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Tres Españas, un barrio
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Ángeles Caballero

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Tres Españas, un barrio

En Usera, con unas manzanas de diferencia, se vota el rojo más rojo o el morado más intenso, pero también hay feudos naranjas. Un paseo entre pistas de pádel, un Chinatown y centenares de jamones

Foto: Foto: Ángeles Caballero.
Foto: Ángeles Caballero.

Día 1. Calle de Marcelo Usera. Del Matadero a plaza Elíptica.

“Estoy muy contenta. Limpio una casa tres veces a la semana, de nueve a una, y me pagan 300 euros. […] Como no quiero perder el puesto en el mercado, me propuse vender huevos, pero en la asociación de mujeres me han dicho que mejor un producto no perecedero por si se me da mal, así que voy a vender perfumes de imitación”. Jugar a Villarejo en el autobús, escuchando conversaciones ajenas, es un poco vivir otras vidas. También es ser bastante cotilla.

Nos bajamos en la misma parada, al inicio de la calle Marcelo Usera. A ambas nos recibe una banderola con la cara de Pepu Hernández, con el gesto bonachón de siempre y el bronceado del que pasa mucho tiempo al aire libre. Bienvenidos al feudo electoral del PSOE. En esta calle, que comienza junto al Matadero de Legazpi y acaba en la plaza Elíptica, Pedro Sánchez obtuvo el 34% de voto el pasado 28 de abril.

Un día cualquiera en el distrito que ha visto crecer a Ana Rosa Quintana y Mar Flores. Casi nada

El barrio se llena de modernos con el año nuevo chino, pero hoy es un día cualquiera. Un día cualquiera en el distrito que ha visto crecer a Ana Rosa Quintana y Mar Flores. Casi nada.

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Foto: Á. C.

Aprieta en calor a las 10 de la mañana. Los escaparates son un deleite para alguien como yo, con una tendencia irresistible por el feísmo urbano. Hay un mercado latino, una mercería llamada Mamá Guapa y una peluquería, Arte Español, con su bandera rojigualda. Zapaterías con pantuflas que muchos creerían descatalogadas, carteles que anuncian conciertos de Grupo 5 y de Roberto Lugo, “el galán de la salsa”. A la altura del número 16, un joven habla chino por teléfono.

Y como nadie está libre de pecado ni de gentrificación, hay un local llamado Gerard Patisserie jugando a ser Ladurée. Cerca, la librería Acuarela exhibe en su escaparate el ‘Manual de resistencia’ de Pedro Sánchez y ‘La España en la que creo’ de Alfonso Guerra. A Iván Redondo le gusta esto. Hay un local fascinante llamado El Corte Italiano donde hay vestidos por 1.000 euros para epatar en las ceremonias, hay otro con vestidos de comunión que son una oda al barroco. Por la calle huele a comida, plástico y acetona. A China, Latinoamérica y España.

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Foto: Á. Caballero.

En cambio, el bar en el que entro huele a frito. De ese frito con la fuerza de un millón de perfumes que solo se va con lavadora. Con camareras con uñas de gel, fotos de las raciones y un jamón de pata blanca. La especialidad de la casa es el 'helado en copa'. Fascinación absoluta.

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Foto: Á. C.

En la calle, dos señoras hablan de achaques y de lo que tarda la sanidad pública en hacerte una prueba diagnóstica. “A este paso me muero”, dice la afectada mientras compra un cupón de la Once. En una esquina, una inmobiliaria que ocupa media manzana está repleta de público asiático, pero mis ojos se dirigen a Moda y Complementos Rosa López, prima hermana de Parma y El Danubio Azul, esas dos tiendas de señora de la calle Preciados donde he pasado tardes esperando con mi padre mientras madre estaba en el probador.

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Foto: Á. C.

