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Peter Pan en la M-30
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David del Cura

Entresijos y gallinejas

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Peter Pan en la M-30

El encanto de la catarsis, la eterna juventud y la lealtad de los gatos... Madrid es de todos porque no es de nadie

Foto: Conferencia de paz en 1991, Madrid.
Conferencia de paz en 1991, Madrid.

La inercia, la falsa candidez o la resistencia a dejar la adolescencia hacen de Madrid un lugar que nunca podrá entrar en el club de 'las ciudades de provincias'. Siempre el amplificador hasta que cruje y pisado el pedal de distorsión. En la 'almendra' ha gobernado una alcaldesa post-pop, se ha enterrado con carroza, la derecha sigue dejando sus lances más sugestivos y nadie ha inaugurado unos Juegos Olímpicos. Aquí se tapa con colorines la bronca, el humo y la sordidez. Un buen cartel, luces para iluminar los atascos y una movida para esconder las jeringuillas bajo una lápida de silestone fosforito. Falta un palacio para aquella explosión y hacer hueco para transitar entre museos sin perder la paciencia.

Todo estuvo alguna vez en algún programa electoral, en una tertulia o en una entrevista. La basura y el tráfico desesperan pero no condenan. Acabamos de estrenar un montón de cachivaches. Protegidos por la muralla negra de la M-30, nadie se va a atrever a invadir, así que las guerras, los motines y los escarceos hay que hacerlos con los de dentro, entre los de casa para que escueza. Que enfrente no hay nadie, decía el poeta. Casi medio siglo de democracia y el PSOE lleva décadas atascado en Moncloa con ramal intermitente a Miguel Ángel.

Foto: Atasco en la M-30 en un día de lluvia. (EFE)

La vida sigue... Cada día, los barrios entregan a sus huestes desarmadas, la España desasistida a sus jóvenes y a los líderes regionales les organizan desayunos con cámaras y acción. El caldo y el relato son cosa de los ejércitos de 'listos' que describen las periferias y les marcan los caminos. Los que sobrevivieron al 15-M se propusieron asaltar los cielos, pero se quedaron en las plazas hasta que abrieron las puertas de los despachos. 'Hacer tiempo', es una construcción muy socorrida cuando no se tiene nada mejor que ser.

Este Madrid es terreno abonado, con purines de Dior, para las oportunidades. La idea de desparramar las instituciones no pasará de promesa y desde ese corazón que bombea a contratiempo se legislará, se mentirá y las leyendas urbanas, de coyundas imposibles y otras proezas surgidas o pagadas, seguirán llegando hasta las columnas de opinión. Pocas son las que sostienen algún sombrajo y menos las imperdibles, pero entre palmaditas, sobres y autocomplacencia se come, se cena y se toman vinos buenos. La rueda es el mensaje y 'el todo Madrid' la coartada. El único riesgo son los francotiradores a sueldo de los señores.

Las niñas quieren ser presidentas, las princesas se van a estudiar a Gales

Hace 30 años se celebró una conferencia de paz y desde entonces lo más entretenido han sido las luchas por el poder. Los que se conforman con su condición de visir no se meterán en líos. Las niñas quieren ser presidentas y alcaldables, las princesas se van a estudiar a Gales. Los niños perdidos siguen sin encontrarse. Hay leyes redactadas por guionistas de Disney, creen que los lobos no llegan a plaza Castilla y las rehalas se educan en los divanes. Este Madrid expansivo y ensimismado algún día se apostará en la Castellana para ver llegar desde Soria o Jaén diputados cabalgando unicornios y 'abascales' picando espuela.

¿Por dónde han entrado, se preguntarán las tertulias? Pues sin coger la M-30, lo han hecho directamente aprovechando la estructura radial de las carreteras nacionales. La historia dice que cuando dejen la montura ya serán madrileños. Harán crecer esa realidad incompleta de que Madrid es España. Tan solo una pequeña suma de sus partes... Pero no estamos para cuentas exactas, es tiempo de tirar a bulto. Dentro de unos días, Rajoy presentará su libro 'Política para adultos' y dirán que quiere acabar con esta infantilización rampante. Tranquilidad, el expresidente nunca ha sido de cacerías, le basta con caminar rápido para llegar, marcharse y dejar que sean otros los que se encarguen del espectáculo. En Madrid nunca se apagan las luces. Ahora llegan las de Navidad y con ellas las cenas, los cuernos y los apuñalamientos. La entretenida normalidad.

La inercia, la falsa candidez o la resistencia a dejar la adolescencia hacen de Madrid un lugar que nunca podrá entrar en el club de 'las ciudades de provincias'. Siempre el amplificador hasta que cruje y pisado el pedal de distorsión. En la 'almendra' ha gobernado una alcaldesa post-pop, se ha enterrado con carroza, la derecha sigue dejando sus lances más sugestivos y nadie ha inaugurado unos Juegos Olímpicos. Aquí se tapa con colorines la bronca, el humo y la sordidez. Un buen cartel, luces para iluminar los atascos y una movida para esconder las jeringuillas bajo una lápida de silestone fosforito. Falta un palacio para aquella explosión y hacer hueco para transitar entre museos sin perder la paciencia.

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