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Todos los Santos: lo que nos dicen los muertos (si quisiéramos escucharlos)
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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Fotos: Jorge Álvaro Manzano

Todos los Santos: lo que nos dicen los muertos (si quisiéramos escucharlos)

Morirse no nos iguala a todos, dice Ainara Ariztoi, guía del cementerio sacramental de San Isidro, el más antiguo de Madrid. Hasta para morirse en el siglo XIX en Madrid había clases

Ainara llora delante de la tumba de Anita. No sabe sus apellidos, no conoce su aspecto, no es parte de su familia ni tampoco su amiga. Los ojos se le humedecen porque está delante de la lápida de una niña que falleció en Madrid en el siglo XIX, en una época en la que casi la mitad de los menores no llegaban a los seis años. Sus padres pagaron una buena cantidad de dinero por apenas un metro cuadrado de mármol en el que le dicen que nunca podrán olvidarla.

[Álbum: visita al cementerio de San Isidro]

El escultor talló a la niña subiendo al cielo y al butacón en el que permanece su ropa. A Anita la rodean decenas de lápidas de niños. Morirse no nos iguala a todos, dice Ainara, rodeada a un lado de panteones majestuosos repletos de apellidos compuestos y de otro por nichos anónimos, muchos deteriorados por el paso del tiempo. Hasta para morirse en el siglo XIX en Madrid había clases.

placeholder Visita guiada al cementerio de San Isidro. (J. Álvaro Manzano)
Visita guiada al cementerio de San Isidro. (J. Álvaro Manzano)

El cementerio sacramental de San Isidro es el más antiguo de Madrid. Desde 1811 alberga a centenares de fallecidos a los que les visitó lo inevitable, pero Ainara Ariztoi, que es guía acreditada y trabaja en él, proyecta de todo menos tristeza y ese aire lúgubre que rodea a la muerte en estos tiempos. “Les tengo a todos mucho cariño”, “Me he enamorado del duque de Denia” o “Soy fan de los nichos” son frases que pronuncia mientras explica algunas de las joyas que alberga este lugar.

Benlliure, amor y guerra

Entre medias de uno de los mayores cipresales de Europa se esconden estatuas de Mariano Benlliure, historias de amor y de pena y uno de los refugios de los republicanos durante la Guerra Civil. Los orificios de bala son la prueba de que también ahí se mataron los dos bandos.

placeholder Cristo que vigila a los duques de Denia, obra de Mariano Benlliure. (Jorge Álvaro Manzano)
Cristo que vigila a los duques de Denia, obra de Mariano Benlliure. (Jorge Álvaro Manzano)

Le damos la espalda a la muerte, la escondemos, como si no nos fuera a tocar”, explica Ainara. Y si no le damos la espalda, la explicamos con números. Como esos que dicen que en España fallecieron en 2017 423.643 personas, un 3,2% más que el año anterior. Esos que dicen que hubo 31.245 muertes más que nacimientos y la esperanza de vida se mantuvo en los 83,1 años, según el Instituto Nacional de Estadística. Somos un país de viejos y de padres añosos en el que las pensiones casi no están garantizadas, pero sí lo está que morirse cuesta unos 3.500 euros de media, según la OCU.

placeholder Detalle de la tumba de Cristóbal Oudrid. (J. Álvaro Manzano)
Detalle de la tumba de Cristóbal Oudrid. (J. Álvaro Manzano)

La nariz de Cristóbal Oudrid ha desaparecido por culpa de las balas. En su tumba están esculpidas una lira (fue uno de los fundadores de la zarzuela y compuso 'El sitio de Zaragoza'), una frase de su mujer (le importaba más la música) y una corona de siemprevivas en la que se entremezclan bellotas (era de Badajoz). “Las tumbas hablan, están llenas de elementos que nos hablan de la vida de los que se fueron”, dice Ainara.

Vecinos de Oudrid en este pabellón cuarto son el fundador del Museo Antropológico y un panteón de hombres ilustres en el que reposan Meléndez Valdés, Leandro Fernández de Moratín y Donoso Cortés. El mismo que acogió durante un tiempo a Francisco de Goya, cuyos restos están hoy en la ermita de San Antonio de la Florida. “Para saber de un sitio, basta con conocer los bares y el cementerio”, explica Ainara.

La copla y la Generación del 27

El paseo es puro stendhalazo, con obras de arquitectos como Antonio Palacios y Arturo Mélida Alinari, un incomprendido de su tiempo por la originalidad de su obra. La guía se para en una de sus favoritas: Consuelo Vello Cano, ‘la Fornarina’. Una cantante de cuplé con apenas 15 años de carrera profesional, los suficientes para ganarse el respeto del público europeo y contar con admiradores como Jacinto Benavente y los hermanos Machado. La estatua alada que preside su tumba tiene la cabeza cercenada (otra vez la guerra) y tiene un parecido más que razonable con la Victoria de Samotracia.

placeholder Tumba de la Goya. (Jorge Álvaro Manzano)
Tumba de la Goya. (Jorge Álvaro Manzano)

La Fornarina era hija de guardia civil y de lavandera, una profesión que reivindica una de las rutas de este cementerio. “Hubo casi 5.000 lavanderas en Madrid. Mujeres anónimas, con vidas durísimas, con las manos destrozadas por la lejía y la sosa cáustica, anónimas, a las que nadie tenía en cuenta”, explica Ainara. Una lápida de las Hijas de la Caridad recuerda que es la institución que las acogió junto con sus hijos. Vidas anónimas que no se parecen en nada a la de una superviviente del Titanic llamada María Josefa Pérez, cuyo primer matrimonio tenía prevista una luna de miel de dos años que se vio truncada por el accidente. Ella sobrevivió y su segundo marido le diseñó un panteón majestuoso en el que reposan sus restos.

[Álbum: visita al cementerio de San Isidro]

Hay historias de amor descritas en tumbas y en cartas como la de los duques de Denia, hay estatuas esculpidas con tanto detalle que se cuentan los pliegues de las túnicas y los de la piel, hay muertes que aparecieron en los diarios de la época, hay fallecidos como el jurista y expresidente del Ateneo José Moreno Nieto a cuyo entierro acudieron 8.000 personas, hay silencio y respeto.

placeholder Panteón de Encarnación López, la Argentinita. (J. Álvaro Manzano)
Panteón de Encarnación López, la Argentinita. (J. Álvaro Manzano)

Hay algo de lúdico y mucho de cultural. Hay una notable representación de ese género denostado ahora y entonces que es la copla. La Fornarina, pero también la Goya y la Argentinita, la misma que llamaba compadre a García Lorca y posaba en las fotos con un jovencísimo Rafael Alberti. Y a esas horas también hay un entierro. Diluvia en Madrid y llegan los coches, los paraguas y las coronas de flores recién cortadas. Hoy y mañana no hará falta cambiarlas. Sí, quizá, nuestra forma de afrontar la muerte.

Ainara llora delante de la tumba de Anita. No sabe sus apellidos, no conoce su aspecto, no es parte de su familia ni tampoco su amiga. Los ojos se le humedecen porque está delante de la lápida de una niña que falleció en Madrid en el siglo XIX, en una época en la que casi la mitad de los menores no llegaban a los seis años. Sus padres pagaron una buena cantidad de dinero por apenas un metro cuadrado de mármol en el que le dicen que nunca podrán olvidarla.

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