Pero toda esta oda al mestizaje se minimiza al adentrarte por calles como Amor Hermoso o Dolores Barranco. En ellas, hay más letreros en chino que fotos de candidatos a las elecciones. Agencias matrimoniales, centros de estética, teterías, supermercados y ropa. La pequeña y ruidosa China se maneja como pez en el agua en una zona del distrito a la que no le vendría mal algo más de limpieza.

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Foto: Á. C.

“Es un barrio muy barrio, bastante 'freak', con restaurantes chinos que hacen comida latina. Con un punto castizo y también algo peligroso. He vivido siete años en tres casas distintas. En la última, la limpieza venía solo una vez por semana. En el verano, el olor era terrible”, explica Fabio Vinuesa, que lleva dos años viviendo en Arganzuela y reconoce que su estancia en Usera tuvo que ver con el precio de los alquileres. “Pagaba por un estudio para mí solo 300 euros”, dice. Hoy vive en un piso compartido.

Día 2. Almendrales. La zona nueva de Antonio López.

Aunque aún resisten algunos talleres mecánicos de lo que algún día debieron ser las afueras de Madrid, un majestuoso supermercado Lidl da la bienvenida a una de las zonas en que Ciudadanos obtuvo buenos resultados en las pasadas generales, un 21%. La nueva clase media que aspira a una vivienda con aire burgués pero con precios de Usera. Esas familias con niños pequeños a los que regalaron pendientes de Tous al nacer, que llevan a los críos a colegio concertado aunque ellos de religión poco, también a extraescolares de inglés y robótica.

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Foto: Á. C.

Lo bueno de las zonas nuevas es que los locales que se crean revelan las necesidades y aspiraciones del vecindario. Lo malo es que se parecen todas. Getafe Norte, El Bercial, Las Tablas, Valdebebas, Sanchinarro y the New Antonio López. Hay una clínica dental de diseño, una escuela infantil donde siempre parece oler a Nenuco, una tienda de ropa en la que venden “primeras marcas” a buen precio, un 'lounge bar', farmacias donde reina la dermocosmética.

En las nuevas construcciones, nada nuevo. Nombres de urbanizaciones con pretensiones y necesidades imprescindibles para la dignidad del urbanita de hoy: pistas de pádel, polideportivo y piscina, y zonas comunes por doquier plagadas de actividades. El infierno del misántropo.

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Foto: Á. C.

En Casa Mariano, es la hora del café de media mañana. El camarero, carne de gimnasio y tatuajes, conoce a la parroquia y ya sabe quién quiere tomate en la tostada. Hay un cartel que anuncia el alquiler de una plaza de garaje por 70 euros. A mi lado, tres treintañeros. Apostaría todo lo que tengo a que son comerciales. Uno de ellos se lamenta: “Me ha gastado 80 euros en el cumpleaños de Gael. Entre el cine, las palomitas y el Burger King…”. Sus compañeros asienten y se solidarizan. Son limpios, aseados, de los de 'aftershave' e hidratante. Uno de ellos lleva jersey Tommy Hilfiger.

Las calles están vacías y los parques están plagados de hormigón y de árboles que tardarán años en dar buena sombra. Cambio de rumbo y vuelvo al metro por la avenida de Córboba. Al carajo Google Maps. Entonces descubro algo parecido a la felicidad. Se llama Delicias del Museo. La Central del Buen Gusto. Un bar con tamaño de nave industrial donde hay decenas, centenares de jamones. Ojalá mis cenizas sean esparcidas ahí cuando muera.

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Los camareros cantan las comandas, uno dice frases como “largo que te traigo”, puedes ponerte hasta arriba de embutido, pan blanco, montados con el tamaño del Santiago Bernabéu. Cafés a un euro. Y con tienda en la que llevarte comida para sobrevivir al Apocalipsis. Estoy en esa España que a las 11 de la mañana no concibe ingerir otra cosa que no sea tercio y bocadillo.

