Con siete puertas
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Sánchez sacrifica (en diferido) al ministro de Política Territorial y Memoria Histórica
Será flor de un día que la realidad, con perfiles como el de Grande-Marlaska, pondrá en su sitio: en tierra de nadie, en un limbo que mantiene a Canarias arrimando el hombro en soledad
Si él no lo cree o nadie se lo ha advertido, alguien, sea colaborador, familiar, amigo o conocido, debe explicar al ministro de Política Territorial y Memoria Democrática que presidir la Comisión Interministerial de Migraciones —asumiendo la tarea de coordinar a los indómitos ministerios de Interior, Transportes, Derechos Sociales e Inclusión Social, entre otros— lo condena a un desgaste tan previsible como constante. Ángel Víctor Torres ha sido presidente de Canarias, y, en consecuencia, ha sufrido en propias carnes la maldición de las competencias repartidas entre tantísimos departamentos.
Sabe, y no habrá olvidado, que la respuesta del Estado ante la crisis migratoria es inocua, entre otras razones, porque los gabinetes de los ministerios competentes no supieron, quisieron, intentaron o se preocuparon de actuar de la mano, sino a manotazos, con más celo o recelo que actitud colaborativa, condicionados por la poca química de algunos equipos o por el carácter tantas veces intratable de alguno de los titulares, como es el caso de Fernando Grande-Marlaska.
Torres conoce los antecedentes y debe saber, o alguien debería decírselo, que con este Gobierno, igualmente troceado competencial y funcionalmente —de responsabilidades esparcidas sobre un enjambre de ministerios— no será diferente que con el anterior. Sánchez ha hecho jaque mate a su ministro. El presidente ha dejado sobre la mesa de Torres un caramelo envenenado.
Con el encargo que le han hecho, el secretario general del PSOE canario queda expuesto, convertido con la presidencia de la Comisión en presa fácil, carne de cañón sobre la que a partir de ahora caerán rayos y relámpagos. Sin que pueda considerarse spoiler, el final está escrito: acabará en fracaso por dos razones.
De una parte, porque Ángel Víctor Torres irá descubriendo con el paso de los días, semanas y meses que cada ministro va a su bola, a lo suyo, cuidándose de que no le coman terreno y de no cargar con fracasos compartidos o ajenos, actuando, como en el Gobierno anterior (también socialista) con dinámicas cantonales, departamentos reconvertidos en repúblicas independientes de su casa, perfiles a veces incompatibles, gabinetes que solo admitirían la autoridad de algún vicepresidente o vicepresidenta, como ocurrió, con resultados razonablemente satisfactorios, cuando María Teresa Fernández de la Vega. Ella sí, con mando en plaza, y galones, se puso al frente de la gestión migratoria durante la crisis que precedió a esta última o penúltima.
Ángel Víctor Torres pondrá empeño, conocimiento y la sensibilidad que da convivir con el éxodo africano; un drama, las muertes, desapariciones y llegadas a la costa en condiciones indescriptibles, al que los canarios, también Torres, miran a los ojos, cara a cara, a diario. El ministro va a intentarlo, pero fallará. Y cuando eso ocurra, poco a poco, semana a semana, la frustración, las derrotas, los truenos y relámpagos, la inacción, las descoordinaciones, la falta de respuesta, la escasez de recursos materiales o humanos, el inexplicable repliegue de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas o el calculado absentismo de la Unión Europea se personalizarán en él, con nombres, foto, titulares y apellidos. De ahí el jaque mate que, consciente o no, le ha hecho Sánchez.
La presidencia de la Comisión Interministerial de Migraciones —imprescindible si fuera eficiente, pero no ha sido ni será el caso— es un encargo aderezado con el veneno suficiente para que los adversarios de Ángel Víctor Torres (en el ámbito autonómico, Coalición Canaria y PP) lo quemen a fuego lento, al ritmo que decidan, apretando o aflojando, pero en la certeza de que con ese nombramiento Pedro Sánchez lo ha sacrificado en diferido como referencia del PSOE en las islas y, visto el interés de Torres por seguir teniendo agenda en el archipiélago, también como hipotético candidato a la presidencia del Ejecutivo regional allá por 2027, dentro de mil años en un contexto parlamentario como el actual.
CC y PP tendrán a sus colaboradores necesarios en los ministerios con competencias parciales en materia de migraciones. Serán los ministros quienes realmente harán la oposición al ministro de Política Territorial con su inacción, falta de dedicación y escasos o nulos resultados. El futuro más o menos inmediato de la Comisión está escrito en el pasado reciente, de ahí que el spoiler no lo sea. Con el objetivo de desmentir los peores augurios —o a las descripciones más pesimistas de lo que ocurrirá— inicialmente harán algún movimiento, alguna prueba de vida, algo que dé a entender que sí, que el grupo de trabajo funciona y que los gabinetes implicados están haciéndolo distinto, mejor, que en la legislatura anterior.
Será flor de un día, estrella fugaz, espejismo de coordinación, acción e implicación, que la realidad, con perfiles como el de Grande-Marlaska, pondrá en su sitio, en el lugar donde ha estado estos últimos años, en tierra de nadie, en un limbo que mantiene a Canarias arrimando el hombro en una soledad rara vez interrumpida. Pregunta con respuesta. ¿Acatará el ministro de Interior las directrices o iniciativas del ministro de Política Territorial? No, no lo hará; no está en su naturaleza dejarse coordinar por otro ministro, quién sabe si por el mismísimo presidente. O tampoco.
La debilidad del mando único, en manos de Ángel Víctor Torres, recién llegado a Moncloa, es que ni mando ni único. La presidencia de la Comisión, ese mando único que no se materializará como tal, viene a simbolizar una figura que se encargue de coordinar cuatro ministerios —o más— pero no es algo que haya florecido del verano a esta parte, sino una demanda insistente desde las Islas.
En el archipiélago se ha reclamado en infinidad de ocasiones que el Gobierno del Estado designe a un solo interlocutor, al que dirigirse el Ejecutivo regional para abordar las mil aristas que dan forma a una crisis migratoria que avanza, al galope, de lo puntual al terreno de lo estructural, del siempre, como así lo confirma que, aunque se empiece a hablar menos o pierda espacio informativo, al archipiélago sigan llegando migrantes en cantidades inéditas, rompiendo registros, convirtiendo a la ruta canaria en una de las fronteras más mortales del planeta, con más de seis mil personas que murieron intentando llegar a las costas del archipiélago, camino del continente.
Cuarenta mil inmigrantes irregulares llegaron a las islas en 2023, consolidando la idea de que la crisis será una constante con el mar en calma o no. Torres lo sabe, conoce. Queda la duda de si es consciente de que el encargo que ha recibido del presidente lo deja en una posición tremendamente vulnerable, expuesto, condenado a que la dejadez del Gobierno y sus adversarios lo desgasten a fuego lento.
Si él no lo cree o nadie se lo ha advertido, alguien, sea colaborador, familiar, amigo o conocido, debe explicar al ministro de Política Territorial y Memoria Democrática que presidir la Comisión Interministerial de Migraciones —asumiendo la tarea de coordinar a los indómitos ministerios de Interior, Transportes, Derechos Sociales e Inclusión Social, entre otros— lo condena a un desgaste tan previsible como constante. Ángel Víctor Torres ha sido presidente de Canarias, y, en consecuencia, ha sufrido en propias carnes la maldición de las competencias repartidas entre tantísimos departamentos.
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