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El postureo de estar “muy cabreado”
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Javier Caraballo

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El postureo de estar “muy cabreado”

Que el postureo existe, lo confirma ya hasta el tipo más rancio, ése que se vanagloria de no estar en las redes sociales, ni usar el wasap

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Que el postureo existe lo confirma ya hasta el tipo más rancio, ese que se vanagloria de no estar en las redes sociales, ni usar el wasap, porque hasta los ordenadores le parecen un diabólico instrumento de incomunicación y, para demostrarlo, saca del bolsillo un Nokia del tamaño de un paquetito de pañuelos, con la pantalla gastada y opaca. “Yo es que sólo quiero el teléfono para hablar, ¿sabes?, como toda la vida”.

Ese es, sin saberlo, otro postureo, el postureo rancio, tan habitual como el postureo hipster o el indie. El postureo es la nueva religión urbana y los selfies son sus mandamientos. Y todo estaba a la espera de que la Real Academia acepte, defina y limite el neologismo hasta que el otro día un lector de El Confidencial, en el comentario que hizo a una de las noticias del día, amplió el campo de acción del postureo a la política, con una reflexión brillante sobre la realidad política de España.

En el chat en el que estaba, hablaban muchos decepcionados, malhumorados, hastiados con la situación económica y política y este lector dedujo que, en realidad, estar muy cabreado se ha convertido en España en un nuevo postureo. Vas a una comida con colegas, ¿y quién es el que se atreve a negar que todo es un puto desastre? Estás en la barbacoa familiar de un fin de semana, ¿y quién levanta el dedo para decir que las cosas están mejorando, que España ya no se hunde? Mucho mejor, y sobre todo, mucho más convincente, es decir lo otro, “pues yo estoy muy cabreado”, y sin más argumentos, sin necesidad de explicar nada más, observarás cómo todos asienten a tu alrededor. Es el postureo de estar muy cabreado, como acertó a decir aquel lector, que ha sabido darle nombre al postureo político.

A ver, para dejar las cosas en su sitio desde el principio, el postureo del muy cabreado sólo define al individuo, no a la situación del país. La existencia del postureo político no presupone nunca que la realidad del país, los problemas reales del país, sean igualmente un postureo. No, claro. El postureo, tal y como lo entendemos, está vinculado a la persona, a la pose que adopta, a la estética. Como dice Paula Sancho, que ha escrito un libro del fenómeno, postureo es subir fotos de sushi a las redes sociales, pero nunca de lentejas. El postureo político es lo mismo, oculta las lentejas del día a día y exhibe sólo la carne cruda del cabreo, como una nueva estética del ciudadano hipercrítico frente al poder.

La cuestión fundamental es que, ahora que estamos en un año electoral, los estrategas de todos los partidos políticos harían bien en estudiar el fenómeno del postureo político porque puede ser esencial en este nuevo ciclo de elecciones que afrontamos en España: autonómicas, municipales y generales. Es la primera vez en muchos años que casi nadie se atreve a hacer un pronóstico de lo que puede ocurrir, por los fenómenos conocidos del declive del bipartidismo y el auge de nuevos partidos políticos, y será fundamental rascar un poco más allá de las encuestas, hasta llegar al postureo.

¿Y no es lo mismo el postureo que el llamado ‘voto oculto’, que ya se estudia en la sociología política y en la estadística electoral? Pues no exactamente, porque de la misma forma que el voto oculto esconde una preferencia de voto decidida, normalmente por el partido en el gobierno, en el caso del postureo del muy cabreado no se sabe bien qué puede ocurrir cuando se sitúe delante de la urna en las elecciones, si completará el postureo con el voto a una opción de moda, de la que sabe poco, o si, por el contrario, pensará en las lentejas de cada día y acabará depositando la papeleta de una opción política en la que sí confía.

En cualquier caso, lo que parece claro es que si este ciclo electoral es tan incierto, es precisamente por esos dos fenómenos de la actualidad, el voto oculto y el postureo del muy cabreado. Lo que venía a decir el lector que mencionaba al principio es que, en realidad, la mayoría de la gente reconoce que la situación económica ha mejorado en España, aunque luego en las conversaciones se oculte esa satisfacción. Es, de hecho, la contradicción que se percibe en las encuestas, como la última del Centro de Investigaciones Sociológicas, en la que de forma simultánea una parte del barómetro señala que la inmensa mayoría de los españoles se da un 7 o un 8 en felicidad, en una escala de diez, mientras que en otro apartado del sondeo la preocupación por la economía, el desempleo o la corrupción se mantiene en niveles históricos, aunque también estos indicadores descienden ligeramente. ¿Cómo puede darse tanta felicidad en un país con problemas tan graves, a juicio de sus ciudadanos?

Para el Gobierno de Mariano Rajoy la situación debe ser especialmente compleja, porque es posible que no sepa hasta el mismo día de las elecciones cuál es la realidad electoral de España. Nadie hubiera creído hace tan sólo un año y pico, en el ecuador de la legislatura, que el Gobierno acabaría el mandato con la expectativa general, refrendada por el Fondo Monetario Internacional, de que España liderará el crecimiento en la zona euro, muy por delante de todos los demás, y que es, junto a Estados Unidos, la única economía del mundo que ve mejoradas sus perspectivas anteriores. Es evidente que el FMI se equivoca, que por no ver, no supo ver ni la crisis, pero también es cierto que sigue siendo una referencia internacional aceptada por todos. Y es evidente, además, que ese mismo FMI ha sido especialmente cicatero con las previsiones de crecimiento de España durante los peores años de la crisis. Por eso, es tan llamativo que el FMI, que revisa sus previsiones cada tres meses, haya concedido a España seis revisiones al alza consecutivas.

¿Por qué el Gobierno que ha pilotado esa recuperación no es capaz de rentabilizar la mejora de la situación económica? Contemplándolos, tan desnortados, en ese vídeo de precampaña, queda claro que tampoco el Gobierno se explica mucho cómo ha mejorado tanto las perspectivas económicas del país y ha empeorado las suyas propias. En la esencia misma del postureo del muy cabreado puede estar la respuesta.

Que el postureo existe lo confirma ya hasta el tipo más rancio, ese que se vanagloria de no estar en las redes sociales, ni usar el wasap, porque hasta los ordenadores le parecen un diabólico instrumento de incomunicación y, para demostrarlo, saca del bolsillo un Nokia del tamaño de un paquetito de pañuelos, con la pantalla gastada y opaca. “Yo es que sólo quiero el teléfono para hablar, ¿sabes?, como toda la vida”.

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