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La reforma necesaria: del pacto entre bandos al pacto entre generaciones
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Gonzalo López Alba

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La reforma necesaria: del pacto entre bandos al pacto entre generaciones

No es casual que Sánchez, Iglesias y Rivera sean de la misma generación. Según Punset, hasta en las manadas de elefantes se encomienda el liderazgo a los jóvenes cuando hay que buscar nuevos pastos

Foto: Rivera, Sánchez e Iglesias, durante un reciente debate digital. (EFE)
Rivera, Sánchez e Iglesias, durante un reciente debate digital. (EFE)

Tiene razón Pablo Iglesias cuando afirma que ha llegado la hora de decir “muchas gracias 1978, hola 2016”. La Constitución, que este domingo ha celebrado su 37º cumpleaños, fue un pacto entre los bandos que combatieron en la Guerra Civil, y sus arquitectos actuaron guiados por dos premisas casi obsesivas: la reconciliación entre todos los españoles y no repetir los errores que arruinaron la II República. Hoy, en 2015, nuestra democracia ha cruzado el Rubicón de la estabilidad al superar en vigencia a la interminable dictadura de Franco -36 años, los que mediaron entre 1939 y 1975-.

Ahora, el pacto que reclama España es entre generaciones, entre las que todavía guardan memoria viva de la guerra, la dictadura y/o la Transición, y aquellas otras que únicamente fueron testigos desde el tendido de sombra o su conocimiento de aquel periodo se reduce a lo que han escuchado en sus casas o estudiado; un pacto entre las generaciones que trajeron la democracia, la consolidaron y la desarrollaron, y aquellas otras que ya nacieron en un país plenamente homologable a cualquier otro de Europa; un pacto entre las generaciones que vivieron como adultos la etapa de mayor prosperidad económica, derechos y libertades de nuestra Historia, y aquellas otras a las que la Gran Recesión -no solo económica, sino también político-institucional- ha robado el presente y amenaza también con secuestrar su futuro.

El sentimiento constitucional del 78 es 'arqueológico' para los españoles nacidos en democracia

Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia de EEUU, sostenía que “ninguna sociedad puede hacer una Constitución perpetua” y que hasta la mejor “expira naturalmente a los 19 años”, de tal suerte que si se mantiene más tiempo se convierte en “un acto de fuerza y no de derecho”. El plazo establecido por Jefferson es discutible. Pero no otra de sus afirmaciones: “Cada generación tiene derecho a elegir por sí misma la forma de gobierno que cree que mejor promueve su propia felicidad”. Y no se puede negar a otros lo que en su momento se reivindicó para uno mismo.

En idéntica línea argumental, el revolucionario francés Nicolás de Condorcet, imbuido del racionalismo del siglo XVIII, defendía que “ni la Constitución francesa ni siquiera la Declaración de los Derechos del Hombre deberán ser presentadas jamás a ninguna clase de ciudadanos como si de unas tablas bajadas del cielo se tratara, unas tablas que adorar y creer”.

De la modernidad a la arqueología

Ortega y Gasset escribía en 1914 ('Vieja y nueva política') que “el sentimiento constitucional del 68 es ya para nosotros arqueológico”. Y así es el sentimiento constitucional del 78 para las generaciones nacidas tras la muerte de Franco: arqueológico.

En 1971, el 57,4% de los españoles tenía entre cero y 35 años, porcentaje que el último dato oficial, del 1 de julio de 2014, reduce al 39,5% por el envejecimiento demográfico. Al comienzo de la democracia, los votantes de entre 18 y 35 años representaban el 36,5% del cuerpo electoral, cuota que alcanzó su nivel máximo en 1993, cuando representaron el 37,9%. Desde entonces, ese porcentaje no ha hecho más que disminuir, y a mediados de 2014 se situaba en el 26,3%, un descenso de más de 11 puntos en los últimos 22 años.

