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La segunda investidura de Rajoy y el penúltimo cartucho de Rubalcaba
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Gonzalo López Alba

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La segunda investidura de Rajoy y el penúltimo cartucho de Rubalcaba

Si el debate de la nación fue el primer mitin de precampaña a los políticos deberían temblarles las piernas: sólo 70.000 personas siguieron la retransmisión

Foto: Rajoy interviene en el debate en presencia del líder del PSOE. (Efe)
Rajoy interviene en el debate en presencia del líder del PSOE. (Efe)

Si reconocemos que el debate de la nación de la semana pasada fue el primer gran mitin de la precampaña para las elecciones europeas –y hasta los colaboradores de sus protagonistas reconocen que lo fue–, a los políticos deberían temblarles las piernas ante un dato que evidencia hasta dónde se han bifurcado los caminos de la política y de la ciudadanía: poco más de 70.000 de los 47 millones de españoles siguieron la retransmisión televisada del discurso inicial del presidente, con una paupérrima cuota de pantalla del 1,2, menos de la mitad de la audiencia que congregó el año pasado la misma intervención; y el momento que se presume más intenso, el del duelo entre el jefe del Gobierno y el líder de la oposición, atrajo a poco más de 300.000, según un informe de Barlovento Comunicación para Servimedia, a partir de datos de Kantar Media.

Concebido en su formato y mecánica como un escenario propagandístico para el Gobierno, hace tiempo que dejó de ser –si es que alguna vez lo fue– un auténtico “debate sobre el estado de la Nación” pues, si así fuera, su sustancia habría de ser la puesta en común de una reflexión crítica sobre los males de fondo que nos aquejan, sobre por qué estamos cómo estamos y, ante todo, sobre qué país queremos ser y cómo avanzar en su construcción, un contraste que habría de tener como acompañamiento ineludible entendimientos que contribuyan a resolver los problemas ciudadanos y también los institucionales, que repercuten directamente sobre aquellos.

Perdieron los ciudadanos y la política

Dirán los aludidos que los acuerdos se plasman en las propuestas de resolución aprobadas por el Pleno del Congreso como colofón del debate, pero ni son de obligado cumplimiento por el Gobierno ni acostumbran a cumplirse, y están sometidas al criterio de la mayoría que soporta al Ejecutivo, de modo que resultan absolutamente previsibles. Como previsibles resultan también los resultados de las encuestas del día siguiente, que ahondan en el descrédito de los medios de comunicación y de las empresas demoscópicas: todo el mundo sabía de antemano que El País daría vencedor por la mínima al líder del PSOE y ABC y La Razón, ganador por KO al líder del PP. ¿Cómo es posible tamaña discordancia científica? A esa anacrónica dialéctica de quién ha ganado y quién ha perdido, los ciudadanos responden con unanimidad: nosotros, el pueblo. Y, también, la política.

El debate sobre el estado de la Nación ha derivado en un debate sobre el estado de forma de los líderes políticos

Con los dirigentes políticos convertidos en discursistas, el debate de la Nación ha derivado en un debate sobre el estado de forma de los llamados líderes y un termómetro sobre el estado anímico de sus bancadas. Que las dos mayoritarias salieran satisfechas de las faenas de sus respectivos jefes de filas, que se manifestaron con ganas de pelea, abunda en el pronóstico de un empate técnico entre PP y PSOE en las elecciones europeas del 25 de mayo.

