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Con entierros bonitos no se gana una guerra
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Javier Caraballo

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Con entierros bonitos no se gana una guerra

La tendencia siempre es la de minusvalorar el problema; se le resta importancia y trascendencia para evitar mayores complicaciones. Con el Estado Islámico está ocurriendo

Foto: Homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas en Bruselas. (Reuters)
Homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas en Bruselas. (Reuters)

La única actividad antiterrorista que se desarrolla en Europa con respaldo unánime y una coordinación perfecta es la organización de los entierros. El ‘protocolo de condolencias’ establecido se despliega detrás de cada atentado con una precisión envidiable, en la que cada actor sabe perfectamente el papel que tiene que desarrollar. En Inglaterra o en Holanda, en Alemania y en España, en Grecia o en Francia; las diferencias se olvidan y todo el mundo despliega un protocolo de condolencias unánime: discursos políticos cargados de rabia democrática y emotividad por las libertades conquistadas; ramos de flores en las aceras y velas encendidas sobre el asfalto formando corazones; banderas a media asta en todas las ciudades, minutos de silencio en la puerta de las instituciones y un grito unánime de solidaridad que recorre todas las calles, porque lo van proclamando los periódicos, las radios, las televisiones: “Todos somos…” y se añade el nombre de las víctimas, en este caso “Tous sommes la Belgique” o “Je suis Bruxelles”. En esa organización, no hay diferencias; todos a una: los mejores entierros, los más emotivos, los organiza Europa. El único problema es que con entierros bonitos no se gana una guerra. Y estamos en guerra.

Miles de ciudadanos belgas homenajean a las víctimas de los atentados

Asumirlo así, que estamos en guerra, tendría que constituir el primer paso de esta lucha una vez que existe ya una corriente generalizada que ha dejado de considerar el Estado Islámico como un grupo terrorista más. Como se ha puesto aquí de manifiesto en otras ocasiones, tras otros atentados como el de esta semana de Bruselas, uno de los principales ‘agujeros negros’ de la guerra contra el Estado Islámico, de los muchos que existen y se destapan tras cada masacre, es la mera definición de lo que nos está ocurriendo. Ha ocurrido así a lo largo de la historia, acaso porque la dificultad mayor del hombre consiste en algo tan elemental como poder reconocer cuál es el problema real al que se enfrenta, los riesgos que conlleva, el sacrificio que le exige para afrontarlo y superarlo.

La tendencia siempre es la de minusvalorar el problema; se le resta importancia y trascendencia para evitar mayores complicaciones. Con el Estado Islámico está ocurriendo así y a veces ese intento de infravaloración del fenómeno se detecta en cuestiones que pueden parecer sutiles, como la tendencia generalizada de los gobiernos a utilizar la palabra ‘Daesh’ en vez de Estado Islámico con el argumento de que, de esta forma, no se les concede la capacidad de ser, realmente, un Estado. Pero sabemos que el Estado Islámico, si por algo se diferencia de un grupo terrorista, es porque su principal objetivo es conquistar territorios y someterlos a la dictadura del fanatismo islámico. El terrorismo es, en este caso, la estrategia de guerra utilizada por la potencia invasora. Como ha recalcado en El Confidencial Jorge Dezcallar, “el Estado Islámico no es un grupo terrorista como otros sino un grupo insurgente que utiliza el terrorismo para lograr sus fines: traer el mundo el triunfo del islam”. Llamarlo ‘Daesh’, como quieren algunos gobiernos, puede conducir al autoengaño o a la interpretación equivocada del verdadero problema: estamos ante el mayor desafío de la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.

La ‘declaración de guerra’ está en las Constituciones de todos los países (en España, en el artículo 63.3) y los principios asumidos como causas de guerra, 'casus belli', incluyen los actos de terrorismo, además de otros que también se pueden detectar en cada ofensiva del Estado Islámico: “Agresión al territorio, bienes o patrimonio de los ciudadanos; amenaza evidente sobre el bien nacional; amenaza al orden interno; o invasión y ocupación de territorios”. Puede pensarse que, a fin de cuentas, la ‘declaración de guerra’ no es más que un acto formal, un trámite, y en cierta forma es así, sólo que ante la dispersión que existe en la actualidad y las dificultades de coordinación para combatir al Estado Islámico ese formalismo puede ser imprescindible para avanzar en todo lo demás.

