Es noticia
El 'efecto halo' lanza a Sánchez
  1. España
  2. Interiores
Gonzalo López Alba

Interiores

Por

El 'efecto halo' lanza a Sánchez

El candidato del PSOE se presenta como el único capaz de conjugar la consolidación económica con la regeneración democrática

Foto: Pedro Sánchez durante su intervención en el debate de totalidad al Proyecto de Ley de los Presupuestos Generales para 2016. (EFE)
Pedro Sánchez durante su intervención en el debate de totalidad al Proyecto de Ley de los Presupuestos Generales para 2016. (EFE)

Cuentan colaboradores muy directos de Pedro Sánchez que al líder del PSOE ya no sólo se acerca la gente para hacerse fotos y pedirle autógrafos, sino que muchos ciudadanos lo hacen para contarle sus problemas y confiarle su esperanza de que les dé solución. Este cambio de percepción es uno de los argumentos que se manejan en su entorno más cercano para respaldar el convencimiento que expresan de que será el próximo presidente del Gobierno.

Otro factor ambiental que contribuye a reforzar esa creencia ha sido la celeridad con la que accedieron a entrevistarse con él los presidentes de México, Colombia, Perú y Chile en la mini gira iberoamericana que emprendió el jueves. Si los mandatarios de estos países aceptaron gustosos y rápidamente reunirse con un líder de la oposición que todavía no ha sido sometido al contraste de las urnas es, a su juicio, porque le perciben claramente como “presidenciable”.

Hasta aquí la influencia de lo que Daniel Kahneman llama el “efecto halo”, que tiene un impacto expansivo (Pensar rápido, pensar despacio). “Si pensamos que un lanzador de béisbol es apuesto y atlético, es probable que asimismo lo consideremos bueno lanzando la pelota”, explica en uno de sus ejemplos este psicólogo premiado con el Nobel de Economía. Traducido al caso que nos ocupa: si Sánchez es un político joven-nuevo y cercano, tiene buena planta, resulta telegénico, habla con soltura en el Parlamento -aunque a veces sobreactúe– y gobernantes de otros países le conceden un trato de tú a tú, es probable que los ciudadanos piensen que está preparado para gobernar e incluso que lo hará bien porque el “sesgo intuitivo” que predomina en todas las personas nos lleva a pensar que si alguien es “alto y fornido” será “un líder fuerte y decidido”.

A su tarjeta de presentación como ‘Don Limpio’, Pedro Sánchez añade la de aglutinante para recuperar la cohesión social y territorial

Al “efecto halo” hay que añadir, siguiendo la terminología de Kahneman, el “sesgo de los resultados”, que refuerza el optimismo imperante en el cuartel general de los socialistas. Sánchez cogió al PSOE en caída libre, habiendo cedido en los sondeos el liderazgo de la oposición a Podemos, y, en un contexto de recelo hacia los partidos clásicos, en poco más de un año lo ha devuelto a la segunda posición, pisando los talones del PP. De los más que discretos resultados de las elecciones de mayo lo que ha quedado es la recuperación de importantes cuotas de poder municipal y autonómico (lo socialistas han pasado de presidir dos gobiernos regionales a siete, con presencia en otros dos de coalición, y están en condiciones de disputar la presidencia de la Federación de Municipios). El poso resultante es la sensación de que es un caballo ganador, aunque él no fuera candidato a nada.

Y, por supuesto, como recuerda Kahneman, está la suerte, el sesgo más importante de todos a la hora de determinar el éxito o fracaso de cualquier acción: “Los jefes y dirigentes que han tenido suerte nunca son sancionados por haber asumido riesgos excesivos. Por el contrario, se piensa que gracias a su olfato y previsión anticiparon su éxito”. A Sánchez le ha acompañado la suerte desde que irrumpió como un meritorio en la carrera sucesoria que se abrió en el PSOE tras la renuncia de Alfredo Pérez Rubalcaba, y no ha dejado de acompañarle: a Susana Díaz no le cuadraron los tiempos ni las circunstancias para dar el salto a la política nacional,nunca antes un Gobierno había sufrido en su primera legislatura un desgaste tan acentuado como el de Mariano Rajoy y el mensaje de “no se puede” que Alexis Tsipras ha enviado desde Grecia puede ser una losa para Pablo Iglesias.

