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Vuelta a lo de siempre en el Congreso (y un señor de Jaca)
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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Vuelta a lo de siempre en el Congreso (y un señor de Jaca)

Sánchez ha vuelto como siempre, encantado pero poco encantador. Lanzando pullas a un Pablo Casado con más enemigos dentro que fuera de casa

Foto: El diputado del PP Mario Garcés, durante su intervención en la sesión plenaria. (EFE)
El diputado del PP Mario Garcés, durante su intervención en la sesión plenaria. (EFE)

Dice el Evangelio esa frase tan consoladora de que “los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”. Lástima que eso no se cumpla en el Congreso de los Diputados (lo otro está por ver cuando toque), donde los primeros son los de siempre, a los que tenemos la cara ya dibujada, la catadura moral medida, memorizado el timbre de la voz y hasta la talla de cintura. Digo lástima porque es lo que ha dado esta vuelta a las aulas de nuestros honorables diputados. Empeñados en seguir con lo mismo que dejaron semanas atrás: la peleíta, los chispazos del 'spin doctor', la nada, el agujero del donut. Lo de siempre.

El presidente volvió con más tersura en la piel. Lo sabemos porque le hemos visto en televisión, y por eso debería compartir con la ciudadanía a la que vacuna sin importar su ideología el nombre del dermatólogo que ha obrado esa pieza maestra. Una frase demasiado larga, así que vayamos a lo que dijo y cómo. Sánchez ha vuelto como siempre, encantado pero poco encantador. Lanzando pullas a un Pablo Casado con más enemigos dentro que fuera de casa. “Me alegro de verle por aquí y espero que por mucho tiempo”, espetó.

Mientras, el líder del PP volvió a mostrarnos que es hombre de pocos cambios. Es buen orador, sí, a pesar del terreno en el que se mueve. Habló de palacios, de fútbol, los autónomos y los hogares, dijo que tenemos (o más bien sufrimos) al presidente más radical de Europa. Sánchez le comentó al respecto que lo ve inquieto y acelerado.

Yolanda Díaz se volvió a medir con Teodoro García Egea y lo acribilló con datos. No me dio tiempo a comprobar quién tenía razón. Cuca Gamarra habló de una hostelera de Granada e Iván Espinosa de los Monteros definió a una vicepresidenta del Gobierno como “marxista de salón”. Durante unos segundos no supe si llamar a alguien hostelera de Granada era un insulto y lo otro una referencia a la elegancia de la ministra de Trabajo. ¿Ven? Yo también he vuelto espesa.

Foto: Pablo Casado, en el Congreso. (EFE)

Con la luz hubo algunas perlas interesantes. Mientras Yolanda Díaz optó por criticar los “groseros beneficios de algunas empresas”, Teresa Ribera prefirió hablar de “beneficios extraordinarios”. Una tercera ministra, apellidada Belarra y de nombre Ione, aclaró que ella los llama “privilegios”, palabra que decidió acompañar de tres palabras: “siervos del oligopolio”. Así, que se note la armonía en el Gobierno de coalición.

Pero hablaba de los últimos porque son los que más mérito tienen. Los que aguantan ahí sentados esperando su momento para demostrar que tienen la lección aprendida, que hacen caso al asesor de turno con el argumentario, que saben morder cuando toca, echar sal a la herida, devolver la pelota.

Los últimos son los que más mérito tienen. Aguantan ahí sentados esperando su momento para demostrar que tienen la lección aprendida

Últimos como Edmundo Bal, que parece asistir con el ánimo imperturbable y con camisa con gemelos, la pulsera naranja. Ahí ven al diputado y abogado del Estado más simpático que se recuerda, afeando al bipartidismo el rastro que ha dejado a su paso. Ahí ven a Isabel Rodríguez y a Pilar Llop, que se estrenaron en el combate de su primera sesión. La primera agradecida y emocionada como Lina, la segunda con el colmillo afilado, el rostro muy pálido y un mechón de su cabello rebelde y terrible en mañanas húmedas como la de este miércoles de septiembre.

Pero me dejo para el final, porque los últimos seguirán siéndolo por mucho que lo diga el Evangelio, a Mario Garcés, diputado del Partido Popular por Huesca. “Es de Jaca”, me apuntó un amable tuitero. La revelación de esta soporífera vuelta al cole con el precio de la luz por las nubes (y sigue subiendo).

Garcés, con un cierto parecido físico a Jorge Moragas y una declamación digna de Joaquín Kremel, se creció en su turno. Se notó desde el inicio, solo por la forma en la que se quitó la mascarilla. Se apoyó y a mí eso me bastó para paralizar el guiso que estaba preparando.

Escuché por primera vez palabras desconocidas, como “sinecura” y conceptos como “pacto fáustico”. Se refirió a las relaciones con Cataluña como “catálogo de apaños”. Fue un hombre pegado a un atril que le sienta como un guante y que debería frecuentar muchísimo más. Hizo lo que las grandes, deleitarse cuando es su momento, y lo que hacen los buenos segundones, aprovechar cuando la luz opta por enfocar su cara. Largó, se despachó, dio un golpe en la mesa, casi de melena y volvió a su sitio.

Para que luego digan que hablamos de los de siempre.

Dice el Evangelio esa frase tan consoladora de que “los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”. Lástima que eso no se cumpla en el Congreso de los Diputados (lo otro está por ver cuando toque), donde los primeros son los de siempre, a los que tenemos la cara ya dibujada, la catadura moral medida, memorizado el timbre de la voz y hasta la talla de cintura. Digo lástima porque es lo que ha dado esta vuelta a las aulas de nuestros honorables diputados. Empeñados en seguir con lo mismo que dejaron semanas atrás: la peleíta, los chispazos del 'spin doctor', la nada, el agujero del donut. Lo de siempre.

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