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El síndrome de la acera
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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El síndrome de la acera

Castro, sempiterno alcalde de Getafe, cumplía con eso que denomino síndrome de la acera. Ese que te hace atender los boquetes de las aceras, escuchar lo que te cuentan los parroquianos

Foto: El alcalde de Cádiz, José María González 'Kichi'. (EFE)
El alcalde de Cádiz, José María González 'Kichi'. (EFE)

La escena se repitió muchas veces durante mi adolescencia. Un poco antes de las ocho de la mañana me encontraba a mi madre mirando por la ventana con actitud de espía. “Mírale, ahí lo tienes, corre que te corre por las calles”, decía. El que corría era Pedro Castro, sempiterno alcalde de Getafe, que a esas horas solía pasearse por el pueblo con la rapidez de un corredor de marcha buscando el favor del público y de paso el voto. Con o sin campaña de por medio.

“Pedro, que hay un boquete donde vivo”, le decía más de un getafense. Y Pedro le decía a su acompañante: “A ver dónde vive esta señora y manda a alguien”. Era, parafraseando a Rajoy, el alcalde que querían los vecinos porque eran los vecinos los que querían al alcalde. Concretamente, desde 1983 a 2011.

Casi tres décadas estuvo el socialista, al que votaban por encima de las siglas porque se abrazaba a Esperanza Aguirre con soltura para sonsacarle infraestructuras, porque se colgó la medalla de traernos la Universidad Carlos III y nos colocó el cartel a la entrada de “capital del sur y cuna de la aviación española”. Si hasta el equipo subió a Primera División.

Las elecciones municipales habrán sido la muerte del sorpaso, pero han supuesto también el triunfo del candidato 'meme', que no memo

Castro cumplía con eso que denomino síndrome de la acera. Ese que te hace atender los boquetes de las aceras, escuchar (o hacer como que, tampoco idealicemos) lo que te cuentan los parroquianos. Siempre impacientes, muchas veces pesados. El populismo antes de que le pusiéramos ese nombre en el vocabulario político y periodístico.

Las elecciones municipales habrán sido la muerte del sorpaso, pero han supuesto también el triunfo del candidato 'meme', que no memo. Arrasó el capitán Dinoseto, también conocido como Abel Caballero, con sus luces navideñas, su programa de radio atendiendo a los vigueses. Un 'Aló Abel' plagado de campechanía. Tanta, que como dijo el periodista Javier Gallego Crudo, “hemos votado a Caballero hasta los que no vivimos en Vigo”. De los 27 concejales del ayuntamiento gallego, 20 son suyos. Qué pena que no seamos familia.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (d), acompañado por el candidato a la alcaldía de Vigo Abel Caballero. (EFE)

También lo hizo Xavier García Albiol. Sí, el señor ese tan alto y tan bronco que habla sin filtro alguno, como los niños y los que se han pasado con el verdejo. El que hizo un vídeo lleno de vecinos a los que los estereotipos nos impedirían asociar con su papeleta. El que mitineó evitando las siglas del PP. Como Borja Sémper, el único que dignificó los resultados de Casado en el País Vasco y nos enseñó que sabe meter los cacharros en el lavavajillas. Lo que me gusta un señor que coloca los platos en su sitio.

Colau entrevistándose a sí misma fue otro acierto, mucho más que el rap, aunque nada original. Porque ya se había entrevistado a sí mismo Ángel Garó en 'Sálvame' en otro de esos momentos de la historia de la televisión que a los pedantes les pasará inadvertido. Esperemos que no signifique que solo se escucha a sí misma.

Con la política me pasa lo mismo que con los jefes. No necesito verlos en actitud cercana. Me importa más lo que piensan hacer con mis impuestos

Y qué decir de José María González, 'Kichi', que salió por la puerta grande en Cádiz y se pasó parte del domingo de elecciones en el bar, vestido de playa, para ver empatar a su equipo con el Granada. O el popular (en ambos sentidos) José María García Urbano, al que apoyaron casi el 60% de los esteponeros y que pasará a la historia como el autor intelectual del tobogán más viral de la historia.

Con la alta política (es un decir) me pasa lo mismo que con los jefes. No necesito verlos en actitud cercana, ni haciendo como que saben tirar una caña, abrazan perros, ancianos o niños. Mucho menos en actitud íntima. Me importa más lo que piensan hacer con mis impuestos que si saben distinguir una dorada de una lubina.

Si supieras, Carmena, la de boquetes que sigue teniendo mi acera…

La escena se repitió muchas veces durante mi adolescencia. Un poco antes de las ocho de la mañana me encontraba a mi madre mirando por la ventana con actitud de espía. “Mírale, ahí lo tienes, corre que te corre por las calles”, decía. El que corría era Pedro Castro, sempiterno alcalde de Getafe, que a esas horas solía pasearse por el pueblo con la rapidez de un corredor de marcha buscando el favor del público y de paso el voto. Con o sin campaña de por medio.

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