Borrón y cuenta nueva

La intervención de Mariano Rajoy tuvo las trazas de un segundo debate de investidura. Lo que vino a decir el presidente del Gobierno es que nos olvidemos de todo lo que ha pasado en los dos primeros años de su mandato, que la legislatura “buena” comienza ahora y todo lo demás es culpa de la herencia de Zapatero, un burladero que todavía funciona. Y lo que vino a decir Rubalcaba, que también aspira a una segunda investidura al frente del PSOE después de las elecciones europeas, fue que nos olvidemos de lo que los socialistas hicieron o dejaron de hacer cuando gobernaron, que el combate sigue siendo el de siempre, entre izquierda y derecha, y que la izquierda es el PSOE, un planteamiento que a duras penas esconde la realidad de que los socialistas siguen peleando hoy más por conservar la primacía en su orilla ideológica que por reconquistar la mayoría –Cataluña, Valencia o Navarra son buenos ejemplos–. Según la encuesta de febrero realizada por My Word para la Cadena SER, el oráculo de los socialistas, en unas elecciones generales IU obtendría hoy el 11,5% de los votos y la ambivalente UPyD, el 15,7%, frente a un menguante 23,2% del PSOE.

El paupérrimo seguimiento evidencia hasta dónde se han bifurcado los caminos de la política y de la ciudadanía

Es cierto que en el debate hubo algo más. La afirmación de Rajoy de que la recuperación económica es “un hecho tangible” sitúa al presidente del Gobierno en el ámbito del ultraliberalismo, el que concibe la prosperidad económica como un fin en sí mismo en lugar de como un instrumento para el bienestar de las personas y deriva en la “deshumanización” de la democracia contra la que alerta el filósofo e historiador Tzvetan Todorov en Los enemigos íntimos de la democracia (Galaxia Gutenberg). Por omisión, en el discurso del presidente quedó claro que los derrotados por la crisis no cuentan, son ya sólo despojos, eso que se llamadaños colaterales”. ¿Cómo si no puede decir que “la situación es más llevadera” a los millones de parados que ya no tienen ningún tipo de cobertura, a los padres de los niños que viven en estado de pobreza o al proletariado al que la reforma laboral ha convertido en precariado, según expresión acuñada por Zygmunt Bauman?

Rubalcaba rescató a ese heterogéneo precariado de la tumba del olvido al que fue arrojado por Rajoy, pero, una vez más, chocó contra el muro de su falta de credibilidad. No fue el suyo el discurso de propuestas alternativas que cabe esperar del líder de la oposición en el segundo tramo de la legislatura, el de alguien que se postula para gobernar, sino el de quien busca reconciliarse con su electorado. En el socialista se ha instalado el convencimiento de que el cambio no puede hacerse con él y muchos diputados escucharon su intervención como la que puede haber sido la última en un debate de la Nación. Con todo, que la mejor acogida a su discurso se haya producido entre jóvenes y mujeres constituye una advertencia en toda regla para el PP, porque ellos han sido históricamente los motores del cambio.

El Rubicón de las europeas

Rubalcaba estrenó el martes un nuevo papel: el de telonero de Elena Valenciano, su penúltimo cartucho, porque del resultado de las elecciones europeas, a las que su número dos concurre como cabeza de lista, dependerá cómo afronte el subsiguiente proceso de primarias. El secretario general del PSOE maneja desde el congreso de Sevilla tres escenarios para este proceso: el plan A es él mismo, el plan B es Patxi López –que vuelve a dudar– y el plan C es apoyar a cualquiera que no sea Carmen Chacón. Tiempo al tiempo.

Si reconocemos que el debate de la nación de la semana pasada fue el primer gran mitin de la precampaña para las elecciones europeas –y hasta los colaboradores de sus protagonistas reconocen que lo fue–, a los políticos deberían temblarles las piernas ante un dato que evidencia hasta dónde se han bifurcado los caminos de la política y de la ciudadanía: poco más de 70.000 de los 47 millones de españoles siguieron la retransmisión televisada del discurso inicial del presidente, con una paupérrima cuota de pantalla del 1,2, menos de la mitad de la audiencia que congregó el año pasado la misma intervención; y el momento que se presume más intenso, el del duelo entre el jefe del Gobierno y el líder de la oposición, atrajo a poco más de 300.000, según un informe de Barlovento Comunicación para Servimedia, a partir de datos de Kantar Media.

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