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Cifuentes y la jauría humana
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Alberto Pérez Giménez

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Cifuentes y la jauría humana

El accidente de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, arrollada en un peligroso tramo de la Castellana por un BMW cuando circulaba –como suele hacer casi siempre- en moto, ha desatado a la jauría en twitter y ha puesto de manifiesto cóm

Foto: Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid. (Efe)
Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid. (Efe)

El accidente de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, arrollada en un peligroso tramo de la Castellana por un BMW cuando circulaba -como suele hacer casi siempre- en moto, ha desatado a la jauría en Twitter y ha puesto de manifiesto cómo las redes sociales -amparadas en muchos casos por el anonimato- funcionan como un efecto multiplicador de la ancestral mala baba española hasta convertirla en vómitos rayanos con el delito.

Sería injusto criminalizar las redes sociales porque muchos descerebrados se amparen en ellas para vaciar sus odios y frustraciones: ni todos los políticos son unos chorizos por muchos Bárcenas, López Viejo o Lanzas que aparezcan ni todos los tuiteros unos desalmados que desean la muerte de una política cuando aún permanece sedada, intubada y con siete costillas rotas.

placeholder Recopilación en el blog de Arcadi Espada

Cristina Cifuentes, que debutó en las redes sociales antes que muchos de los que estos días desean su desaparición no sólo política, sino también -y sobre todo- física, encarna desde su puesto de delegada del Gobierno la represión de los movimientos sociales, sobre todo 15-M y Rodea el Congreso, mientras su predecesora -en los albores de un Gobierno del PSOE que sabía condenado al fracaso- mostró una pasividad absoluta con las acampadas en Sol. Quienes estos días han deseado su muerte, “lenta y dolorosa”, “#desenchufadaCifu” y burradas similares, han lanzado en el pasado similares amenazas contra una política que, a diferencia de la mayoría, gestiona ella misma su cuenta personal de Twitter (@ccifuentes) y que se ha encargado en el pasado de denunciar a la Policía, desde su propia cuenta, amenazas de muerte, calumnias sobre una supuesta deuda personal en Alemania o que su marido estuviera en busca y captura.

Ahora, sin embargo, no puede defenderse. Y deben ser el resto de usuarios de las redes sociales quienes marquen el territorio para evitar que la jauría acabe devorando el medio y provocando, como ha sucedido en el pasado, la huida de personajes públicos como Elena Valenciano, la secretaria socialista que abandonó las redes sociales cuando las amenazasllegaron a sus hijos. Ella recibió la solidaridad de Cifuentes como, ahora, Valenciano o el propio Alfredo Pérez Rubalcaba han hecho con la delegada.

Otros políticos y algún personaje público famoso por herencia, y hoy viviendo del barro de la polémica, se han sumado con gozo a la gracieta cuando no al puro linchamiento a costa del infortunio de la política madrileña. El caso más sonado ha sido el del diputado de IU, Gaspar Llamazares, cuyos mensajes sobre Cifuentes y la supuesta polémica de su atención en la medicina pública han acabado por convertirle en un pim-pam-pum de los internautas.

placeholder Foto del Twitter de Victor Arribas (@v_arribas)

La jauría se guía en Twitter por sus propias reglas: es decir, ninguna más allá del odio. Atacan a Cifuentes por estar en La Paz, cuyo personal e instalaciones pagamos todos, incluida ella, pero la destrozarían igual si la hubieran llevado a una clínica privada como, por cierto, y están en su derecho, han hecho recientemente significados tótem de la izquierda más progresista y cinéfila. Piden que no le atienda la medicina y que “rece”, cuando, precisamente, su laicidad y agnosticismo público le granjearon serios problemas en el PP. La atacan como uno de los personajes más “fachas” del PP, cuando sus posturas republicanas o a favor de los matrimonios homosexuales dentro del partido le procuraron más de un dolor de cabeza. La critican por ir en moto “como si fuera guay”, cuando prescinde de escolta y coche oficial para desplazarse por Madrid, algo que ya le causó problemas cuando osó moverse por su barrio de Malasaña sola y a pie y sufrió el primer escrache en julio del pasado año por parte de varias decenas de personas que la reconocieron...

Cristina Cifuentes tiene por delante una dura recuperación. Lo hará en la sanidad pública, por supuesto, porque la inmensa mayoría de trabajadores de la misma no miran el carné de sus pacientes, y volverá a hacerse cargo de su cuenta de Twitter para discrepar porque la jauría, de uno y de otro lado, no puede salirse con la suya. No podemos consentirlo.

El accidente de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, arrollada en un peligroso tramo de la Castellana por un BMW cuando circulaba -como suele hacer casi siempre- en moto, ha desatado a la jauría en Twitter y ha puesto de manifiesto cómo las redes sociales -amparadas en muchos casos por el anonimato- funcionan como un efecto multiplicador de la ancestral mala baba española hasta convertirla en vómitos rayanos con el delito.

Cristina Cifuentes