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Cuando los protagonistas son los ausentes
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Jaime Pérez-Llombet

Con siete puertas

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Cuando los protagonistas son los ausentes

Históricamente, Canarias se la ha jugado en Rabat o Bruselas, de ahí que crezca el escepticismo al comprobar que pasan los años sin avances suficientemente sólidos

Foto: Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias. (EFE/Luis G. Morera)
Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias. (EFE/Luis G. Morera)
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A las reuniones al más alto nivel entre dos países les pasa lo que a los jarrones de porcelana, brillan con luz propia, lucen bien, dan el toque que buscan anfitriones e invitados, pero cualquier tropiezo, anecdótico o no tanto, hace que caigan al suelo y provoquen que el momento —esa magia que persigue cualquier relato— se rompa en mil pedazos. Qué decir si al otro lado de la mesa se sienta la diplomacia marroquí, hábil y escurridiza como pocas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Jalal Morchidi)

Una bandera con el escudo del revés —como ya ocurrió— o una recepción que pierde tal condición para quedar reducida a una llamada telefónica, desde Gabón, por ejemplo, eclipsa irremediablemente lo que ocurra a partir de ese instante. Cuando algo así ocurre la reconstrucción de los hechos queda impresa en una menguante barra de hielo y el continente devora al contenido que, ya con el monarca a otra cosa, deja a su paso una cumbre que no protagonizan los asistentes sino el ausente. El jarrón no se deja rearmar porque los rotos lo invaden todo. Mohamed VI no estaba en Marruecos y, en consecuencia, no recibió al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. Jarrón roto. Fin. Punto final. Esa ausencia desplaza cualquier otra referencia porque, como recuerdan los anglosajones, el diablo está en los detalles y una llamada telefónica sin recepción real describe el espacio que ocupa un elefante en un ascensor.

Siendo los canarios los vecinos del vecino —pero no uno entre tantos, sino el que comparte rellano, los de la puerta de al lado, quienes conviven al otro lado de la pared, luego, con un conocimiento más cercano y familiar sobre cómo se comporta el vecino— no deja de llamar la atención que Moncloa aireara con tinta china que el presidente del Gobierno sería recibido por Mohamed VI. Quienes en el transcurso de las distintas legislaturas autonómicas canarias han ocupado la Presidencia del Gobierno regional abren dos, tres o cuatro sobres cuando entran por primera vez en su despacho, y en uno de ellos lo que se les cuenta es que jamás, nunca, anuncien oficialmente una reunión con el rey de Marruecos.

placeholder Concentración en apoyo del pueblo saharaui en la playa de El Confital. (EFE/Elvira Urquijo A.)
Concentración en apoyo del pueblo saharaui en la playa de El Confital. (EFE/Elvira Urquijo A.)

Saben los presidentes canarios que cuando se cierra una agenda con el país vecino nunca debe generarse esa expectativa porque —si bien en las islas se sabe, pero al parecer no tanto en Moncloa— el rey a veces sí, otras no, tal vez, quizá. Mohamed VI, por seguridad, hábito o capricho, solo confirma que estará pocas horas antes. Siendo así, qué menos que preguntarse cómo nadie advirtió de que con el monarca alauí puede que sí, tal vez, pero a veces no.

El diablo también está en los detalles de la lectura que la cumbre deja a su paso en el hábitat político del archipiélago. Otra vez las ausencias. Desde la óptica de las islas que el presidente canario, Ángel Víctor Torres, no haya sido incluido en la delegación marca, y de qué manera, la presentación, nudo y desenlace del encuentro al más alto nivel —todo lo alto que permita una cumbre sin rey que la corone—. Siendo cierto que lo habitual es que las relaciones entre países se gestionen desde Moncloa o los ministerios, los antecedentes ponen el listón y cualquier rebaja deja a quienes estén al frente del Ejecutivo canario en una posición tan vulnerable como incómoda.

Foto: Almuerzo entre las delegaciones de España y Marruecos, presidido por un retrato del rey Mohamed VI. (MAP)

El problema del jefe del Ejecutivo canario no es tanto que no se le haya incluido en la delegación, algo sobre el papel entendible, como que en 2005 el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, sí invitó a dos presidentes autonómicos —Manuel Chaves y Adán Martín— a la cumbre que España y Marruecos celebraron en Sevilla a finales de aquel año.

El antecedente ha abierto a Torres una boca de agua en su argumentario, obligándolo a multiplicarse para, apenas unas horas antes de la cumbre, anunciar a bombo, comparecencias y platillo que estará en el reino alauí en apenas un par de semanas, claro que, también este caso, el diablo está en los detalles y obliga a un esfuerzo titánico para intentar que lo único que quede de la cumbre, en su balance canario, sea que Canarias no estuvo. Torres también leyó los tres o cuatro sobres al llegar a la Presidencia y, curándose en salud, publicita su agenda pero deja en el aire la posibilidad, o no, de que Mohamed VI lo reciba, o no.

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Llegada de migrantes a Canarias. (Reuters/Borja Suárez)

Dada la cercanía, y atendiendo a que en buena medida el día a día de Canarias está marcado de forma muy destacada por el ajedrez diplomático que Marruecos maneja con destreza —y osadía, incluso— desde las islas una cumbre con el reino alauita tiene importantes paralelismos con las juntas generales de una comunidad de vecinos, escenario donde se acumulan recelos, conflictos y, qué remedio, la necesidad de tensar la cuerda evitando romperla pero sin dar por bueno que los sapos deban aceptarse como menú del día, según defendió con escaso acierto el eurodiputado Juan Fernando López Aguilar.

Saben los gobiernos canarios, y la opinión pública de las islas, que el vecino es experto en jugar a negras y blancas, especialista en órdagos que le permiten moverse por el tablero llevando la iniciativa, obligando a la otra parte contratante —a la diplomacia española, en este caso— a ir un minuto o un paso por detrás.

Foto: Atardecer en la costa canaria. (EFE/Carlos de Saá)

Es más que probable que sea en el archipiélago donde se siga con más interés lo que dan de sí las reuniones o cumbres con Marruecos. Históricamente, Canarias se la ha jugado en Rabat o Bruselas, de ahí que crezca el escepticismo al comprobar que pasan los años sin avances suficientemente sólidos o, en su caso, que cale como lluvia fina la sensación de que Marruecos se ha especializado en ganar tiempo perdiéndolo. La indefinición de la mediana —¿es concebible que esté por determinarse dónde está la frontera que separa a España de Marruecos?— o los vaivenes del país vecino respecto a la gestión del fenómeno migratorio, unidos a los episodios poco afortunados que puertas adentro, en casa, se han acumulado de pocos años a esta parte —la carta de Sánchez cambiando el paso respecto al Sáhara o las declaraciones escasamente diplomáticas de algunos miembros de su gabinete— son recibidos en Canarias como un ejercicio de confusión que lo único que está consiguiendo es que el vecino se sepa con el viento a favor.

A las reuniones al más alto nivel entre dos países les pasa lo que a los jarrones de porcelana, brillan con luz propia, lucen bien, dan el toque que buscan anfitriones e invitados, pero cualquier tropiezo, anecdótico o no tanto, hace que caigan al suelo y provoquen que el momento —esa magia que persigue cualquier relato— se rompa en mil pedazos. Qué decir si al otro lado de la mesa se sienta la diplomacia marroquí, hábil y escurridiza como pocas.

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