La declaración de guerra es un acto formal que puede ser imprescindible para avanzar en todo lo demás

Si en Europa, por ejemplo, se comienza con la declaración formal de guerra contra el Estado Islámico por parte de todos los países que integran la Unión, se constituirá un ‘Frente Aliado’ al que deberán ir sumándose todos los demás estados que dicen condenarlo, incluidos algunos países árabes cuya colaboración sincera y decidida es fundamental para ganar esta guerra. ¿No repiten, sobre todo las autoridades francesas, que las masacres del Estado Islámico en Europa constituyen una "declaración de guerra"? Pues que los parlamentos de toda Europa lo reconozcan así y se impulse de una vez por todas la unidad de acción, de estrategias y de inteligencia, policiales y militares, políticas y sociales, sin la que jamás se doblegará al Estado Islámico.

El ‘protocolo de condolencias’ que sucede a cada ataque salvaje del Estado Islámico hay que entenderlo como lo que es, la reacción sincera de muchos ciudadanos que quieren alzar su voz contra la barbarie y mostrar su dolor y su solidaridad con las víctimas. No seré yo, desde luego, quien se burle de las velas encendidas y de los ramos de flores en las aceras, como si fueran un gesto de debilidad de una sociedad decadente. Son lo que son: un pésame social. Pero sucede que cuando se marchitan las flores y se apagan las velas y, al cabo de unos días o unas semanas, se limpian las aceras, no se pude pretender recuperar la normalidad como si nada hubiera pasado.

Estamos en guerra contra el Estado Islámico y lo primero que debemos saber es que esta guerra, si la ganamos, va a durar muchos años. Así que comencemos por el principio, declaración de guerra formal que empiece por dejar en evidencia a tanto imbécil como surge, sobre todo en España, con los eufemismos y las disculpas del terror, como si se tratara de una culpa compartida. Una ‘Declaración de Guerra’ que ya está, incluso, escrita de otras ocasiones: “Las fuerzas que tratan de esclavizar al mundo entero ya se están moviendo contra este hemisferio. Nunca antes ha habido un desafío tan grande contra la vida, la libertad y la civilización. El retraso invita a un peligro mayor. Los rápidos y unidos esfuerzos de todos los pueblos del mundo que están decididos a seguir siendo libres, asegurarán la victoria de las fuerzas de la justicia y del derecho del mundo sobre las fuerzas del salvajismo y de barbarie. Por lo tanto, le pido al Congreso el reconocimiento de un estado de guerra”. Lo escribió y proclamó Franklin D. Roosevelt el 11 de diciembre de 1941.

La única actividad antiterrorista que se desarrolla en Europa con respaldo unánime y una coordinación perfecta es la organización de los entierros. El ‘protocolo de condolencias’ establecido se despliega detrás de cada atentado con una precisión envidiable, en la que cada actor sabe perfectamente el papel que tiene que desarrollar. En Inglaterra o en Holanda, en Alemania y en España, en Grecia o en Francia; las diferencias se olvidan y todo el mundo despliega un protocolo de condolencias unánime: discursos políticos cargados de rabia democrática y emotividad por las libertades conquistadas; ramos de flores en las aceras y velas encendidas sobre el asfalto formando corazones; banderas a media asta en todas las ciudades, minutos de silencio en la puerta de las instituciones y un grito unánime de solidaridad que recorre todas las calles, porque lo van proclamando los periódicos, las radios, las televisiones: “Todos somos…” y se añade el nombre de las víctimas, en este caso “Tous sommes la Belgique” o “Je suis Bruxelles”. En esa organización, no hay diferencias; todos a una: los mejores entierros, los más emotivos, los organiza Europa. El único problema es que con entierros bonitos no se gana una guerra. Y estamos en guerra.

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