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¿Debemos comernos el sapo catalán?
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Javier Caraballo

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¿Debemos comernos el sapo catalán?

Como la historia es larga, vamos a ella sin más. Dice así: “Cuando a los hombres de la derecha y del centro se les pide una

Como la historia es larga, vamos a ella sin más. Dice así: “Cuando a los hombres de la derecha y del centro se les pide una explicación de lo que pasa en Cataluña, le cuentan a uno un cuento. Es muy bonito. Dos aldeanos van de camino. Uno de ellos lleva del ronzal una vaca. Junto a una charca encuentran un sapo, que produce en el de la vaca un gesto de repugnancia. El otro aldeano, por llevar la contraria a su compañero, afirma entonces que el sapo es un animal como otro cualquiera, ni más ni menos repugnante que los demás seres vivos que a diario sirven de alimento al hombre. "¿Tú serías capaz de comerte un sapo?", arguye el de la vaca. "Me lo comería si hubiera necesidad", contesta el otro. Disputan estos compadres y, al final, como no se ponen de acuerdo, apuestan. "Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo". La codicia y el amor propio fuerzan al aldeano a coger el sapo y comérselo, cerrando los ojos de asco y conteniendo las náuseas que le dan cuando quiere vencer la repugnancia que indudablemente siente. El otro ve, acongojado, que su compadre es capaz, efectivamente, de tragarse el sapo y, ante el temor de quedarse sin la vaca que alegremente había apostado, se aprovecha de la náuseas que el otro está pasando en aquellos instantes y le propone: "¿Me devuelves la vaca si soy capaz de comerme el medio sapo que te queda?".El comedor de sapos ve en esta oportunísima proposición un modo inmediato de librarse del tormento al que está sometido, y alarga el pedazo de sapo que le queda a su compadre, quien cierra los ojos y se lo traga. Siguen su camino silencioso, los dos compadres. Al cabo de un rato se paran. Se miran frente a frente y se preguntan, estupefactos, "¿y por qué nos habremos comido un sapo?".

“Si las izquierdas no querían lanzarse a una aventura revolucionaria, ¿por qué la intentaron? Y si las derechas no pretendían acabar con el régimen autonómico, ¿por qué fueron contra él?”

La oportunísima fábula, aunque pudiera parecerlo, no es actual; la utilizó en un artículo de prensa el grandísimo Manuel Chaves Nogales para intentar explicarse qué diablos sucedía en la Cataluña de entonces. Habían pasado ya un par de años de la fallida intentona de la proclamación del Estado Catalán en octubre de 1934 (el fiasco de Companys, que sembró el caos en las diez horas escasas que duró dicho Estado), y lo que se preguntaba Chaves Nogales, porque se lo preguntaban en Cataluña después de aquel desastre, es cómo había sido posible que la izquierda y la derecha, que no querían la independencia, llegar a comerse ese sapo. “Si las izquierdas no querían lanzarse a una aventura revolucionaria, ¿por qué la intentaron? Y si las derechas no pretendían acabar con el régimen autonómico, ¿por qué fueron contra él?”. No se ha cumplido todavía un siglo de aquellos acontecimientos y otra vez tiene sentido la pregunta, pero esta vez con ramificaciones antiguas, repetidas, y otras nuevas, fuera de Cataluña.

Por lo que se está viendo, otra vez ha sucedido lo mismo, aquello que nos resulta inexplicable en cada análisis: que la derecha catalana de Convergència i Unió haya acabado asumiendo las tesis independentistas, de las que siempre se había mantenido alejada, al igual que la izquierda catalana, la izquierda real, la socialista o la comunista, no la izquierda nacionalista de Esquerra porque siempre será un imposible ese invento español que jibariza "La Internacional". ¿Por qué han acabado tragándose el sapo de la independencia?Porque se lo han tragado, claro, de ahí las náuseas. Unas veces son las náuseas de la derecha catalana, sobre todo las de Unió, que no sabe cómo librarse de la pesadilla en la que se han metido, y otras veces de la izquierda, sobre todo del Partido Socialista, que no se reconoce, que no puede reconocerse, en esa política que calla y justifica los pasos que se van dando hasta el ansiado referéndum de independencia.

