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La manta de Bárcenas
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Javier Caraballo

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La manta de Bárcenas

La manta de Bárcenas no es la del refrán, que no. Porque tantas verdades pudo decir ayer ante el juez como nuevas mentiras que se acumulan

La manta de Bárcenas no es la del refrán, que no. Porque tantas verdades pudo decir ayer ante el juez como nuevas mentiras que se acumulan sobre las que ha venido vertiendo durante meses, lo que convierte cada testimonio suyo en un campo minado de trampas que hace muy complejo sacar conclusiones inmediatas y, sobre todo, intentar vislumbrar en qué puede acabar este macroescándalo judicial. En algunos casos, puede resultar incluso temerario. Las certezas ahora, en uno o en otro sentido, pueden conducir a las mayores frustraciones. Por eso, lo mejor es ir desbrozando, en medio de tanta tormenta, sin ruidos ni alborotos, las tres o cuatro evidencias a las que podemos agarrarnos. La manta, que se la quede Bárcenas. La manta, esa manta, que la siga blandiendo el ejército de cínicos y sectarios que pulula por España.

Veamos, comencemos con el origen de todo: la financiación ilegal. Como sabemos que la financiación ilegal de los partidos políticos en España es una constante a lo largo de todo el periodo democrático, aún en nuestros días, y que afecta a toda la clase política, parece evidente que todo lo que le ocurre al Partido Popular es consecuencia directa de esa práctica. Sin la práctica de la financiación ilegal de los partidos políticos no existiría la inmensa mayoría de los casos de corrupción que hemos conocido. El problema es que, como ha sucedido en tantas ocasiones, de la financiación ilegal sólo conocemos las últimas ramificaciones, las consecuencias postreras, casi nunca el meollo de la cuestión. En este caso, esas ramificaciones nos conducirían a toda la podredumbre de la ‘trama Gürtel’ y a la fortuna que amasó el extesorero Bárcenas en Suiza, que son los dos asuntos que están investigando los tribunales. Dicho de otra forma, sin la financiación ilegal no existiría ni la Gürtel ni la fortuna de Bárcenas.

Por mucho interés que se vislumbre en Bárcenas por enfangar con los sobresueldos a sus dos grandes bestias negras, Mariano Rajoy y Dolores de Cospedal (cada vez es más llamativo el silencio de Bárcenas sobre Aznar), ambos están muy lejos de una acusación de cohecho hoy por hoyPara que este escándalo, ceñido en esas dos causas, pudiera trascender a un proceso general de la financiación ilegal del Partido Popular tendría que demostrarse, en primer lugar, que ha existido un delito generalizado de cohecho. El cohecho es tan fácil de explicar como difícil de demostrar. Un particular entrega dinero a un cargo público para obtener a cambio un trato favorable en alguna decisión administrativa, generalmente la adjudicación de alguna inversión pública. Demostrarlo en un tribunal supone que exista constancia de la entrega del dinero y que exista, de la misma forma, una constatación fehaciente de que el particular logró hacerse con la adjudicación pública en cuestión de una forma irregular.

Ayer mismo, en su declaración, Bárcenas admitió ante el juez que, además de la ‘contabilidad paralela’ ahora reconocida, lo que no tiene son documentos que acrediten la entrega y el reparto de ese dinero, con lo que si no existe una evidencia mayor que vincule ese testimonio con alguna obra pública concreta, todo queda reducido a una acusación que todos los demás afectados desmienten. Por algo suele advertirse en los tribunales que el delito de cohecho es uno de los más difíciles de probar “porque es un delito sin víctimas”. Dicho de otra forma, quien entrega el dinero no quiere que se sepa y quien lo recibe, menos aún.

Más complejo todavía sería considerar que los sobresueldos anotados por Bárcenas en sus libretas van a terminar en imputaciones penales de las personas que supuestamente los han recibido porque, en este caso, tendría incluso que acreditarse que los perceptores de los sobres conocían el origen ilegal de esos fondos. Es decir, incluso en el caso de que Rajoy admitiera haber recibido un sobresueldo, o que se pudiera demostrar, no presupondría que haya cometido un delito de cohecho. Y sin el cohecho, el sobresueldo queda reducido a una mera infracción tributaria, que en la mayoría de los casos ya ha prescrito, o en una infracción de la Ley de Incompatibilidades. Por mucho interés que se vislumbre en Bárcenas por enfangar con los sobresueldos a sus dos grandes bestias negras, Mariano Rajoy y Dolores de Cospedal (cada vez es más llamativo el silencio de Bárcenas sobre Aznar), ambos están muy lejos de una acusación de cohecho hoy por hoy.

Habrá que esperar a que se analice con detenimiento toda la documentación entregada, las libretas y el pendrive, pero, visto lo visto, no hay que descartar que, al final, judicialmente el caso quede ceñido a los dos procesos, las dos ramificaciones, que vemos en la actualidad. Quizá sea esa, precisamente, la conclusión a la que ha llegado el Gobierno y el Partido Popular y de ahí la negativa rocosa ante todo lo que se va conociendo. Sobre todo porque algunas de las afirmaciones sí parecen fácilmente desmontables, como el intento de chantaje a Bárcenas, que carece de sentido tal y como lo expone el extesorero, o la acusación chusca de que era el propio Rajoy quien destruía documentos en su presencia.

Pero, volviendo a lo anterior, si determinamos que es muy complejo judicialmente abrir un proceso general de financiación ilegal y más difícil aún lo es relacionar los sobresueldos con un cohecho generalizado de la cúpula del Partido Popular, ¿qué puede quedar de las nuevas revelaciones de Bárcenas ante el juez? Eso es lo más triste de todo porque en eso también tenemos experiencia variada para recordar. Es una suerte de sinécdoque de la corrupción, en la que la parte, los casos concretos, acaba dándole nombre al todo, la práctica generalizada de la financiación ilegal. Sencillamente, sin imputaciones judiciales no hay dimisiones y, como queda dicho, a día de hoy no están cerca las imputaciones por la 'contabilidad B' y por los sobresueldos. Se establece a partir de ahí el círculo vicioso en el que han quedado sumidos otros escándalos: la oposición sobreactúa y confiere al caso de corrupción del adversario una dimensión que disimula en los propios y el Gobierno afectado se limita a negarlo todo, a reducir lo sucedido a dos o tres malhechores, y a esperar a que pase la tormenta judicial.

Y todo esto se hace con el mismo desparpajo con el que un día se pone la mano en el fuego por Bárcenas y más adelante se le llama delincuente, sin esperar siquiera al juicio. Unos sobreactúan y otros guardan silencio, y cada uno de ellos ha representado un papel y el contrario a lo largo de los últimos años. La manta que cuando tapa la cabeza, descubre los pies. Pero esa no es la de Bárcenas.

La manta de Bárcenas no es la del refrán, que no. Porque tantas verdades pudo decir ayer ante el juez como nuevas mentiras que se acumulan sobre las que ha venido vertiendo durante meses, lo que convierte cada testimonio suyo en un campo minado de trampas que hace muy complejo sacar conclusiones inmediatas y, sobre todo, intentar vislumbrar en qué puede acabar este macroescándalo judicial. En algunos casos, puede resultar incluso temerario. Las certezas ahora, en uno o en otro sentido, pueden conducir a las mayores frustraciones. Por eso, lo mejor es ir desbrozando, en medio de tanta tormenta, sin ruidos ni alborotos, las tres o cuatro evidencias a las que podemos agarrarnos. La manta, que se la quede Bárcenas. La manta, esa manta, que la siga blandiendo el ejército de cínicos y sectarios que pulula por España.

Luis Bárcenas