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Antonio Carmona, la crónica de una destitución anunciada
El exportavoz del PSOE en el Ayuntamiento Madrid estuvo en un tris de dar un portazo un mes antes de las elecciones
Así como Tomás Gómez intuyó que estaba firmando su sentencia de muerte el día en el que se comprometió en la conjura de barones para encumbrar a Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE, su amigo Antonio Miguel Carmona presumía que su destino no había de ser muy distinto desde que Ferraz decidió retirarle la etiqueta deser“la esperanza” para que el renacer socialista comenzara en Madrid y se la puso a Ángel Gabilondo.
Desde ese momento, el mimo con que había sido tratado el candidato a la Alcaldía de Madrid se desplazó en beneficio del exministro convertido en candidato autonómico, por más que César Luena, el brazo ejecutor de Sánchez, proclamara que la campaña de Carmona gozaba del arrope directo de la secretaría federal de Organización. Poco después de la nominación oficial de Gabilondo, Carmona tomó conciencia de que ya no era el predilecto de Ferraz y, durante la Convención Municipal celebrada el 11 de abril, estuvo en un tris de dar un portazo, mientras lloraba su desconsuelo y decepción por los rincones de un desangelado pabellón de Ifema.
La destitución del que fue candidato es un desprecio a los 249.152 madrileños que le dieron su voto para que los representara durante cuatro años
Fatigado por el esfuerzo de navegar en las siempre procelosas aguas de la federación madrileña, indignado porquelos ‘pedrosanchistas’ madrileños no cesaban en sus conciliábulos de poder mientras que él se pateaba todo Madrid, se sintió humillado cuando, “sin explicaciones”, se cayó del cartel de la clausura para hacer hueco a Gabilondo. Si alguna duda albergaba, aquel día había quedado claro a ojos de todos que el foco de Ferraz ya no lo iluminaba a él, que durante semanas se sintió no sólo alcalde de Madrid sino también, por efecto derivado, secretario general en ciernes del PSM. Y luego pasó lo ya conocido: aEsperanza Aguirrese le fue la mano en su estrategia de promocionar aManuela Carmenapara ningunear a un Carmona que contribuyó a su propia disolución con una mala campaña, buena parte del voto socialista se desvió hacia la candidatura de la jueza emérita y Gabilondo cosechó un resultado electoral mucho mejor que el del candidato municipal.
Las formas son parte de la democracia
Carmona encajó el revés, agachó la cabeza y se sometió disciplinadamente a la consignaferrazianade apoyar la elección de Carmena como alcaldesa de Madrid, pero sin entrar en su gobierno. Al fin y al cabo, tenía un papel relevante en la corporación madrileña y,a pesar del jirón electoral, seguía siendo el referente orgánico del socialismo madrileño con mayor proyección pública, dado que Gabilondo ni es militante ni aspira a tener ese tipo de poder. Pero, como advirtióHéctor Aguilar CamínenLa guerra de Galio, “en política casi todos los amigos son falsos, pero todos los enemigos son verdaderos”. Y los que más, los que pertenecen a la misma familia.
A Carmona se le toleraba, pero no se le quería.Era el último superviviente notable deltomasismocuyo entierro había sido decretado por la dirección federal. Su amistad proclamada con Gómez y su carácter de “espíritu libre”, aunque lo ejercía sin romper el corsé de la disciplina de militante, eran motivos suficientes para el recelo. Por si no fuera poco,era un secreto a voces que mantenía –y mantiene– una relación mucho más fluida con Susana Díaz que conPedro Sánchez.
Sánchez ya había demostrado con la decapitación de Gómez que un día se acostó como un diputado demócrata y al siguiente amaneció como un secretario general autoritario. De pronto, quien se blindaba ante sus detractores con el escudo del inmenso capital de haber sido elegido mediante el voto directo de los militantes –aunque este fuera condicionado en gran medida por los aparatos territoriales–, consideraba irrelevante que Carmona hubiera sido elegido portavoz de la oposición municipal por el voto directo de los madrileños. En las peculiares matemáticas orgánicas de los partidos, se otorga más valor al voto de 64.116 personas –los militantes socialistas que apoyaron a Sánchez para ser secretario general– que al de 249.152 –los madrileños que dieron su confianza a Carmona para que los representara en el Ayuntamiento durante cuatro años–.
Como ha dicho José Antonio Pérez Tapias, que fue uno de los contrincantes de Sánchez en la contienda por la secretaría general, la forma en que se ha producido el apartamiento de Carmona de la portavocía municipal será plenamente estatutario, pero las maneras han sido manifiestamente autoritarias, y en democracia el cómo es incluso más importante que el por qué. Además, es un nuevo desdén a los madrileños que simpatizan con el PSOE porque, desde que Juan Barranco dejara de ser alcalde (1989), no han visto sino una procesión de candidatos de quita y pon, un proceder que denota que a la política se antepone la conquista del poder y al que no es ajeno el dato de que los socialistas lleven ya más de un cuarto de siglo sin aglutinar a la mayoría.
El poder antes que la política
Justificar la destitución de Carmona en que el PSOE precisa de “líderes sociales” para encabezar sus candidaturas cuando apenas hace dos meses que se han celebrado elecciones no pasa de ser una mala excusa que, de paso, pervierte una verdad de fondo. Siendo una realidad clamorosa que en el PSOE sobran líderes orgánicos y faltan líderes sociales, el mejor argumento se destruye cuando se aplica a destiempo y en un mal ejemplo. Porque, con todos los respetos para su sustituta, Purificación Causapié, que tiene acreditada una larga trayectoria de trabajo en los ámbitos de la igualdad y los servicios sociales, es una burla a los madrileños que votaron PSOE pretender hacer creer que ella encarna ese liderazgo social y que, en consecuencia, será la candidata a la Alcaldía de Madrid en los siguientes comicios.
Pedro Sánchez se acostó un día como diputado demócrata para amanecer como un secretario general autoritario que antepone el poder a la política
Y, si no es así, entonces la auténtica explicación hay que buscarla escarbando en una confesión post mortem de Carmona: “Voy a trabajar para cambiar la dirección federal del PSOE en el próximo congreso” (El País, 4/8/15). Como explica Michael Ignatieff en Fuego y Cenizas, relato de su experiencia personal como candidato interino del Partido Liberal en Canadá, “una vez escalada la cima, aquello se había convertido en una lucha por la supervivencia”, pero “es fascinante la excitación que sobreviene cuando el viento político sopla a tu favor”. El primer entrecomillado describe, como si lo hubiera escrito él y no Ignatieff, lo que ha sido para Sánchez el año transcurrido desde su elección como líder del PSOE; el segundo, plasma el estado de ánimo con el que se ha ido de vacaciones.
Con Sánchez al frente, el PSOE ha crecido entre enero y julio 2,7 puntos en la estimación de voto del CIS, aunque con el 24,9% sigue estando muy lejos del 28,7% de Alfredo Pérez Rubalcaba en las elecciones generales de 2011. En todos los historiales políticos, la frase que precede al punto y final siempre es la misma: “Los únicos que no tienen razón son los vencidos”.
Así como Tomás Gómez intuyó que estaba firmando su sentencia de muerte el día en el que se comprometió en la conjura de barones para encumbrar a Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE, su amigo Antonio Miguel Carmona presumía que su destino no había de ser muy distinto desde que Ferraz decidió retirarle la etiqueta deser“la esperanza” para que el renacer socialista comenzara en Madrid y se la puso a Ángel Gabilondo.
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