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La última batalla del ‘Padre Coraje’
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Javier Caraballo

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La última batalla del ‘Padre Coraje’

Francisco Holgado va a emprender ahora la lucha definitiva para que la investigación no se entierre y se olvide entre carpetas polvorientas de un juzgado de Jerez de la Frontera

Foto: El 'Padre Coraje' Francisco Holgado. (Javier Caraballo)
El 'Padre Coraje' Francisco Holgado. (Javier Caraballo)

La noche que lo iban a matar, Juan Holgado estaba en el lugar de otra persona. El cadáver que encontró un taxista en la gasolinera a las cinco de la madrugada y cosido a puñaladas tenía su cara, su pelo, su cuerpo, y se le había borrado su sonrisa. Era el cadáver de Juan Holgado pero no era él quien esa noche tenía que estar allí, sino otro compañero de trabajo, Bernardino, que, a última hora, pidió que lo sustituyeran. “Llevaba tres días con el turno de noche –recuerda su padre, Francisco Holgado- y ese día le tocaba descansar. Pero lo llamaron por teléfono y le cambiaron el turno; una noche más en la gasolinera.

Él era un joven activo, nada remolón; pero ese día, cuando llegó la hora, la madre lo tuvo que llamar varias veces: ‘Juan, que vas a llegar tarde’. Parecía que en su interior tenía el remordimiento de lo que le iba a pasar”. Pasadas las cuatro de la madrugada, llegaron a la gasolinera cuatro o cinco tipos. Juan Holgado no quería problemas. Se acercaron al mostrador y le pidieron algunas bagatelas, un tetrabrik de zumo, un paquete de tabaco… Cuando se volvió hacia la estantería a coger algún producto, le clavaron la primera puñalada. Luego otra y otra. Treinta y tres puñaladas de diferentes manos y distintas armas.

Era la madrugada del 22 de noviembre de 1995. Parece que el destino cuando se tuerce, ya nunca más logra enderezarse. Y a la fatalidad de que, a última hora, a Juan Holgado le cambiaran el turno de trabajo, le siguieron otras muchas, en cadena, en forma de desastres en la investigación, chapuzas inexplicables durante 20 años que conducen hasta el 22 de noviembre del pasado año que marca la prescripción judicial del delito. Teóricamente, ya no hay nada que hacer, caso cerrado.

Quedan otras doce huellas más que no se han identificado aún. Esa es la última batalla del ‘padre Coraje’, que se analicen con el delito ya prescrito

Pero aquel joven que encontraron en la gasolinera, cosido a puñaladas, era el hijo del ‘Padre Coraje’, y con la misma fuerza que hace veinte años empezó a pedir justicia, Francisco Holgado va a emprender ahora una última batalla, quizá definitiva, para que la investigación no se entierre y se olvide entre carpetas polvorientas de un juzgado de Jerez de la Frontera. “Yo no me voy a rendir –dice Francisco Holgado a El Confidencial-. La investigación ha sido una mierda desde el principio, pero ahora que, después de tanto tiempo, se ha identificado una huella, no voy a parar hasta que se identifiquen todas las demás”.

Cuando encontraron el cadáver de Juan Holgado, en la gasolinera había rastros de sangre por todas partes, incluso en el tetrabrik de zumo que le habían pedido, encontraron una huella dactilar. Se encontró una pequeña medalla de un signo del zodiaco, Virgo, que se le había caído a uno de los que participaron en el asesinato de Juan Holgado, y hasta una huella de sangre en el pomo de la puerta, que desapareció en la bayeta de una limpiadora. La escena del crimen estaba plagada de muestras que podrían conducir a los asesinos pero, inexplicablemente, no se obtuvo ninguna pista fiable.

Hallazgos veinte años después

Tan extraño es todo que no ha sido hasta pasado veinte años, cuando la Guardia Civil, que no ha participado en la investigación del suceso hasta en ese momento que se lo encargó el juez del caso, ha identificado una de las huellas que se encontraron en la gasolinera. Pertenecía a un tipo que nunca había sido citado, un delincuente habitual, Agustín ‘El gata’, que había fallecido muchos años antes, en 2006, cuando se encontraba en la prisión de Huelva, encarcelado por otro delito. Nueva decepción, una más de la cadena de infortunio.

