Matacán
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Del Nido, anatomía de un delincuente
En España, los corruptos salen en procesión. Sucede con frecuencia, tras un largo proceso judicial, los tribunales condenan a un tipo por un desfalco de arcas
En España, los corruptos salen en procesión. Sucede con frecuencia: tras un largo proceso judicial, los tribunales condenan a un tipo por un desfalco de arcas públicas o por un pelotazo amasado con suculentas influencias, y como son gente de escasa moral y vergüenza desconocida, encima de todo comparecen públicamente para sacar pecho, henchidos de un extraño orgullo de delincuentes. Delincuentes vulgares que se presentan como mártires y que luego, que es lo peor de todo, encuentran el calor de un cierto público. Que nada parece más elástico en España que el reproche moral de esos delincuentes; la extraña exculpación social de determinados líderes por sucias y oscuras que sean sus condenas. Los sacan en procesión como si fueran víctimas.
Tal es el caso de este don Guido de Sevilla, condenado ahora por el Supremo en sentencia firme, que ayer convocó una rueda de prensa para proclamarse inocente y marcharse entre vítores del club de fútbol que presidía, el Sevilla Fútbol Club. Hasta el alcalde de la capital andaluza, Juan Ignacio Zoido, dijo compungido que la condena del corrupto era “una mala noticia para la ciudad”. ¿Cómo? ¿Para la ciudad? ¿Cómo puede un alcalde lamentar la condena de un tipo que ha contribuido a saquear un Ayuntamiento? En fin...
La verdad es que el final de José María del Nido no podía ser otro que este, la cárcel. Cualquiera en Sevilla podía calcular esa trayectoria cuando, al poco de morirse el dictador, José María del Nido decidió seguir activamente el sendero reaccionario de su familia y se afilió al sector más duro, más agresivo, de la extrema derecha. Aquellos cachorros de correajes y cadenas que se llamaban de Fuerza Nueva, que tantas palizas propinaban. En Sevilla, en una de esas, Del Nido fue detenido y la cosa no pasó a mayores. Oscuros episodios que nunca se aclararon pero que están ahí, en las andanzas de este antiguo jefe de las juventudes de Fuerza Nueva.
Años más tarde, en uno de los episodios más grotescos de aquellos años de Transición, el joven Del Nido asumió la defensa de un coronel del ejército acusado de intentar financiar un golpe de Estado ultraderechista en España con dinero de Libia. Era el coronel Carlos de Meer, corría el año 1986 y, después de aquello, Del Nido reservaría ya para la intimidad sus cuadros de Franco y sus brotes reaccionarios.
Como en las reuniones con los ultras del Sevilla F.C., la llamada ‘Peña Biri’, que se definen como “antirracistas y antifascistas” por esa no menos grotesca adscripción de los ultras de fútbol a las ideologías. “Nos decía que, si por él fuera, salíamos por la ventana, por ser una peña de extrema izquierda, pero que teníamos que entendernos como sevillistas”, recuerda ahora un miembro de esa banda ultra.
En consecuencia, quién mejor que ese Del Nido, ayuno de principios y de escrúpulos democráticos, para aterrizar en un Ayuntamiento diseñado desde arriba hasta abajo para delinquir, para saquear las arcas públicas. Pero ¿cómo robaban? ¿Cómo robaba Del Nido, por ejemplo? Un solo caso de los que se detallan en la sentencia del Tribunal Supremo, de 244 folios. En julio de 1999, el Tribunal de Cuentas remite una comunicación al Ayuntamiento de Marbella para que las sociedades municipales rellenen un simple cuestionario “para recabar datos generales, muy simples, con una mera finalidad informativa”.
Es ese tipo, el ultraderechista defensor de golpistas, el “principal adlátere” de quienes saquearon un ayuntamiento, el que ayer se despedía entre vítores
Pues bien, para cumplimentarlos, el alcalde, Julián Muñoz, que las presidía todas, reúne en una sola tarde a los veinte consejos de administración de todas las sociedades; es decir, se reúne él mismo con un par de personas más que estaban en todos los consejos, para darle poderes a Del Nido en el asesoramiento ante el Supremo. En poco más de un cuarto de hora, se despachaba cada consejo de administración. Cumplido el trámite, Del Nido emitió una veintena de facturas todas por el mismo importe: 3.458,57 euros. Todas igual, incluso para las de empresas que ya no tenían actividad. De una tacada, Del Nido se embolsó más de 73.000 euros. Y en la sentencia queda claro que no hizo otra cosa que poner la mano. “No se ha acreditado más contacto con el equipo fiscalizador que los simples saludos protocolarios”.
Como esas facturas ficticias, Del Nido emitió hasta ochenta, que son las que figuran en la verdad judicial. Lo que nunca sabremos ya es si el desfalco fue mayor incluso de esas cantidades que, a fin de cuentas, se declaraban públicamente. En el Ayuntamiento en el que circulaban las bolsas de basura llenas de billetes de quinientos, ya podemos imaginar que las alcantarillas eran otras.
Pero la verdad judicial es la que es, que ya va de largo: “La intervención del impugnante [Del Nido] en el Ayuntamiento [de Marbella] no se reducía a la esfera jurídica sino que era el principal adlátere de Julián Muñoz. No solo usaba dependencias municipales, sino que también daba instrucciones y órdenes a funcionarios y técnicos municipales. (…) En definitiva, unas veces por la falta de necesidad del servicio, otras por la irregular e improcedente encomienda de tales servicios, por la prescindibilidad de los mismos o por la falta de constancia de su realización, lo cierto es que simplemente se creaba una apariencia formal, que pretendía encubrir un cobro legítimo, extrayendo caudales públicos para hacerlos propios”.
Es ese tipo, el ultraderechista defensor de golpistas, el “principal adlátere” de quienes saquearon un ayuntamiento, el que ayer se despedía entre vítores, el que se marcha con la cabeza alta. Buscando el halago en el país en el que algunos corruptos salen en procesión camino de la cárcel. Cometió el delito consciente de lo que hacía (“José María del Nido Benavente era consciente con dolo directo de la actividad delictiva”, dice la sentencia) y ahora se presenta como inocente, envuelto en banderas y copas de fútbol. Inocente, ese trueno… Si Machado viviera, adaptaría su poema. “Buen don Guido, ya eres ido a la cárcel / y para siempre jamás, delincuente serás... / Alguien dirá: ¿Qué dejaste? / Yo pregunto: ¿Qué llevaste / al mundo donde hoy estás?”.
En España, los corruptos salen en procesión. Sucede con frecuencia: tras un largo proceso judicial, los tribunales condenan a un tipo por un desfalco de arcas públicas o por un pelotazo amasado con suculentas influencias, y como son gente de escasa moral y vergüenza desconocida, encima de todo comparecen públicamente para sacar pecho, henchidos de un extraño orgullo de delincuentes. Delincuentes vulgares que se presentan como mártires y que luego, que es lo peor de todo, encuentran el calor de un cierto público. Que nada parece más elástico en España que el reproche moral de esos delincuentes; la extraña exculpación social de determinados líderes por sucias y oscuras que sean sus condenas. Los sacan en procesión como si fueran víctimas.