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Confieso que he robado
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Javier Caraballo

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Confieso que he robado

Si algo demuestra el carácter sistémico y global de la crisis económica y financiera que hemos padecido, que aún arrastramos, es que todo el mundo habla de ella como un 'tsunami'

Foto: El 15m sale a la calle en Madrid bajo el lema "Fuera mafia, hola democracia". (EFE)
El 15m sale a la calle en Madrid bajo el lema "Fuera mafia, hola democracia". (EFE)

Fue justo al salir del banco. El martes pasado. Me lo tropecé en la acera y me invitó a un café. “Ya veo que vienes de pagar impuestos”, me dijo. “Qué remedio”, contesté. “Ya es una rutina mensual. Este mes toca trimestre de IVA y el segundo plazo del IBI…”. Sonrió al oírme. “Ven que te cuente mi vida -dijo-, que hace tiempo que no nos vemos: Ya no soy quien era; he cambiado. Te confieso que he robado, pero ahora te lo explico todo porque la historia es larga de contar”. Si decimos que la vida es un pañuelo, las aceras de una calle populosa de cualquier ciudad, de cualquier pueblo, son una ruleta rusa con posibilidades restringidas de no tropezarte con alguien conocido. Como este hombre de hoy, que ha sobrepasado los 55 y, justo en ese umbral, viene a confesar que ya no es el tipo recto y escrupuloso con la legalidad que había sido siempre. “Eso ya es pasado; la crisis me ha cambiado y ahora me he convertido en aquello que nunca pensé: ser ilegal”.

En la barra del bar pide dos cafés y en una servilleta comienza a trazar líneas que describen el colapso al que llegó, como un círculo vicioso en el que quisiera resumir su vida. Su perfil profesional, como el de tantos otros, es el de un autónomo con un negocio propio, una pequeña tienda, en la que trabaja de lunes a sábado, de enero a diciembre. “Siempre me he defendido, nunca me he quejado, tiraba para adelante. Y siempre he llevado a gala estar al tanto de todos los impuestos, ser una persona legal, porque esa es mi convicción. Cuando venían mal dadas, me recortaba de algunos gastos y tiraba para adelante. Lo que no me esperaba -dice- es lo que ha ocurrido con esta crisis”.

Es curioso, pero si algo demuestra el carácter sistémico y global de la crisis económica y financiera que hemos padecido, que aún arrastramos, es que todo el mundo habla de ella como un 'tsunami'. Se le pueden oír las mismas palabras a un bróker de Wall Street y a un pequeño comerciante de un pueblo de Sevilla, como este hombre, porque los dos han sentido lo mismo, han experimentado lo mismo: una fuerza superior que lo arrasaba todo.

La ecuación ciudadana de esta crisis es imposible de cuadrar para la mayoría: a salarios más bajos, impuestos más caros; a más paro, servicios más caros

Lo que, según explica, le ha ocurrido con la crisis, lo que no se esperaba de él mismo, es que acabara con un profundo desencanto y aversión de la clase política. “Se puede resistir a una crisis, se puede salir adelante, pero si encima te echan una mano al cuello las administraciones, entonces es imposible: te ahogas. Y eso es lo que ha ocurrido, que cuando peor lo estaban pasando los ciudadanos, más han subido los impuestos de todas las administraciones. Los locales, los autonómicos y los nacionales”.

En Andalucía, donde vive este comerciante, se pagan los impuestos más elevados de Europa, como se pone de manifiesto cada año, cuando se hace recuento de los impuestos autonómicos y aparecen en cabeza Cataluña y la comunidad andaluza. Y es verdad, también, que en el pueblo en el que reside, Alcalá de Guadaíra, en la provincia de Sevilla, el Ayuntamiento ha ido sumando subidas de impuestos locales, al compás de lo que marcaba el Gobierno de la nación para compensar la caída de los ingresos y paliar el déficit municipal.

De hecho, en los presupuestos generales del Estado de 2016 se incluye una revisión catastral que supondrá una nueva subida del IRPF, del IBI y de la plusvalía municipal, entre otros. “A todo eso -añade-, súmale la subida de algunos servicios básicos, como la electricidad o el suministro de agua. ¿Quién soporta eso?”, dice. La ecuación ciudadana de esta crisis económica es, ciertamente, imposible de cuadrar para la mayoría: a salarios más bajos, impuestos más altos; a más paro, servicios más caros.

Cada vez que un dirigente repite que estamos saliendo de la crisis gracias a los ciudadanos, hay un hombre que replica que ha sido a costa de los ciudadanos

¿Hace falta una espoleta para que todo estalle? ¿Algún elemento más para completar el hartazgo? Del bolsillo saca un recorte de periódico, con la noticia del alcalde de su ciudad, Antonio Gutiérrez Limones, investigado por el Tribunal Supremo, al estar aforado como senador socialista, por participar en el escándalo de una empresa municipal que, según la Guardia Civil, ha financiado hasta los viajes del regidor, con su familia, a Eurodisney. La Guardia Civil hablaba de “prácticas mafiosas” para mantener y ocultar aquella ‘caja b’ desde la que se financiaban todo tipo de gastos. La retahíla de delitos que se citan es común a otros muchos casos de corrupción: cohecho, malversación, falsedad documental y tráfico de influencias. En el proceso aún intentan calcular a cuánto ha podido ascender el fraude en esa empresa municipal, Alcalá Comunicación Municipal, liquidada en 2013 con un agujero de casi medio millón de euros. “¡Joder! ¡Si es que dicen que el alcalde pagó con dinero municipal hasta la mesa de ping pong que le regaló a su hijo en el cumpleaños!”, exclama irritado.

La base sociológica de la que se compone en España la desafección política que aparece en las encuestas está hecha de hombres y mujeres como este hombre, cansados, agotados, exprimidos, cabreados. Cada vez que un dirigente político repite que estamos saliendo de la crisis gracias a los ciudadanos, en algún rincón de España hay un hombre, una mujer, que replica malhumorado que no ha sido gracias a los ciudadanos sino a costa de los ciudadanos. “Pensé que nunca llegaría a esto, pero desde hace varios meses he decidido romper con mis principios y cada trampa que pueda hacer para pagar menos, la hago. En el contador de la luz, en el del agua, en los impuestos y en la hipoteca del banco, que no presta la más mínima atención a quien solo pide que lo escuchen, que lo ayuden. Así que ya me ves, lo que te decía. He cambiado: Confieso que he robado”.

Fue justo al salir del banco. El martes pasado. Me lo tropecé en la acera y me invitó a un café. “Ya veo que vienes de pagar impuestos”, me dijo. “Qué remedio”, contesté. “Ya es una rutina mensual. Este mes toca trimestre de IVA y el segundo plazo del IBI…”. Sonrió al oírme. “Ven que te cuente mi vida -dijo-, que hace tiempo que no nos vemos: Ya no soy quien era; he cambiado. Te confieso que he robado, pero ahora te lo explico todo porque la historia es larga de contar”. Si decimos que la vida es un pañuelo, las aceras de una calle populosa de cualquier ciudad, de cualquier pueblo, son una ruleta rusa con posibilidades restringidas de no tropezarte con alguien conocido. Como este hombre de hoy, que ha sobrepasado los 55 y, justo en ese umbral, viene a confesar que ya no es el tipo recto y escrupuloso con la legalidad que había sido siempre. “Eso ya es pasado; la crisis me ha cambiado y ahora me he convertido en aquello que nunca pensé: ser ilegal”.

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