El PSOE es el partido que tiene un proyecto de reforma más trabajado y mejor articulado

Pero, pocos o muchos, a ellos les toca tomar las riendas para ser dueños de su propio destino. No es casual que Pedro Sánchez (1972), Pablo Iglesias (1978) y Albert Rivera (1979) pertenezcan a la misma generación. Es la implacable lógica de la biología y del comportamiento animal -al que los seres humanos no somos ajenos-, que se acentúa en tiempo de crisis. Como ha señalado Eduardo Punset, hasta en las manadas de elefantes se encomienda el liderazgo a los más jóvenes cuando se trata de buscar nuevos pastos ('El viaje al poder de la mente').

Las reformas y la silueta de los partidos

Ortega y Gasset señalaba también que “sobre el fondo de las variaciones constitucionales se delinean las siluetas de los partidos políticos”.

De todos ellos, el que tiene un proyecto de reforma más trabajado y mejor articulado es el PSOE, que lleva dándole vueltas desde los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero, mucho antes de la modificación exprés del artículo 135. Ya en 2003, siendo líder de la oposición, planteó una reforma acotada a cuatro puntos: suprimir la prevalencia de los varones en la sucesión de la Corona, incorporar la pertenencia de España a la Unión Europea y su vinculación a la legislación comunitaria, incluir la denominación de las 17 comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas en las que se articula el país, y la reforma del Senado para que sea una auténtica Cámara territorial.

Las cuatro variaciones propuestas por Zapatero hace 12 años no solo mantienen su plena vigencia, sino que en algunos casos se ha acentuado la urgencia de acometerlas, como las relativas a la conversión del Senado en un auténtico foro para aliviar las tensiones territoriales, exacerbadas por los secesionistas catalanes, y a la sucesión en la Corona, dado que la primogénita del rey Felipe VI es una infanta. Pero estos cambios se han quedado cortos.

De eso se percató acertadamente Alfredo Pérez Rubalcaba. Durante su breve mandato, bajo la coordinación de Ramón Jáuregui, los socialistas profundizaron en el análisis de las fallas constitucionales y ampliaron sus propuestas de reforma, de las que en gran medida beben las que ahora propugna Pedro Sánchez, como el blindaje de los derechos sociales mediante su incorporación explícita al texto constitucional.

Uno de los grandes méritos de la Carta Magna es que los herederos de la derecha que la cuestionó en su nacimiento, la defienden ahora con uñas y dientes

Los intentos de Rubalcaba chocaron con el muro de un inmovilismo intransigente que el PP ha mantenido hasta ahora, dando un paso atrás incluso cuando ya lo había dado hacia delante abriéndose a la negociación. Pero después del 20-D será prácticamente imposible que se mantenga en esa cerrazón -uno de los grandes méritos de la Constitución del 78 es que los herederos de Alianza Popular defienden ahora con uñas y dientes la redacción actual, cuando su fundador y ponente constitucional, Manuel Fraga, mantuvo un voto particular al Título VIII, referido a la articulación territorial, y en la votación de conjunto en el Congreso se aprobó con el voto en contra de cinco de sus diputados y la abstención de otros tres-.

Puesto que la historia no espera a sus protagonistas, el que se mantenga anclado en el pasado se verá sepultado por el devenir de los tiempos. Como reza el título del último libro de José Antonio Zarzalejos, mañana será tarde.

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Tiene razón Pablo Iglesias cuando afirma que ha llegado la hora de decir “muchas gracias 1978, hola 2016”. La Constitución, que este domingo ha celebrado su 37º cumpleaños, fue un pacto entre los bandos que combatieron en la Guerra Civil, y sus arquitectos actuaron guiados por dos premisas casi obsesivas: la reconciliación entre todos los españoles y no repetir los errores que arruinaron la II República. Hoy, en 2015, nuestra democracia ha cruzado el Rubicón de la estabilidad al superar en vigencia a la interminable dictadura de Franco -36 años, los que mediaron entre 1939 y 1975-.

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