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El ocaso de la política de 'marketing'
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Gonzalo López Alba

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El ocaso de la política de 'marketing'

En cierta ocasión Eugene McCarthy comentó, refiriéndose a Hubert Humphrey, su competidor en las primarias de 1968 para elegir al candidato demócrata en las elecciones presidenciales

En cierta ocasión Eugene McCarthy comentó, refiriéndose a Hubert Humphrey, su competidor en las primarias de 1968 para elegir al candidato demócrata en las elecciones presidenciales de ese año en Estados Unidos, que es “peligroso que un candidato diga cosas que la gente pueda recordar” (Las promesas políticas, José María Maravall. Galaxia Gutenberg). Pero, aunque la desmemoria se ha convertido en un bien preciado en los manuales de autoayuda para sobrevivir en estos tiempos convulsos –como se puede observar en la publicidad comercial del tipo “aprende a desaprender”–, cuanto más se achica la memoria de los políticos sobre sus promesas, más se agranda la memoria colectiva sobre lo que se esperaba de ellos.

La política de marketing está tan agotada que se copia a sí misma y, sin embargo, los partidos recurren una y otra vez a ella como si gozara de efectos taumatúrgicos. En la buena dirección, el eslogan bajo el que el PP celebró su última convención para intentar convencernos de que la salida de la crisis ya es un hecho irreversible, no pasa de ser una mala copia de Por el buen camino, que el PSOE utilizó para la campaña de las elecciones de 1986. Fue aquella la última mayoría absoluta de la que ha disfrutado el PSOE, aunque todavía gobernaría otros diez años con Felipe González de presidente, y hubieron de pasar catorce años hasta que los españoles volvieron a dar una mayoría absoluta a un partido, y no al mismo, sino al PP.

La banalización de la política

En la buena dirección, como Por el buen camino, pretende inocular en la opinión pública la idea de que se “avanza” gracias a las reformas emprendidas por el Gobierno, persigue que comulguemos con ruedas de molino para hacer coincidir “la realidad percibida” con “la realidad oficial”. Pero no sólo no coinciden ambas realidades, sino que si entonces se sabía hacia dónde íbamos –un año antes se había firmado el Tratado de Adhesión a la Comunidad Económica Europea, embrión de la actual Unión Europea, vista como un sinónimo de prosperidad y democracia–, los pronósticos más optimistas de hoy hablan de recuperación económica sin creación de empleo.

Esto, que viene a ser la antesala de una sociedad de trabajadores sin trabajo, no es algo nuevo. Es un fenómeno que ya se produjo a comienzos de la década de los noventa. La recesión de 1990-91 rompió el patrón de que el crecimiento siempre traía empleo y, como advirtió Raghuram G. Rajan, nombrado al frente del Banco Central de la India después de haber pasado por el Fondo Monetario Internacional, “si las previsiones son correctas, el elevado y prolongado desempleo agravará la inestabilidad de una clase media ya castigada por el apalancamiento salarial” (Grietas del Sistema, Deusto). Ahora se asegura que sería posible crear empleo con crecimientos del PIB del uno por ciento, pero lo que evitan decirnos es qué clase de empleos, con qué derechos laborales y qué retribuciones, porque tener un puesto de trabajo ha dejado de ser garantía de tener asegurada la subsistencia.

Mientras que los economistas se han consagrado como los mejores profetas del pasado, asistimos a una banalización del discurso político que, como ha escrito Felipe González, es consecuencia de la “pérdida de capacidad de anticipar la realidad que viene, porque nuestro código se nos ha quedado antiguo y no nos sirve para lo que estamos viviendo” (En busca de respuestas, Debate). Es el espejo de la mediocridad de nuestros dirigentes, que parecen los únicos inmutables al cambio de era. ¿Cómo si no se explica que el grueso del discurso de Mariano Rajoy en la clausura del cónclave conservador fuera un ataque a Alfredo Pérez Rubalcaba? A la vista de las encuestas parecería que se trata de un tuerto buscando apoyarse en un cojo.

El peligro de las victorias pírricas

El lema de la convención del PP fue una copia del eslogan con que el PSOE logró su última mayoría absoluta

Andan los socialistas con algo más de resuello desde que algunas encuestas les otorgan ventaja sobre el PP ante las elecciones europeas de mayo, pero como advierten algunos de sus dirigentes, que piensan ya más en los comicios municipales y autonómicos, podría darse la circunstancia de que sería una victoria pírrica si se quedaran por debajo del 30 por ciento de los votos. Lo peor de las victorias pírricas es que, por regla general, el ganador las interpreta sólo con los números del marcador, por lo que suelen inducir a error.

Como explica Maravall al analizar la relación entre gestión económica y vulnerabilidad política de los gobiernos antes de esta crisis, “en muchos casos, los gobiernos perdieron cuando las condiciones económicas fueron buenas o ganaron cuando fueron malas. En buena parte la política fue decisiva –es decir, la capacidad de los gobernantes de generar confianza en el futuro, de que se les atribuyeran méritos y se les exonerara de culpas–” (op. cit.) ¿No habíamos quedado en que “el problema” era Zapatero

En cierta ocasión Eugene McCarthy comentó, refiriéndose a Hubert Humphrey, su competidor en las primarias de 1968 para elegir al candidato demócrata en las elecciones presidenciales de ese año en Estados Unidos, que es “peligroso que un candidato diga cosas que la gente pueda recordar” (Las promesas políticas, José María Maravall. Galaxia Gutenberg). Pero, aunque la desmemoria se ha convertido en un bien preciado en los manuales de autoayuda para sobrevivir en estos tiempos convulsos –como se puede observar en la publicidad comercial del tipo “aprende a desaprender”–, cuanto más se achica la memoria de los políticos sobre sus promesas, más se agranda la memoria colectiva sobre lo que se esperaba de ellos.

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