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La hija del fontanero
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Gonzalo López Alba

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La hija del fontanero

Cuando se apaga el brillo de los focos que ahora iluminan todo cuanto hace o dice, 'la Susana', como la llaman en Andalucía, es la hija del fontanero (jubilado)

Foto: Susana Díaz en su toma de posesión como presidenta de la Junta de Andalucía (García Cordero)
Susana Díaz en su toma de posesión como presidenta de la Junta de Andalucía (García Cordero)

Cuando se apaga el brillo de los focos que ahora iluminan todo cuanto hace o dice, la Susana, como la llaman en Andalucía, es la hija del fontanero (ya jubilado). Con su encumbramiento a la presidencia de la comunidad autónoma más poblada de España, y este fin de semana también a la Secretaría General del PSOE andaluz, culmina un relevo que representa más que un cambio generacional y de género. Implica también un cambio de clase social en el poder.

A Susana Díaz no se le concedió la gracia de los cien días de prueba que se da a todo recién llegado. Nunca antes el TDT party había reaccionado con tanta virulencia a la aparición de una nueva estrella en el mediocre firmamento político patrio. El primer argumento para desacreditar su capacidad política fue que tardó diez años en conseguir la licenciatura en Derecho, como si en ese tiempo no hubiera hecho otra cosa y la inteligencia estuviera asociada a los títulos académicos.

La realidad del PSOE es la de 1998, a dos años de la derrota en la urnas y con un secretario general sin autoridad. Ahora, como entonces, nada de lo que hace o dice el PSOE tiene penetración social

Con estos o sin ellos, ha demostrado afán de superación, inteligencia y cintura política. Primero, para hacer “los deberes” culturales (lecturas e inglés) que le puso José Antonio Griñán y ganarle por la mano la carrera sucesoria a Mario Jiménez, que partía como favorito a ojos de la mayoría. Después, para conseguir que el desdén público de Felipe González -“No la conozco. Soy muy mayor para saber quién es Susana Díaz”- mudara en elogio -“Ha ilusionado al PSOE”- por el simple procedimiento de llamar al patriarca socialista para que la conociera en persona. Y otro tanto hizo con Manuel Chaves, referente de los críticos con Griñán que se han reunificado en torno al susanismo, y con José Luis Rodríguez Zapatero. Como en la vida, en la política los afectos son fundamentales para ganar aliados.

Liderazgos orgánicos y liderazgos sociales

Los cuatro presidentes anteriores de la Junta de Andalucía (Rafael Escuredo, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves y José Antonio Griñán) fueron hombres, nacidos en la década de los cuarenta (la de Felipe González y Alfonso Guerra) y provenientes de familias acomodadas. Susana Díaz, nacida en la de los 70 -la de quienes ya no pudieron votar la Constitución- es la única de las tres hijas del fontanero que pudo cursar estudios universitarios.

Este microrrelato biográfico tiene relieve porque el PSOE ha demostrado capacidad para crear líderes orgánicos, pero no tanta para producir líderes sociales como reflejan las encuestas territorio a territorio. Susana Díaz, sabedora de que sus mayores handicaps son no haber sido elegida presidenta de la Junta por el voto directo de los andaluces y su dependencia parlamentaria de Izquierda Unida, busca construir ese liderazgo social pateando la calle. Siendo Andalucía el principal escaparate político del PSOE, de sus aciertos y errores dependerá, en gran medida, lo que salga de las urnas en las próximas elecciones generales.

El próximo líder del PSOE, sea quien sea, tendrá que prescindir de la figura del número dos si quiere sobrevivir a las primarias

En su vida interna, el PSOE es un partido que oscila entre la acracia y el cesarismo, como se demostró con Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Hoy, los socialistas viven en la añoranza de los años ochenta y de mediados de la primera década de los 2000, cuando la palabra de Ferraz era de obligado cumplimiento en todo el territorio. Pero su realidad es la de 1998, a dos años de la derrota en las urnas y con un secretario general sin autoridad, aunque con mucho menos poder municipal y autonómico.

Ahora, como entonces, nada de lo que hace o dice el PSOE tiene penetración social. Basta con un botón de muestra: la propuesta de denunciar los acuerdos con la Santa Sede sólo ha removido a los propios socialistas. Por más que Rubalcaba se desgañite proclamando que el PSOE “ha vuelto”, a día de hoy, los socialistas siguen sin estar en la agenda para la salida de la crisis. Para volver a ella no basta con hacer un sinfín de propuestas, cuyo encuadre presupuestario se ha cuestionado en algunos casos por miembros del propio partido, sino que es preciso un relato que les dé coherencia y credibilidad, que vuelva a generar esperanza. Y hoy, ese relato sólo se emite, con una potencia acorde al tamaño del territorio, desde Asturias y Andalucía, sus últimos reductos de poder.

Voluntad de ejercer el poder

En Ferraz creyeron que, con el paso atrás de Griñán y el paso a un lado de Carmen Chacón, se despejaba el camino para Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero Díaz ha demostrado tener personalidad propia y voluntad de ejercer el poder, como se ha podido ver en la Conferencia Política y en los preparativos del congreso andaluz.

La frase que pronunció ante los secretarios provinciales para justificar la eliminación del cargo de vicesecretario general, que hasta ahora ejercía Jiménez, no puede ser más ilustradora: “Yo voy a dirigir el partido”. Susana Díaz ha empezado a escribir el guion para el próximo líder del PSOE, que -sea quien sea- tendrá que pronunciar una frase similar y prescindir de la figura del número dos si quiere sobrevivir a las primarias.

Pero la baronesa también habrá de cuidar cómo maneja su poder. “Una cosa es que tenga Andalucía y represente el 25 por ciento de las acciones del PSOE y otra es que pretenda comportarse como si fuera la dueña del partido. Eso no se lo vamos a consentir”, advierten desde otras federaciones, temerosas de un cesarismo andaluz. 

Cuando se apaga el brillo de los focos que ahora iluminan todo cuanto hace o dice, la Susana, como la llaman en Andalucía, es la hija del fontanero (ya jubilado). Con su encumbramiento a la presidencia de la comunidad autónoma más poblada de España, y este fin de semana también a la Secretaría General del PSOE andaluz, culmina un relevo que representa más que un cambio generacional y de género. Implica también un cambio de clase social en el poder.

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