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El debate de Los Otros
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Javier Caraballo

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El debate de Los Otros

Este será el último debate de una época en la democracia española, pivotando en su mayoría entre dos fuerzas políticas, el PP y el PSOE. Si el bipartidismo ha muerto, este es el debate de Los Otros

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)

En la primera escena, la cámara capta un primer plano del discurso del presidente del Gobierno en la tribuna del Congreso. Progresivamente, pasa a un plano general en el que todos los diputados, taciturnos, están sentados en sus escaños. Todo parece normal hasta que el espectador repara en la poca luz de las escenas; en realidad, todo está en penumbra. Puertas y ventanas cerradas para que no entre en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo ni un solo rayo de luz del exterior. “Lo único que se mueve aquí es la luz, pero lo cambia todo”, susurra al oído de su compañero uno de los diputados. Se oye el crujir de una puerta de bisagras oxidadas y un grito sobrecogedor a lo lejos. “A veces, el mundo de los muertos se mezcla con el de los vivos”.

La película se llama El debate de Los Otros, basada en la obra de Amenábar y en la realidad misma que se vive en España. Porque si existe alguna impresión generalizada ante el debate del estado de la Nación, el último de esta legislatura, es que la realidad política representada en el Hemiciclo nada tiene que ver con la realidad política de la actualidad. La impresión se extiende más allá, incluso, hasta considerar que este será el último debate de una época en la democracia española, pivotando en su mayoría entre dos fuerzas políticas, el Partido Popular y el PSOE. Si el bipartidismo ha muerto, este es el debate de Los Otros.

Ciertamente, es probable que en todos estos años de democracia en España, desde la muerte del dictador en 1975, no se haya vivido ni un momento similar al actual, por la incertidumbre de lo que haya de venir. Hasta ahora, con ciclos políticos bastante previsibles, siempre podía adivinarse la irrupción de una fuerza política mayoritaria. Siempre se seguía el mismo proceso, el triunfo de un partido en las elecciones municipales y autonómicas era el presagio certero de la llegada a la Moncloa de un nuevo líder.

Ocurrió primero con la Unión de Centro Democrático, la fórmula política precisa que encontró la sociedad española para garantizar una Transición modélica, y a partir de entonces, desde 1982 hasta 2011, el mismo proceso de relevo se ha repetido con el PSOE y el Partido Popular. Hasta ahora. La crisis económica y los casos de corrupción han provocado el deterioro conjunto de los dos grandes partidos políticos, que es lo insólito del momento. El bipartidismo ha dejado de funcionar porque la oposición no sólo ha dejado de rentabilizar el desgaste del Gobierno, sino que, además, lo comparte. Y junto a ellas dos, comienzan a naufragar las fuerzas políticas minoritarias, contaminadas por la descalificación general de lo conocido, Izquierda Unida fundamentalmente pero también otras.

Es ahí, en ese desgaste del esquema político tradicional, donde encaja la irrupción en las expectativas electorales de Podemos, en primer lugar, y de Ciudadanos, más recientemente. El fenómeno de Podemos, ya analizado en otras ocasiones, se explica bien por haber arrebatado al PSOE su arma electoral más poderosa, el ‘voto útil’. De repente, buena parte del electorado de izquierda ya no mira al PSOE como la opción política más eficaz para apear del poder a un Gobierno de centro derecha, sino que considera que es una nueva fuerza política, Podemos, la que puede garantizarle el cambio deseado.

El problema fundamental para calibrar con exactitud el alcance de Podemos, a partir de esa evidencia, es que las elecciones andaluzas, que son las primeras que se celebran, no sirven para extrapolar ningún resultado de la izquierda al resto del país, por la enraizada hegemonía socialista en Andalucía, como tampoco servirán las elecciones municipales y autonómicas porque Podemos ha prescindido de ellas, por lo general. Ocurre también que, como se detecta ya en las encuestas, Podemos ha dejado de crecer, con lo que es posible pensar en un progresivo retroceso o estancamiento hasta llegar a las elecciones generales en noviembre próximo, o incluso en el primer trimestre de 2016. Y saben bien los de Podemos que este ciclo electoral es decisivo para consolidarse como fuerza hegemónica de la izquierda en España, que es su objetivo.

 El bipartidismo ha dejado de funcionar porque la oposición no sólo ha dejado de rentabilizar el desgaste del Gobierno, sino que, además, lo comparte

El principal beneficiado del estancamiento de Podemos es Ciudadanos, como se está viendo ya. Y si ocurre así es porque los electores del centro derecha que comparten el cansancio del bipartidismo con los de izquierda, parecen haber encontrado en Ciudadanos una salida política que no les causa ninguna inquietud. Dicho de otra forma, un votante tradicional de centro derecha hastiado de la corrupción y decepcionado con el Gobierno del PP lo que no va a hacer nunca es votar a Podemos, pero sí puede satisfacer sus deseos de ‘voto de castigo’ optando por Ciudadanos, que no le causa ninguna incertidumbre.

Se explica así la preocupación creciente del Partido Popular ante el avance de Ciudadanos, ya que de consolidarse ese avance puede acabar con sus expectativas de recuperación de muchos de sus antiguos votantes que, hasta ahora, se inclinaban por la abstención. Si en el PP todas las esperanzas están depositadas en recuperar a sus votantes a medida que se vaya consolidando las mejoras económicas, el fortalecimiento de Ciudadanos distorsiona todas sus estrategias y previsiones.

En consecuencia, ni el Partido Popular de la actualidad es el que venció de forma arrolladora en 2011, acumulando más poder que ningún otro partido en democracia, ni el PSOE es ni sombra de lo que ha sido en las últimas tres décadas, ni Izquierda Unida puede garantizarse que sobrevivirá al empuje de Podemos, ni UPyD puede certificar otra cosa que su condición de fuerza minoritaria, que no saldrá de ahí.  Ni uno, ni otro, ni otro… Y ahora, pónganle un nombre a este debate del Estado de la Nación que parece eso, un guión de Amenábar.

En la primera escena, la cámara capta un primer plano del discurso del presidente del Gobierno en la tribuna del Congreso. Progresivamente, pasa a un plano general en el que todos los diputados, taciturnos, están sentados en sus escaños. Todo parece normal hasta que el espectador repara en la poca luz de las escenas; en realidad, todo está en penumbra. Puertas y ventanas cerradas para que no entre en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo ni un solo rayo de luz del exterior. “Lo único que se mueve aquí es la luz, pero lo cambia todo”, susurra al oído de su compañero uno de los diputados. Se oye el crujir de una puerta de bisagras oxidadas y un grito sobrecogedor a lo lejos. “A veces, el mundo de los muertos se mezcla con el de los vivos”.

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