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Si Günter Grass hubiera sido franquista
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Javier Caraballo

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Si Günter Grass hubiera sido franquista

¿Qué habría ocurrido en España si uno de los nuestros, un escritor sublime, un premio Nobel, un hombre querido y respetado, hubiera confesado lo mismo, pero con respecto al franquismo?

Foto: El escritor alemán Günter Grass. (EFE)
El escritor alemán Günter Grass. (EFE)

Que se ha muerto Günter Grass, y con él se ha ido una duda sin resolver, como si fuera el humo que se pierde en la habitación de la última pipa que se llevó a la boca. Que se ha muerto Günter Grass, que tan cerca se sentía de España, a quien tan cercano se le sentía en España, y la duda que sigue reconcomiéndose en la cabeza tiene que ver sólo con aquello que dijo una vez, que confesó, y que provocó una convulsión sísmica en su figura de referente moral de nuestros tiempos: “Milité en las juventudes hitlerianas. Tras la derrota de Stalingrado, Goebbels arengaba: ‘¿Queréis ir a la guerra total?’, y todos gritábamos ‘sí’. Yo tenía 15 años. (…) Es cierto que mientras duró la instrucción como artillero de tanqueno supe nada de los crímenes de guerra salidos a la luz más tarde, pero esa ignorancia declarada no podía empañar el reconocimiento de haber sido pieza de un sistema que planeó, organizó y ejecutó el asesinato de millones de personas”.

¿Qué habría ocurrido en España siuno de los nuestros, un escritor sublime, un premio Nobel, un hombre querido y respetado, hubiera confesado lo mismo, pero con respecto al franquismo? Esa es la duda. Y como al escritor alemán le gustaba colocar a la sociedad ante su propio espejopara que se mirase las arrugas, está bien que pensemos ahora en eso, como despedida; qué hubiera ocurrido si Gunter Grass fuera franquista. ¿Cuántas veces, cuánta gente, habría pedido, por ejemplo, que se le retirase el Premio Príncipe de Asturias?

Günter Grass era el muchachito que se encandilaba con la exaltación nacionalista de la superioridad de la raza alemana y de un nuevo resurgir del país

La duda, en sí misma, está muy alejada del cualquier reproche o resentimiento tardío hacia Günter Grass por haber participado de aquella locura colectiva que fue el nazismo, aupado hasta el gobierno por las urnas, como se recuerda siempre. Los pueblos, también en una democracia, son libres hasta de inmolarse en disparates que sólo conducen al desastre. Ese riesgo lo seguimos viendo hoy, aunque nada se pueda comparar, más que conceptualmente, a aquella tragedia de la humanidad que fue la Alemania nazi.

Günter Grass era el muchachito que se encandilaba con la exaltación nacionalista de la superioridad de la raza alemana y de un nuevo resurgir del país, que se encendía con los discursos incendiarios de agravios contra los otros, como justificación de todos los problemas, como excusa de todos los excesos, y lo interesante de su biografía, al final, es que, aunque tarde, se acabó sincerando con la historia y confesó todo aquello que adoró ciegamente. Purgó su pasado en un libro y la inmensa mayoría de la gente supo perdonarlo.

Haber pertenecido a las SS de Hitler no empañaba que, muchos años después, se afiliara al Partido Socialdemócrata alemán y que se convirtiera en una referencia de la izquierda en toda Europa. Es la grandeza moral que hay que reconocer en quien, sin haber matado a nadie, sin haber conocido nunca qué estaba sucediendo de verdad en los campos de exterminio, asume la culpa de haber sido una “pieza de un sistema que planeó, organizó y ejecutó el asesinato de millones de personas”. Nadie solicitó tras sus confesiones, en 2006, que le retirasen el Nobel de Literatura, ni ninguna de las otras muchas condecoraciones y premios recibidos por todas partes, como el Príncipe de Asturias. Ayer, ante su cadáver, toda la clase política alemana lloró su pérdida, su voz, y destacó su figura artística y humana, como un luchador incansable por la paz y por la democracia, la tolerancia y el respeto.

El franquismo, y todos los que participaron, aunque sólo fuera por el simple hecho de haber pertenecido a aquellas generaciones, sigue embarrado

¿Habría sido igual? Claro que no. Si Günter Grass hubiera sido español y franquista, si lo hubiera confesado hace unos años, el resto de sus días no los habría pasado, serenamente, reconfortado e incómodo a la vez (“Viviré con esto hasta el final de mis días”, dijo en alguna entrevista), en la tranquilidad de su casa. Pintadas y pancartas, mociones plenarias y manifiestos, habrían reclamado que fuera despojado de todo reconocimiento. El franquismo, y todos los que participaron en la dictadura, aunque sólo fuera por el simple hecho de haber pertenecido a aquellas generaciones, sigue embarrado, ennegrecido, sin posibilidad alguna de rescatar y mucho menos dereconocer figuras y obras, repartidas por toda España, que nada tienen que ver con las atrocidades de la dictadura.

Sin llegar a grandes nombres, tan sencillo como que alguien, en cualquier pueblo, pueda hablar orgulloso de su abuelo desconocido, que fue franquista convencido y que durante toda su vida no hizo otra cosa que desvivirse por sus vecinos. La ‘Memoria Histórica’ que impulsó el zapaterismo ha sido el último rejón de cainismo que olvidó aquella sentencia máxima con la que Azaña cerró la tragedia, “Paz, piedad y perdón”. Pero ese resentimiento, que aquí a veces parece imperecedero, que incluso sigue siendo rentable en las urnas cuando llegan unas elecciones, porque se invoca siempre en algún mitin, algún día tendrá que darle paso al simple reconocimiento de los errores que nunca más debemos repetir.

Se ha muerto Günter Grass y dos días antes, en Cuba, el presidente Obama estrechaba la mano de Raúl Castro con un mensaje que parece hecho para hilvanarlos a ambos; la necesidad imperiosa de superar el pasado para avanzar, sin olvidar jamás lo sucedido. “Los dos hemos concluido que podemos estar de acuerdo en estar en desacuerdo. Y podemos llevarlo a cabo con respeto, con educación. Hemos demostrado que podemos pasar página. Francamente, no estoy interesado en disputas que empezaron antes de que yo naciera”, dijo Obama. Pues eso. Digamos con Eduardo Galeano, otro muerto de ayer, “¿qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible?”.

Que se ha muerto Günter Grass, y con él se ha ido una duda sin resolver, como si fuera el humo que se pierde en la habitación de la última pipa que se llevó a la boca. Que se ha muerto Günter Grass, que tan cerca se sentía de España, a quien tan cercano se le sentía en España, y la duda que sigue reconcomiéndose en la cabeza tiene que ver sólo con aquello que dijo una vez, que confesó, y que provocó una convulsión sísmica en su figura de referente moral de nuestros tiempos: “Milité en las juventudes hitlerianas. Tras la derrota de Stalingrado, Goebbels arengaba: ‘¿Queréis ir a la guerra total?’, y todos gritábamos ‘sí’. Yo tenía 15 años. (…) Es cierto que mientras duró la instrucción como artillero de tanqueno supe nada de los crímenes de guerra salidos a la luz más tarde, pero esa ignorancia declarada no podía empañar el reconocimiento de haber sido pieza de un sistema que planeó, organizó y ejecutó el asesinato de millones de personas”.