La funesta manía de escribir
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La Palma, más que bonita
Toda fatalidad trágica es una desdicha lamentable. En cualquier parte del mundo. Pero si has conocido y admirado su paisaje, si has querido a sus gentes, todavía lo lamentas mucho más
Las noticias que llegan de la erupción volcánica de La Palma son cada vez más angustiosas, más terribles. Días y días, el hasta hace poco apagado volcán vomita lava sin interrupción, se escurre por las laderas, va deslizándose hacia el mar. La llaman Isla Bonita. Siendo todas muy bonitas en Canarias, ¡cómo debe ser ella...!
No es muy visitada, es la más pequeña entre las grandes del archipiélago, estuve allí hace unos 20 años, no puedo olvidarla. La Palma es mucho más que bonita, es apasionante: un pequeño territorio muy desconocido con un pasado insólito que ha dejado una huella muy profunda. En La Palma se siente el peso de la historia.
Primero te sorprende la orografía. El centro de la isla, mejor dicho, casi toda ella a excepción del litoral, es el cráter de un antiguo volcán, el mayor cráter volcánico emergente del mundo. Hoy, al menos antes de la tragedia actual, se ha convertido en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, una vasta extensión verde que para nada hace recordar a un cráter en el sentido que solemos entender sino que es, simplemente, un hermoso vergel. Esta es una primera sorpresa.
Pero el verdadero asombro te llega al pasear por su pequeña capital, Santa Cruz de la Palma, poco más de 17.000 habitantes en un extenso territorio a la altura del mar con un núcleo urbano insospechado: contiene todos los rasgos de una ciudad moderna, de una gran ciudad en miniatura, al llegar allí se empieza a comprender que la isla ha tenido un insospechado pasado que debemos averiguar para saber dónde estamos, qué tierra pisamos, por qué en el confín occidental de España, en una isla que forma parte de un archipiélago a la altura del Sáhara, hay tantos elementos modernos, tanta cultura y civilización.
"Era una parada obligatoria, el último control antes de la travesía del océano. Por ese motivo, La Palma era poderosa"
Si paseas por las calles empedradas, enseguida te fijas en que muchos de sus nombres no son castellanos sino flamencos. ¿Por qué ello es así? Naturalmente, por la historia. La isla fue incorporada en el siglo XV a la Corona de Castilla, pero muchos de los pobladores fueron flamencos, también franceses, irlandeses o italianos, pero sobre todo aventureros provenientes de los Países Bajos. Motivo: el comercio con América. Allí se establecieron comerciantes con espíritu emprendedor; hoy, sus sucesores conservan sus apellidos como canarios de muchas generaciones. Abiertos al mundo.
Pero te intrigan, en tan pequeña ciudad, los edificios antiguos, las casas señoriales bien conservadas, las inevitables iglesias y conventos, las calles antiguas del centro y, otra gran sorpresa, los signos masónicos en portales, monumentos, balcones y muros. ¿Casualidad? No, casualidades las hay, pero pocas: historia. Desde antiguo, tras la primera colonización de América por la Corona de Castilla, en el puerto de Santa Cruz se estableció un registro de buques en tránsito hacia ultramar. Era una parada obligatoria, el último control antes de la travesía del océano. Por ese motivo, La Palma era poderosa.
Pues bien, los liberales que escapaban a la fanática persecución de Fernando VII, el cruel rey felón, debían recalar forzosamente en Santa Cruz. Por lo que fuere, quizá por una bella mujer canaria, no me extrañaría porque tal es su encanto, no se aventuraban a seguir mar adelante sino que se escondían en la isla, quién iría a buscarlos en tan recóndito paraje en aquellos felices tiempos sin las tecnologías modernas y la implacable burocracia actual. Así pues, allí se instalaron y con el tiempo, cuando el manto del olvido había caído sobre ellos, afloraban a la superficie de la sociedad palmera y explicaban a los amigos y a las amigas sus ideas liberales, practicaban sus ceremonias masónicas, dejaban huellas para que se les recordara, triángulos como adornos simbólicos. Ahí están todavía.
Además, y por encima de todo, estos refugiados masones ayudaban a conformar una sociedad liberal y culta, abierta al futuro. ¿Qué ciudad española de este tamaño, además en una pequeña isla tan lejana de España, ha conservado un teatro del siglo XIX, igualito al Liceo de Barcelona, pero en pequeñito, donde se puede escuchar música, quizás ópera, recitales, representar obras dramáticas, pronunciar conferencias? En Santa Cruz hay dos, yo estuve en uno y era tal como lo he descrito, no sé el otro. Pero hay dos: 17.000 habitantes, dos teatros.
Cuando allí estuve, se celebraba la Bajada de la Virgen de las Nieves, unas fiestas que tienen lugar cada cinco años, con la famosa Danza de los Enanos recorriendo las calles, camuflados de soldados napoleónicos, haciendo chanzas y chirigotas al compás de una música popular y el ruido de la gente.
"Ciudad masónica, liberal, comunista: cada cosa a su tiempo. Estas son las sorpresas de La Palma"
En el teatro, por la mañana, en un ambiente más culto y elitista, un hombre de letras local, ya entrado en años, nos describía con palabras poéticas bellísimas, con un hablar lento, claro, musical e irónico, el significado de las fiestas y la Bajada de la Virgen Blanca como mito, rebajando su importancia real y lanzando al público guiños de incredulidad y sentido del humor. Un placer escucharle: culto, liberal, escéptico, conservador, quizá masón, aunque probablemente más por tradición que por convicción.
No es casualidad, no puede serlo, que ante el golpe de Estado militar del 18 de julio, La Palma resistiera durante una semana a las tropas sublevadas. No es casualidad, y es también curiosa paradoja, que en las primeras elecciones democráticas de 1979 se eligiera alcalde a un comunista que permaneció en el cargo hasta 1991. Ciudad masónica, liberal, comunista: cada cosa a su tiempo. Estas son las sorpresas de La Palma.
Por todo ello, al leer cada día las noticias sobre la trágica erupción del maldito y taimado volcán, agazapado bajo tierra, recuerdo mi breve estancia en una isla que tanta historia me enseñó. Toda fatalidad trágica es una desdicha lamentable. En cualquier parte del mundo. Pero si has conocido y admirado su paisaje, si has querido a sus gentes, todavía lo lamentas mucho más. Que el rugido de las entrañas de La Palma cese de una vez, que retorne la paz a gente tan culta y alegre, a una tierra tan hermosa.
Las noticias que llegan de la erupción volcánica de La Palma son cada vez más angustiosas, más terribles. Días y días, el hasta hace poco apagado volcán vomita lava sin interrupción, se escurre por las laderas, va deslizándose hacia el mar. La llaman Isla Bonita. Siendo todas muy bonitas en Canarias, ¡cómo debe ser ella...!
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