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Las plumas que pierde la gente del campo (la polca del intermediario)
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Jaime Pérez-Llombet

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Las plumas que pierde la gente del campo (la polca del intermediario)

Todo ha cambiado, o no tanto. Hay otras reglas del juego, pero el escasísimo margen de beneficio que llega a quienes trabajan en el campo describe un cordón umbilical que une los problemas de ahora con los del siglo pasado

Foto: Agricultores de la protesta del campo español en Madrid este miércoles. (EFE/FERNANDO VILLAR)
Agricultores de la protesta del campo español en Madrid este miércoles. (EFE/FERNANDO VILLAR)
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Si bien bajo una sola denominación de origen (gente del campo, como referencia genérica) se dan situaciones diferentes o difícilmente equiparables, lo cierto es quienes habitan en la casa común agrícola y ganadera llevan décadas —en el conjunto del país, y con dolores propios en Canarias— nadando contra la corriente. Paradójicamente, es ahora, con la política evangelizando sobre soberanía alimentaria o kilómetro cero, el momento más descorazonador, el de la desesperanza, el pesimismo y las cuentas rotas. Los números no salen.

Debiéndose recordar, y reconocer, que los zarpazos no siempre son similares —el sector platanero ha viajado históricamente en un vagón propio— quienes mejor han resumido el día a día de quienes trabajan la tierra fueron Los Sabandeños, cuando cantaban (denunciaban) la voracidad de los intermediarios lanzando preguntas al aire para responderlas apuntando a idéntica figura. ¿Quién es ese elegantísimo orondo y gran caballero?, ¿de quién es ese palacio, orgullo del mundo entero?, ¿de quién ese automóvil, tan lujoso y tan ligero?, ¿de quién ese vapor, de quién ese velero? Eso es de un intermediario en el negocio frutero, respondían con su polka.

Todo ha cambiado, o no tanto. Los actores son otros. Otros los volúmenes, otras las reglas del juego. Sin embargo, el escasísimo margen de beneficio que llega a quienes trabajan en el campo —ora en la agricultura, ora con el ganado— describe un cordón umbilical que une los problemas de ahora con los del siglo anterior. En el caso del archipiélago, siempre necesitado de políticas diferentes para poder competir en igualdad con la península, la UE y países terceros, las dificultades que han echado al sector a la calle se incrementan tanto como el esfuerzo que requiere desarrollar la actividad en un territorio insular, situado a 1.200 kilómetros del continente.

Foto: Palomo, el buey de Colmenar, en la protesta de los tractores de Madrid. (A.F.)

Habrá quien se pregunte por qué ahora, qué pasa en las Islas, qué ha llevado al sector primario a movilizarse. Más allá del vaso comunicante con el resto del país —sumarse a la convocatoria general es de libro—, en Canarias se enfrentan a exigencias añadidas. Muchas son comunes, otras bastante menos. Siendo conscientes de que el partido se juega en Bruselas, agricultores y ganaderos de las Islas han querido aprovechar el foco para reivindicarse y recordar que, al escasísimo margen que les llega sobre el precio en supermercados o grandes superficies, hay que añadir, en su caso, y a peor, un incremento insostenible de los costes de producción, un mal generalizado que se agrava notablemente cuando se trabaja en un espacio alejado y fragmentado.

Los problemas del campo, el peso de la intermediación o las dificultades para sobrevivir en un sector donde a muchos (no a todos) no les salen las cuentas y están dudando si tirar la toalla, fueron retratados por Los Sabandeños hace más de cuarenta años. "¿Quiere darme cinco duros para comer caballero?", preguntaba un hombre del campo en la canción. "¿Quién sos tú?", responde el intermediario. "Yo soy un hombre de campo, agricultor platanero", se presentaba el trabajador. Todo ha cambiado menos lo sustancial.

Los márgenes que le llegan a los empresarios más modestos son insultantes, y ahora, después de décadas con el agua y las contabilidades al cuello, los costes se disparan y la calculadora los ahoga.

placeholder Agricultores y ganaderos se manifiestan durante la decimoséptima jornada de protestas de los tractores en las carreteras españolas, en Valencia. (Rober Solsona/Europa Press)
Agricultores y ganaderos se manifiestan durante la decimoséptima jornada de protestas de los tractores en las carreteras españolas, en Valencia. (Rober Solsona/Europa Press)

Llegados a este punto del camino, el futuro, si es que lo hay, pinta gaseoso. El problema del campo en Canarias es el del resto del país, pero agravado. En el cupo de las similitudes cabe incluir un contexto, de competencia con países terceros, que se adentra y de qué manera en el planeta de los imposibles. Los agricultores y ganaderos del club europeo deben producir cumpliendo con una batería de exigencias —medioambientales, sanitarias y de todo tipo— que no están en el paisaje, ni en las contabilidades, de países terceros.

En buena medida, el sector primario europeo —español, y canario— despierta cada mañana a las exigencias del siglo XXI mientras en África o Latinoamérica siguen desenvolviéndose en las condiciones de producción del siglo anterior. Las reglas del juego de unos y otros son agua y aceite. Competir en esas condiciones resulta tremendamente complicado, y desesperante. Ganan en calidad, el producto final es distinto, pero la crisis provoca que los precios pesen más que cualquier otro factor, batalla perdida, punto final, el último que apague la luz.

Aguantar antes que rendirse

Cuando agricultores, ganaderos y productores de distinta talla o condición se echan a la calle —con los precios de la cadena alimentaria sobre la mesa— lo hacen siendo plenamente conscientes de que nadie los va a sacar de la dificultad, el objetivo es otro, la meta es que desde la política se amortigüen los golpes que encajan a diario. Saben que en el recorrido que describen producción, comercialización en origen y destino, envasados y otros asaltos siempre perderán plumas, muchas, pero aspiran a que no sean tantas, a que el esfuerzo les merezca la pena, a que tenga más lógica aguantar que rendirse.

Si no da ni para cubrir los costes de producción, ¿merece la pena continuar? Junto a la inquietud, mayúscula, que en las Islas genera la pretendida entrada en funcionamiento del puerto de Tarfaya, en Fuerteventura, llamado a ser el puente marítimo con Marruecos y lo que de allí llegue, en el archipiélago el sector se manifiesta para que se escuchen sus principales banderas, entre otras su rechazo a la actual Política Agraria Común, la reivindicación de rentas dignas, un aumento del control en los puntos de inspección fronteriza para revisar con garantías los contingentes y aranceles a las producciones extracomunitarias...

También la reciprocidad en las normativas de calidad, seguridad alimentaria y medioambiente a las importaciones de países terceros —con Marruecos especialmente observado—, acelerar la modernización y ejecución de infraestructuras hidráulicas (con las repercusiones que tendría una declaración de emergencia hídrica sobrevolándoles), la ampliación de las líneas de subvención y derogar su Ley General actual o, entre otras, la agilización administrativa. Música y letra se parecen mucho al cuadro clínico que el sector presenta hace décadas. Aunque todo ha cambiado, nada parece haber cambiado desde que Los Sabandeños cantaron a los abusos, injusticias y desigualdades de un sector instalado en una crisis perenne.

Si bien bajo una sola denominación de origen (gente del campo, como referencia genérica) se dan situaciones diferentes o difícilmente equiparables, lo cierto es quienes habitan en la casa común agrícola y ganadera llevan décadas —en el conjunto del país, y con dolores propios en Canarias— nadando contra la corriente. Paradójicamente, es ahora, con la política evangelizando sobre soberanía alimentaria o kilómetro cero, el momento más descorazonador, el de la desesperanza, el pesimismo y las cuentas rotas. Los números no salen.

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