Por inercia, que es de mediocres, o por codicia electoral, que es el peor veneno de la política, la cuestión es que unos y otros se han tragado el sapo de la independencia, y ahora quieren que seamos los demás, los que no estamos en Cataluña, los que procedamos igual. Ese es, exactamente, el punto en el que nos encontramos: ¿debemos comernos el sapo catalán? Un andaluz, ¿debe tragarse el sapo catalán? ¿Y un gallego? ¿Los madrileños deben tragarse ese sapo, o los valencianos? Porque esa es la propuesta que se nos hace cuando, de forma insistente, se afirma que hay que escuchar a los catalanes. Como dijo ayer Rubalcaba en el Congreso: “Hay una mayoría de catalanes que quiere cambio, y yo creo que el resto de España les tenemos que escuchar”. O como precisó Manuel Chaves el otro día en el Foro de El Confidencial: “Cataluña debe ver reconocidas en la Constitución su singularidad lingüística, territorial y, aunque esto pueda levantar ronchas, sus singularidades en el sistema de financiación autonómica”. Es decir, más diferencias -y lo dice un expresidente andaluz- y más privilegios, como si existiera un pecado original en la historia de España en Cataluña por el que hay que purgar.

La lealtad que no existió con la República y que tampoco se ha respetado con la Constitución, ni siquiera con los dos Estatutos de autonomía aprobados. Hasta que hemos llegado al extremo de esta escalada de independencia que crece con la fuerza de un alud en alta montaña

Nada puede irritar más fuera de Cataluña que esa queja, reiterada, de que en España no se escucha a los catalanes, que no se les atiende. Porque no hace falta ni mucha perspicacia ni mucha historia reciente para saber que, si ha existido alguna desproporción, ha sido a favor de esa autonomía en detrimento de otros territorios, de otros pueblos que, sin embargo, no enarbolan jamás esa queja. Por la especial protección económica en último siglo y medio y por la amplia protección cultural, social y lingüística de los últimos treinta años. Y por la financiación, sí, por la financiación que, de forma directa e indirecta, gracias a la función de bisagra de los nacionalistas catalanes en el Congreso, ha sido siempre superior al resto de autonomías, con excepción del País Vasco y Navarra por la existencia inexplicable del Cupo basado en los Fueros.

No es el Estado federal, que jamás han reclamado los nacionalistas catalanes o vascos, ni la falta de ayudas o de apoyo. La cuestión, al cabo de los años, se reduce a una sola palabra: lealtad. La lealtad que no existió con la República y que tampoco se ha respetado con la Constitución, ni siquiera con los dos Estatutos de autonomía aprobados. Hasta que hemos llegado al extremo de esta escalada de independencia que crece con la fuerza de un alud en alta montaña. Lealtad. Con el paso previo de la lealtad, lealtad expresa, cualquier cosa se puede reconsiderar, siempre de acuerdo con el conjunto de España. Si no es así, todo será en balde, transitorio.

Y se resumirá en una sola pregunta: ¿Debemos comernos el sapo catalán? Ya hay muchos que han dicho que sí.

Como la historia es larga, vamos a ella sin más. Dice así: “Cuando a los hombres de la derecha y del centro se les pide una explicación de lo que pasa en Cataluña, le cuentan a uno un cuento. Es muy bonito. Dos aldeanos van de camino. Uno de ellos lleva del ronzal una vaca. Junto a una charca encuentran un sapo, que produce en el de la vaca un gesto de repugnancia. El otro aldeano, por llevar la contraria a su compañero, afirma entonces que el sapo es un animal como otro cualquiera, ni más ni menos repugnante que los demás seres vivos que a diario sirven de alimento al hombre. "¿Tú serías capaz de comerte un sapo?", arguye el de la vaca. "Me lo comería si hubiera necesidad", contesta el otro. Disputan estos compadres y, al final, como no se ponen de acuerdo, apuestan. "Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo". La codicia y el amor propio fuerzan al aldeano a coger el sapo y comérselo, cerrando los ojos de asco y conteniendo las náuseas que le dan cuando quiere vencer la repugnancia que indudablemente siente. El otro ve, acongojado, que su compadre es capaz, efectivamente, de tragarse el sapo y, ante el temor de quedarse sin la vaca que alegremente había apostado, se aprovecha de la náuseas que el otro está pasando en aquellos instantes y le propone: "¿Me devuelves la vaca si soy capaz de comerme el medio sapo que te queda?".El comedor de sapos ve en esta oportunísima proposición un modo inmediato de librarse del tormento al que está sometido, y alarga el pedazo de sapo que le queda a su compadre, quien cierra los ojos y se lo traga. Siguen su camino silencioso, los dos compadres. Al cabo de un rato se paran. Se miran frente a frente y se preguntan, estupefactos, "¿y por qué nos habremos comido un sapo?".

Cataluña Manuel Chaves