Los únicos avances significativos en la investigación se produjeron cuando Francisco Holgado decidió infiltrarse él mismo, disfrazado, en las bandas de delincuentes y drogadictos de Jerez, en un intento desesperado por encontrar pruebas. Fue entonces cuando, al conocer lo que había hecho, su ejemplo sobrecogió a toda España y Francisco Holgado comenzó a ser conocido en todo el mundo como ‘el Padre Coraje’. “Yo veía que la investigación no avanzaba, nada de nada. Estaba parado y yo no podía quedarme de brazos cruzados”, recuerda aún Francisco Holgado.

Pero tampoco las grabaciones que realizó mientras estuvo infiltrado en bandas delincuentes condujeron a ninguna pista fiable. Dos juicios y dos absoluciones por falta de pruebas de las únicas personas que se han sentado en el banquillo, Pedro Asencio, Francisco Escalante, Domingo Gómez y Manuel Sañudo. La huella identificada por la Guardia Civil era la que estaba en el tetrabrik de zumo, pero quedan otras doce huellas más que no se han identificado aún. Esa es la última batalla del ‘padre Coraje’, conseguir que se analicen e identifiquen aún cuando el delito ya ha prescrito.

En septiembre pasado, cuando faltaba poco para prescribir el delito, Francisco Holgado emprendió una marcha a pie desde Jerez hasta Madrid para exigir que reabrieran el caso, que no lo dejaran morir con la prescripción. “Durante todo el trayecto –dice Holgado- me iba encontrando con gente a la que le ocurría lo mismo que a mí o conocía casos similares. De la misma forma que los delitos de asesinato de terrorismo no prescriben, tampoco estos casos deberían prescribir. Y habrá cientos de casos sin resolver. Pero se le da carpetazo a los veinte años, y se olvidan para siempre”. En la Asociación Nacional de Víctimas de Delitos Violentos, que reúne muchos de esos casos, se añade que “cuando la Justicia es rápida y eficiente, es razonable la prescripción del delito. Pero cuando la Justicia es lenta, solo sirve para dar derechos a los autores de los delitos y para generar indefensión en las víctimas”.

Quedamos en un café para charlar en Jerez de la Frontera, cerca de la gasolinera donde ocurrieron los hechos. “Nos vemos junto a la rotonda de mi chiquillo, en el bar que está en una esquina”, dice Francisco Holgado y hasta la expresión misma conmueve, “la rotonda de mi chiquillo”, por la ternura y el dolor que lleva dentro. Al llegar, se adentra en la rotonda, coloca bien algunas velas que el viento ha volcado, las flores, y se queda mirando la cara de su hijo asesinado. “Más inocente que mi chiquillo no había nadie. Era un chaval fuerte, porque jugaba al fútbol, pero no tenía maldad ninguna…”

Antes de despedirnos, le he preguntado si le queda alguna acción por emprender, después de haber organizado marchas, manifestaciones, encierros, cortes de carretera, huelgas de hambre, pintadas, panfletos, entrevistas por medio mundo… Francisco Holgado se queda pensando un instante y al final sólo dice: “Algo queda, sí, algo queda…” Lo deja ahí, no dice más. Cuando le veía alejarse, montado en su bicicleta, la frase seguía colgada en el ambiente, como un extraño eco. ¿Qué le puede quedar a este hombre que lo ha intentado todo? Cualquiera puede temer que lo que le queda por hacer no se puede confesar.

La noche que lo iban a matar, Juan Holgado estaba en el lugar de otra persona. El cadáver que encontró un taxista en la gasolinera a las cinco de la madrugada y cosido a puñaladas tenía su cara, su pelo, su cuerpo, y se le había borrado su sonrisa. Era el cadáver de Juan Holgado pero no era él quien esa noche tenía que estar allí, sino otro compañero de trabajo, Bernardino, que, a última hora, pidió que lo sustituyeran. “Llevaba tres días con el turno de noche –recuerda su padre, Francisco Holgado- y ese día le tocaba descansar. Pero lo llamaron por teléfono y le cambiaron el turno; una noche más en la gasolinera.

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