de fiesta’, que están “cada día más guapas”.

Hay dos baldas con licores (sí, hay DYC), postres caseros (una de las especialidades de la casa) y se ha hecho hueco a una televisión en la que se emiten las noticias de Telemadrid. Hay un rincón sagrado por el que nadie pregunta. Un par de mesas con el cartel de reservado. Porque ese sitio es para el jefe y sus hermanos. Hay jubilados que acuden jubilosos a comer por semejante ganga: primero, segundo, postre y café por 2.000 pesetas. Hay un par de apaños, que es como definimos en mi familia a las parejas en las que la diferencia de edad es más que evidente en favor de ellas.

El arroz con bogavante de mi compañero de mesa es una ración generosa con la cabeza del bicho asomando esplendorosa; la mía es algo más ligera y apenas tengo un trozo minúsculo de crustáceo. Estoy a punto de protestar por semejante micromachismo pero estoy en un terreno sin hueco para el empoderamiento y el sentimentalismo. Ni una foto de famoso, ni una cabeza de ciervo ni toro de lidia; a cambio, bolsos de Tous, riñoneras y pulseras de cuero, en un vago intento de aproximación al pijo madrileño.

placeholder Vino, casera y dos raciones de pan para acompañar al menú. (Á. C.)
Vino, casera y dos raciones de pan para acompañar al menú. (Á. C.)

Entra una pareja y salen todos a saludarles. Está claro: mandan en esa plaza. Él, hermano mayor de Luis Miguel, le recrimina a un camarero que la carne de la mesa de al lado está demasiado cruda. Ella, pareja, esposa o simple coincidencia del día, destila la seguridad de la primera dama. Pagamos en la caja. Veinticuatro euros de nada.

A la salida se escucha la voz de Dani Mateo, que para la que escribe se parece bastante a la sala de espera del infierno. Suena su programa en Los 40 Principales. Entro en el desguace, donde lucen infinitamente mejor colocados los motores por marcas que las camisetas de cualquier Bershka a la media hora de abrir la tienda. El encargado, al verme con mochila, me advierte con picardía: “¿No llevará ahí una pieza de repuesto, eh?”. Con la pinta de ursulina que tengo… Hay carteles que anuncian corridas de toros y carreras de motos. Viva España. También hay una que obliga a entrar con camiseta. Imaginen lo que habrán visto los de la puerta para adoptar semejante decisión.

placeholder El postre. (Á. C)
El postre. (Á. C)

Aparece Luis Miguel, objeto de deseo si hacemos caso a lo que cuenta la prensa rosa. Va en vaqueros y polo de manga corta. A los cinco minutos lleva puesto un sombrero de paja, y charla animadamente con dos fumadoras de buen ver a la puerta de sus dominios. El arroz con bogavante, cuando hay mujeres de por medio, puede esperar. Es el dueño del cortijo, el capataz de la hacienda, y lo sabe.

Nada de esto veía desde la ventana del coche cuando iba a Aranjuez de pequeña. Nunca es tarde.

Hace muchos años, íbamos en verano a un merendero de la carretera de Toledo, a la altura de Parla. Que ya son ganas de ir hasta ahí para refrescarse, pero bueno. Al lado estuvo siempre Desguaces La Torre, un lugar imposible de no ver desde la ventana del coche cuando vas a Aranjuez a tomar fresas con nata.

Desguaces La Torre Luis Miguel Rodríguez