  • “Ya le digo a mi hijo que el dinero que gana se lo gaste en oro, porque no bebe ni fuma”.
  • “Qué bien colocao estaba tu hijo en el DIA, qué pena. Y qué gordo que se te ha puesto, eso que no es feo. La de veces que me ha despachao”.
  • “Bebe agua y que no se quede nada”.

Conversaciones cruzadas de gente que va en bata y zapatillas de estar por casa a desayunar. ¿Quién quiere una pista de pádel pudiendo vivir entre jamones ibéricos?

Día 3. Orcasitas Downtown.

Hay muchos Useras en uno. Hoy toca Orcasur, con su calle de la Expropiación, su parroquia de la Preciosa Sangre, su plaza de la Asociación… Aquí las derechas no tienen mucho predicamento. Entre PSOE y Unidas Podemos sumaron el 28-A el 65% del voto.

placeholder Plaza de la Asociación. (Á. C.)
Plaza de la Asociación. (Á. C.)

Hay más ropa tendida que banderas, aunque en esa plaza, la de la Asociación, es en la que arrancó la campaña Más Madrid. Hace un sol espléndido a media mañana, y los edificios de pisos son casi iguales. Al menos en una docena de balcones lucen, con fondo lila, las caras de Manuela Carmena e Íñigo Errejón. Alcaldesa y/o presidente. O ninguna de las dos cosas después de este domingo.

Los vecinos llevan ropa de deporte y bolsas de la compra. Hombres, mujeres y niños. En la terraza de un bar, solo queda una mesa libre. En este mayo tengo la sensación térmica del peor de los julios, así que pido un doble de cerveza. Bueno, y porque los vecinos de uno y otro lado de mi mesa es lo que beben, y allá donde fueres haz lo que vieres.

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Foto: Á. C.

Saco la libreta con la elegancia del que va a hacer un dibujo al carboncillo del paisaje, cuando lo que quiero es hablar con los vecinos. La madre y la hija de la mesa de al lado son la risa personificada y enseguida me integran. Están hablando con otra chica por teléfono y la conversación está a disposición del que quiera escucharla.

Mencionan a “la Afri”, y entre ellas se llaman “so guarra” y “cochina”. Se parten de la risa. Yo tengo poco que impostar esas risas, puesto que me he criado en un pueblo en el que una conocida era “Chochi” para su novio, y éste recibía el cariñoso mote de “Colita”. Me han hecho sentir 30 años más joven, cosa que agradezco.

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Foto: Á. C.

Llega una tercera con un cachorro, al que llaman “chochillo”. Doy gracias al Altísimo por semejante momento de gloria vecinal. La nueva incorporación lleva tatuado un perro en su pantorrilla y la frase: “Siempre jugando en mi corazón”. Hablan a voces, no parecen tener prisa y lamentan las maternidades tan tempranas de algunas jóvenes del barrio. De abuelas demasiado jóvenes que acaban asumiendo la responsabilidad de los nietos. “Yo flipo: [la madre] baja el coche con el niño a la corrala y lo deja ahí mientras ella se fuma unos porros”, dice una de ellas.

Acabamos hablando de perros, de mi alergia y la incompatibilidad que eso supone para tener uno. No quieren saber nada de política. En la otra mesa, también con perro, se habla de presupuestos de ventanas. Minutos más tarde sabré que esa aglomeración canina de la zona se debe a que cerca hay una consulta veterinaria.

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Foto: Á. C.

En las paredes de la asociación vecinal se mezclan carteles de Carlos Sánchez-Mato, Alberto Garzón y otros candidatos de izquierda a los que a estas alturas muchos no conocen. Se anuncian talleres, actividades, se detecta en las caras algo de cansancio y conformidad con el destino. Varios abuelos pasean carritos de bebé con la misma cara de hastío que en cualquier otro barrio. Aquí solo se viene a hacer campaña, dice uno. Como los periodistas.

Día 1. Calle de Marcelo Usera. Del Matadero a plaza Elíptica.