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Ángeles Caballero

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Otro verano contigo

El termómetro marca 38 grados, el sol nos da en la cara y nos deslumbra. Espero a que el semáforo se ponga en rojo mientras me agarras con tu brazo suave para no caerte

Foto: Personas cruzando un paso de cebra en una ola de calor. (EFE)
Personas cruzando un paso de cebra en una ola de calor. (EFE)

En la calle, el termómetro marca 38 grados, el sol nos da de lleno en la cara y nos deslumbra. Mi tensión arterial y yo somos más felices en invierno, pero espero paciente a que el semáforo se ponga en rojo para los coches y así podamos cambiar de acera. Me agarras con tu brazo suave para no caerte.

Te recuerdo odiando a la humanidad cuando llegaban las primeras altas temperaturas, yéndote a dormir la siesta tirada en el suelo porque las baldosas eran lo único fresco de la casa. También te recuerdo contándoselo a todo el mundo, orgullosa y divertida, como si esa costumbre te dotara de superpoderes. “Ni un hueso me duele”, decías al levantarte.

Hoy y mañana superaremos los 40 grados y a mí no habrá quien me aguante, pero te da igual, porque ahora siempre tienes las manos frías. Por eso me pides “una rebequita” para disfrutar de un café diario que tiene que estar ardiendo o no será. Hoy soy yo la que suplica por un verano en Noruega, la que bendice al que inventó el aire acondicionado y las gomas que alejan mi pelo del cuello. La herencia recibida.

Te recuerdo odiando a la humanidad cuando llegaban las primeras altas temperaturas, echando la siesta en el suelo porque era lo único fresco

En apenas 15 minutos me has vuelto a preguntar por las vacaciones. Mientras te tomabas la espuma del café, mientras echabas la sacarina, mientras apurabas hasta el último poso. Te inquieta la ausencia, te bailan las fechas del calendario y a veces la memoria. Hoy pensabas que era agosto y me has regañado por no descansar.

Recuerdo cuando apuntabas en carteles, repartidos por la cocina, los próximos cumpleaños familiares. Tú, tan poco dada a las relaciones sociales, pero que no querías que se te escapara ni uno. Recuerdo que creías que veranear era un concepto sobrevalorado. “Hija mía, las mujeres no tenemos vacaciones. Seguimos haciendo camas y cocinando en agosto”, protestabas.

Te muerdes el labio inferior cuando te repito que, como el año pasado, estaré yendo y viniendo a Madrid en verano. Te digo que es por trabajo, pero también porque tengo que verte. Porque quiero verte y como tutora legal tuya que soy, te debo una explicación. Reaccionas lamentando mis idas y venidas, pero no disimulas que en el fondo te alegras.

Hay un montón de cosas que quiero contarte. Que el lunes vi a Isabel Preysler, que Belén Esteban ha vuelto a casarse (en casa siempre fuimos de Belén y de Chenoa), que anoche hice un arroz con verduras y calamares riquísimo, que no me gustan los finales de mes porque odio hacer facturas, que puede que repitamos elecciones generales. Hace tiempo que decidiste, un poco por voluntad propia, otro poco por la vejez, desconectarte de lo que pasa por ahí fuera.

—¿Y tantas banderas en los balcones? ¿Es que ha ganado Nadal?

—No, mamá, es por lo de los catalanes. Ya sabes, que se quieren independizar.

Te reías por el despiste. No sabes lo que me ayudan tus respuestas a aterrizar egos y preocupaciones.

Hay un montón de cosas que quiero contarte. Que el lunes vi a Isabel Presyler, que Belén Esteban ha vuelto a casarse y que anoche hice un arroz

Hay un montón de cosas que no puedo contarte. Como que me sigue chocando tenerte que ayudar a vestir. Que no me acostumbro a este cambio de roles, a cuidar de ti cuando hace poco te presentabas en casa con bandejas de croquetas y solomillos de los de verdad, “no de esos que compras tú”, como para dar de comer a todo el edificio.

Que lamento que la enfermedad te haya echado más años de los que tienes. Que muchas veces se me hace cuesta arriba venir a verte, que llevo ya tres cafés y no me apetece. Que es un jaleo cuadrar las vacaciones para que todo el mundo quede contento pero especialmente para que no te sientas sola. Porque yo también odio la canícula y hacer las camas desde junio hasta octubre. Y que viva enero.

En la calle, el termómetro marca 38 grados, el sol nos da de lleno en la cara y nos deslumbra. Mi tensión arterial y yo somos más felices en invierno, pero espero paciente a que el semáforo se ponga en rojo para los coches y así podamos cambiar de acera. Me agarras con tu brazo suave para no caerte.

Verano Familia