Interiores
Por
La fragmentación de los partidos y la falta de un liderazgo de país
Dice Alfredo Pérez Rubalcaba que el modelo de la gran coalición alemana no es válido para España porque dejaría al Gobierno de turno sin alternativa
Dice Alfredo Pérez Rubalcaba que el modelo de la gran coalición alemana no es válido para España porque dejaría al Gobierno de turno sin alternativa. Y eso que los dos grandes partidos ya dan por descontado que pasará mucho tiempo antes de que vuelva a verse no ya una mayoría absoluta, sino incluso antes de que alguno de los dos pilares del régimen 'turnista' que ha prevalecido desde la Transición vuelva a salvar el listón del 40% de los votos, aunque, al mismo tiempo, confían en que tampoco caerán más allá del 30%, de modo que PP y PSOE, PSOE y PP, seguirían siendo la referencia imprescindible para cualquier alternancia democrática.
En ambas orillas se enfrentan a un fenómeno de fragmentación después de décadas en que los dos grandes partidos se impusieron como la 'casa común' del centro-derecha y del centro-izquierda. Al centro-derecha que logró reunificar José María Aznar le han estallado las costuras, como se adelantó a reseñar en este diario José Antonio Zarzalejos. El apartamiento de Jaime Mayor Oreja, referencia histórica del ala derecha del PP, unida a la creación de VOX y la incorporación a este nuevo partido de otro histórico, Alejo Vidal-Quadras, junto al malestar con la política de Mariano Rajoy que no se recata en exteriorizar Aznar, han puesto en las últimas fechas el foco en el PP, donde las fugas son más llamativas por ser el partido en el Gobierno.
PSOE y PP se alejan del 40% de los votos, pero aún confían en no caer por debajo del 30%
Pero la orilla izquierda dista mucho de ser ajena a este fenómeno. El crecimiento de Izquierda Unida, que se registra en paralelo a la decadencia socialista, hace impensable a corto plazo, al menos mientras no sea percibido de nuevo como un partido ganador, que el PSOE pueda volver a beneficiarse de disidencias en la coalición de izquierdas, como la que en su día propició la integración de la Nueva Izquierda de Diego López Garrido. El PSC, aunque sea formalmente otro partido, lleva meses intentando una cuadratura del círculo: imponer una línea política de la que discrepa un sector al mismo tiempo que trata de evitar la escisión de los prosoberanistas, que coquetean con la posibilidad de formar un nuevo partido de izquierdas como ya hizo en su día Ernest Maragall, hermano del expresidente de la Generalitat. Y también están Equo y otras formaciones de nuevo cuño que pueden germinar al calor de los movimientos ciudadanos.
Cataluña, con todas sus particularidades, se ha convertido en una suerte de avanzadilla de esa fragmentación y laboratorio de ensayo. El debate soberanista no sólo ha fracturado al PSC, sino que puede provocar la misma situación en Iniciativa per Catalunya, donde también conviven un alma federalista y otra soberanista, y, sobre todo, puede hacerlo en CiU. ¿Qué hará Josep Antoni Duran i Lleida cuando, verificada la inviabilidad del referéndum que promueve Artur Mas, el president convoque unas elecciones plebiscitarias con propósito independentista? Para muchos, la ruptura entre Convergència y Unió es sólo cuestión de tiempo.
Pero la decadencia del bipartidismo dista mucho de ser algo exclusivamente español. Como ha advertido el sociólogo Ignacio Urquizu, incluso en Inglaterra, con un sistema electoral especialmente diseñado para favorecer ese modelo, los laboristas y los conservadores han pasado de sumar el 97% de los votos en 1951 a representar el 65% en las últimas elecciones, en 2010. Y en España, el último barómetro del CIS, del mes de octubre, reflejaba que PP y PSOE no suman juntos ni el 25% del voto declarado. La explicación más fácil es el descrédito de los políticos y el distanciamiento entre los ciudadanos y los partidos. Pero si sólo fuera por esto no surgirían nuevas formaciones ni crecerían las minoritarias, como ocurre con IU y UPyD, lo que apunta a que no es la política la que está desacreditada, sino una determinada forma de hacer política, y tampoco los partidos, sino un determinado modelo de funcionamiento de estos. Rubalcaba descarta la gran coalición porque dejaría al Gobierno sin alternativa Pero, al menos en el caso español, puede que haya una explicación más de fondo: la incapacidad de los líderes –que es con quienes los ciudadanos identifican a los partidos– para ofrecer un proyecto de país que pueda ser ampliamente compartido. Si, convertidos como se han convertido en discursistas, ninguno es capaz de ofertar eso con credibilidad, y eso es mucho más que un mero programa electoral, entonces cada ciudadano dará su apoyo a quien ofrezca arreglar lo suyo, lo que, en la práctica, será una suerte de fracaso de la política porque, como escribió Pedro Laín Entralgo (España como problema), la política no es –o no debería ser– otra cosa que “el arte de crear posibilidades de acción y conducta colectivas”. Todo lo contrario de lo que representan iniciativas como la contrarreforma de la despenalización del aborto. Proyectos agotados El fenómeno no es nuevo ni desconocido. Como señaló el historiador Tony Judt (Postguerra), hasta 1970, “la longevidad de los partidos políticos del continente se derivaba de la notable continuidad del perfil social del electorado”, pero “la prosperidad y las reformas sociales de los sesenta y primeros setenta habían agotado los programas y las perspectivas de los partidos tradicionales” (ahora valdría cambiar la prosperidad y las reformas por la crisis y los recortes). Judt añade una consideración de especial interés para el PSOE: “La proliferación de partidos y programas monotemáticos y su constante incorporación al sistema político mayoritario tuvieron un especial coste para las organizaciones de izquierda tradicionales”. Si las urnas confirman las tendencias demoscópicas, tras las próximas elecciones generales sólo habrá dos alternativas a la gran coalición o a su versión menor, que es el pacto de legislatura: las alianzas de geometría variable, que requerirían de mucha aritmética; o la ingobernabilidad. En política, lo que hoy es inviable, mañana puede ser inevitable.
Dice Alfredo Pérez Rubalcaba que el modelo de la gran coalición alemana no es válido para España porque dejaría al Gobierno de turno sin alternativa. Y eso que los dos grandes partidos ya dan por descontado que pasará mucho tiempo antes de que vuelva a verse no ya una mayoría absoluta, sino incluso antes de que alguno de los dos pilares del régimen 'turnista' que ha prevalecido desde la Transición vuelva a salvar el listón del 40% de los votos, aunque, al mismo tiempo, confían en que tampoco caerán más allá del 30%, de modo que PP y PSOE, PSOE y PP, seguirían siendo la referencia imprescindible para cualquier alternancia democrática.