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Javier Caraballo

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Vuelve al PP por Navidad

¿Qué ambiente social iba a ser más favorable que Navidad para un partido que, sin saber por qué, desarrolla contra sí mismo una aversión natural, como un sarpullido?

Foto: Mariano Rajoy durante la cena de Navidad del PP en Madrid en 2014. (EFE)
Mariano Rajoy durante la cena de Navidad del PP en Madrid en 2014. (EFE)

La Navidad es el último refugio. Y esa es precisamente la novedad, que nadie hasta ahora había reparado en la Navidad como un recurso político, una época favorable para el discurso, el momento adecuado para colocar las urnas. Nunca, en todos estos años de democracia en España, se han celebrado elecciones en Navidad porque nadie había considerado siquiera el mes de diciembre como un mes hábil para la política, más allá de los plenos soporíferos de los presupuestos y los discursos impostados de grandeza de los presidentes autonómicos. Hasta ahora que los gurús del Partido Popular han descubierto que es en diciembre donde la piel del ciudadano le es más favorable. O por mejor decir, la época del año en la que el ciudadano muestra más disposición a la ternura, al reencuentro, a la nostalgia. ¿Qué ambiente social iba a ser más favorable para un partido que, sin saber por qué, desarrolla contra sí mismo una aversión natural, como un sarpullido?

“Diciembre es el mes del año en el que los ciudadanos están menos cabreados, y eso nos puede venir bien en este momento”, afirma un alto dirigente del Partido Popular cuando se indagan las razones por las que, finalmente, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acabará convocando las elecciones generales el 13 de diciembre, como ya adelantó hace unas semanas El Confidencial. ¿Diciembre? ¿En plena Navidad? ¿Mientras la gente va sorteando cenas de empresa, comprando regalos y abrazando cuñados? Pues sí, justo ahí, cuando nadie está pensando en política es cuando el Partido Popular considera que es el momento adecuado para convocar unas elecciones generales. “La paga extra, el sorteo de Navidad, las vacaciones, el reencuentro de la familia, la nostalgia… El espíritu de la Navidad hace que los ciudadanos, de forma general, tengan una predisposición emocional distinta, diferente a la que tienen en el resto de meses del año. Por eso, aunque nadie ha convocado elecciones en diciembre, para el Partido Popular, en las actuales circunstancias, la Navidad es el mejor mes del año para convocarlas”, concluye su explicación el mandamás del Partido Popular que razona, al término de una cena filipina, la decisión final de convocar elecciones el 13 de diciembre. “Eso, claro, siempre pendiente del presidente, que es quien tiene la última y la única palabra”, acaba aclarando.

La paga extra, el sorteo de Navidad… El espíritu de la Navidad hace que los ciudadanos tengan una predisposición emocional distinta

Navidad electoral, por tanto, para intentar contrarrestar esa otra inclinación natural, sociológica, que existe en España para odiar a la derecha. O la capacidad que tiene la derecha para hacerse odiar, según interpretaciones. La cuestión objetiva, sea cual sea el análisis sobre el origen, es que la derecha política en España carece de la aureola de disculpas que siempre envuelve a la izquierda. Con el Gobierno actual es especialmente visible esa antipatía, como han apreciado incluso varios dirigentes del Partido Popular. ¿Sería posible una Angela Merkel en España, con la aceptación que tiene en Alemania? Esa es la pregunta que se hacen constantemente los del Partido Popular cuando repasan los números de su líder, Mariano Rajoy, en los índices de valoración, siempre por los suelos. Y piensan: “En ningún otro lugarun presidente que ha sacado al país de la quiebra y del abismo, tendría la desconsideración que se tiene de Rajoy en España”.

Es verdad que existen razones objetivas, que incluso compartirán ellos mismos, para explicar la falta de empatía del actual Gobierno, los fallos de comunicación o los incumplimientos ante su propio electorado, pero nada de ello justificaría las oleadas de antipatía que levanta ese partido. Ni la corrupción, en sí misma, ni los recortes sociales, por sí solos, ni las traiciones del programa electoral, por descontado, pueden explicar el declive del Partido Popular para pasar de la abultada mayoría absoluta conseguida en 2011 hasta la raquítica victoria que le pronostican los sondeos en la actualidad, acaso insuficiente incluso para formar gobierno.

Navidad electoral, por tanto, para intentar contrarrestar esa otra inclinación natural, sociológica, que existe en España para odiar a la derecha

¿Por qué el Partido Popular genera una antipatía que va más allá de lo conocido en la política española? Si Rajoy nunca ha aparecido ante la sociedad como el dirigente ungido por la historia, como lo fue Adolfo Suárez; si Rajoy no ha sido nunca, ni será, el político de raza que fue Felipe González, que levantaba pasiones en los mítines; si Rajoy no ha tenido nunca, ni la tendrá, la empatía de presidentes como Zapatero; si no tiene, siquiera, la solidez política que acabó construyéndose José María Aznar; si nada de eso se le puede atribuir como líder político, tampoco es menos cierto que Rajoy se ha enfrentado como presidente del Gobierno a la situación económica más crítica vivida por España en todo este tiempo de democracia. Y la ha solventado con las cifras macroeconómicas que ofrece España en la actualidad y que nadie imaginaba hace tan sólo un año.

Sin embargo, nada de eso se traduce en rentabilidad política, electoral, porque la antipatía ambiental parece una manta que todo lo cubre. De ahí, la Navidad. Como si el Partido Popular, rendido ante la evidencia, hiciera una invocación a la ternura, una vez que da por perdida la batalla política y social. Campaña electoral entre mantecados, turrones y mazapanes. Frutas escarchadas de azúcar en los discursos y confetis de fiesta en los mítines. Y todo con un único objetivo sociológico que el Partido Popular maneja como una pócima mágica para exorcizar el maleficio de la antipatía: diciembre es el mes del año en el que los ciudadanos están menos cabreados. Ya se les puede imaginar cantando, con el soniquete del turrón, “vuelve, al PP vuelve, por Navidad”.

La Navidad es el último refugio. Y esa es precisamente la novedad, que nadie hasta ahora había reparado en la Navidad como un recurso político, una época favorable para el discurso, el momento adecuado para colocar las urnas. Nunca, en todos estos años de democracia en España, se han celebrado elecciones en Navidad porque nadie había considerado siquiera el mes de diciembre como un mes hábil para la política, más allá de los plenos soporíferos de los presupuestos y los discursos impostados de grandeza de los presidentes autonómicos. Hasta ahora que los gurús del Partido Popular han descubierto que es en diciembre donde la piel del ciudadano le es más favorable. O por mejor decir, la época del año en la que el ciudadano muestra más disposición a la ternura, al reencuentro, a la nostalgia. ¿Qué ambiente social iba a ser más favorable para un partido que, sin saber por qué, desarrolla contra sí mismo una aversión natural, como un sarpullido?

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