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Sánchez se hace de Unidas Podemos, pero solo por un rato
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Ángeles Caballero

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Sánchez se hace de Unidas Podemos, pero solo por un rato

Pareció lo suyo una recopilación de las necesidades de sus ministerios para dejar contentos a todos. Como cuando en el bar le hacen un corazón a la espuma. Agradeces el gesto, pero sabes que es un maldito café con leche

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su intervención en el debate. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su intervención en el debate. (EFE/Javier Lizón)
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Se bajó del coche, se subió al atril y, entre folio y folio, administró las pausas. Como un profesional de la oratoria y del entretenimiento. La cosa fue un poco así: anuncio una medida, saco un gráfico, miro a mi grupo parlamentario, ellos aplauden y yo aprieto la mandíbula como si no quisiera entregarme a la coquetería y a la vanidad porque no estamos para bromas. Y así durante una hora y 20 minutos. Hola, mi nombre es Pedro Sánchez y, en mi diccionario particular, “ir a por todas” significa que desde hoy y hasta diciembre voy a ser de Unidas Podemos.

El presidente del Gobierno juega con sus principios como con sus canas. Esos mechones que oscilan alrededor de su regia cabeza según la ocasión, porque al resto de los mortales nos salen siempre por el mismo sitio. Hoy tocó hacerse muy de izquierdas porque dice que es consciente, que sabe y que se hace cargo de aquello por lo que estamos pasando. Que hay dos bestias negras que se resisten a dejar de acompañarnos y que se llaman inflación y Vladímir Putin. Que no todo va a ser culpa suya, hombre ya. Y tiene razón.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, este martes en el Congreso. (EFE/Chema Moya)

No le salen demasiado bien las bromas, como cuando dijo que desde el último debate celebrado en 2015 hasta ahora han cambiado muchas cosas, salvo, “permítanme la broma, el Poder Judicial no ha cambiado”. No todo le va a salir de cara en la vida. Y tuvo un fogonazo de ser humano, cuando se quitó la coraza y habló de los fallecidos en la pandemia como “vidas que necesitábamos”. Fue algo peligrosa esa disyuntiva planteada entre ejercer como curandero —“el que no dispone de datos y se beneficia de la enfermedad”— o como médico especialista. Que es una manera de llamar chamanes a los de la oposición y ponerse él la bata de George Clooney en ‘Urgencias’.

Por eso, y para compensar esa actitud de saberse guapo, Sánchez dedicó hoy una buena parte de su discurso a hacer de profesor de Macroeconomía. La oferta, la demanda, el consumo, los porcentajes, esas cosas. Tampoco es algo que pueda explicarse con 'gags' y chascarrillos, afortunadamente. Mientras lo hacía, los diputados de su grupo estaban casi todos con la mente en otro sitio y sus ministros lo miraban con atención. Solo Yolanda Díaz, bolígrafo en mano y con el cuaderno sobre la mesa, tomaba nota de vez en cuando. Una vicepresidenta segunda que no aplaudió algunas de las medidas estrella de este discurso sobre el estado de la nación: impuestos a las eléctricas y a las entidades bancarias. Aprovechó la euforia para tomar nota y así disimular. Sí aplaudió, en cambio, cuando se habló de abolir la prostitución.

Foto: Joan Baldoví y Ana Oramas durante el debate de investidura de Mariano Rajoy, en 2016.  (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Habrá que apretarse los machos, advirtió. Nos espera un otoño en el que habrá que bajar la temperatura de la calefacción, sacar menos el coche, teletrabajar más. Por eso nos ayudará a sufragar el transporte a los que vamos en tren. “La Renfe”, dijo Sánchez. Que se note que es de Cuatro Caminos. No quería arriesgarse, ni adornarse, ni entregarse al catastrofismo. Esta vez no dijo ni una sola vez compatriotas, sino ciudadanos. Pareció lo suyo una recopilación de las necesidades de sus ministerios para dejar contentos a todos. Como cuando en el bar le hacen un corazón a la espuma. Agradeces el gesto, pero tú sabes que no es más que un café con leche.

Dudo del efecto que habrá tenido con los ciudadanos. O lo verán simplemente desesperado. O si sabrán lo que sucede esta semana en el Congreso de los Diputados. Y puede que convenga recordárselo. A Sánchez más que a los ciudadanos. Porque no todos estamos como la vicepresidenta primera, que no le quitó la vista de encima y no paraba de asentir con la cabeza. O como la ministra de Hacienda, que se levantó la primera nada más acabar la intervención del jefe y que aplaude exactamente igual que Nicole Kidman, colocando las palmas de las manos de una manera muy particular. Un detalle que, sin duda, solo interesa a mentes enfermas como la mía.

Se bajó del coche, se subió al atril y, entre folio y folio, administró las pausas. Como un profesional de la oratoria y del entretenimiento. La cosa fue un poco así: anuncio una medida, saco un gráfico, miro a mi grupo parlamentario, ellos aplauden y yo aprieto la mandíbula como si no quisiera entregarme a la coquetería y a la vanidad porque no estamos para bromas. Y así durante una hora y 20 minutos. Hola, mi nombre es Pedro Sánchez y, en mi diccionario particular, “ir a por todas” significa que desde hoy y hasta diciembre voy a ser de Unidas Podemos.

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