El refuerzo de la figura de Sánchez es un capital de primera magnitud para el PSOE porque, aunque nuestro sistema político es constitucionalmente parlamentario, en la práctica tiene un claro perfil presidencialista, tanto en el desempeño de la jefatura del Gobierno como en la decantación del voto en las elecciones. Y, según el último barómetro del CIS, del mes de julio, a la pregunta de “qué partido le gustaría a usted que ganase”, la respuesta espontánea sitúa al PSOE a la cabeza, con un 22,2 frente al 18,9 del PP, un dato que adquiere mayor relevancia si se combina con el sondeo de Demoscopia publicado el 18 de julio por El País, según el cual Sánchez obtiene mejor valoración que la marca PSOE.

Hasta aquí los factores empático-intuitivos que explican la moral de victoria con la que en Ferraz se aprestan para la campaña electoral. Pero éstos son insuficientes para creer que el PSOE está ya a las puertas de la Moncloa. También el PP está recuperando fidelidad de voto, tiene un margen de caída muy amplio (nada menos que una mayoría absoluta) y dos grandes ases para jugar la partida: la recuperación económica y el discurso del miedo. Además, aunque el envoltorio de la caja sea guapo, hace falta que dentro haya algo que convenza.

Es en este marco de posicionamientos y estrategias en el que hay que analizar el discurso de Sánchez en el debate sobre los Presupuestos para 2016, en el que recuperó como idea medular de la oferta socialista un planteamiento que ya había enunciado al comienzo de su mandato: la capacidad de conectar consolidación de la recuperación económica, que mayoritariamente se identifica con el PP, y regeneración democrática, que se asocia en mayor medida con Podemos y Ciudadanos.

Sánchez anticipó en el debate presupuestario su propósito de postularse como el presidente de los pactos, la palabra más repetida en su programa

Sánchez, que empezó la carrera presidencial postulándose como Don Limpio para taponar el boquete de credibilidad regeneracionista por el que el PSOE perdía votos a chorros en beneficio de los partidos de nuevo cuño, incorporó el martes a su tarjeta de presentación la idea de que es el único candidato capaz de recomponer la cohesión social quebrada por la crisis y también de apaciguar las amenazas de ruptura territorial. En los siete puntos que presentó como esbozo de su programa de gobierno, la palabra “pacto” o “acuerdo” aparece en cinco ocasiones.

El PSOE sabe que sólo anclándose en esa posición central de aglutinante podrá ganar las elecciones, y también lo sabe el PP, como dejó en evidencia la machaconería de Cristóbal Montoro en su intento de presentar a Sánchez como un “radical peligroso”. Objetivamente es poco creíble cuando el candidato socialista ha encomendado su programa económico a Jordi Sevilla, que pertenece al ala más liberal del PSOE, pero es sabido que la repetición sistemática de una falsedad tiene poder para hacer que se tome por verdad una mentira.

Mientras que a Montoro parecía habérsele parado el reloj en la oposición al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, Sánchez adelantó la agujas del suyo para situar a Rajoy en “el pasado” y ofrecerse como costurero de los jirones de “la herencia que nos va a dejar”.

Después de Don Limpio, llega Pedro Imedio, el pegamento universal.

Cuentan colaboradores muy directos de Pedro Sánchez que al líder del PSOE ya no sólo se acerca la gente para hacerse fotos y pedirle autógrafos, sino que muchos ciudadanos lo hacen para contarle sus problemas y confiarle su esperanza de que les dé solución. Este cambio de percepción es uno de los argumentos que se manejan en su entorno más cercano para respaldar el convencimiento que expresan de que será el próximo presidente del Gobierno.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez Barómetro del CIS