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¡Que vienen los comunistas!
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Javier Caraballo

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¡Que vienen los comunistas!

En el franquismo, a los niños se les enseñaba que los comunistas eran seres maléficos. Casi medio siglo después, la misma invocación sigue sirviendo en una campaña electoral como discurso político

Foto: Los líderes de Podemos, Pablo Iglesias (i), y de Izquierda Unida, Alberto Garzón (d), celebran un encuentro ciudadano tras el preacuerdo electoral. (EFE)
Los líderes de Podemos, Pablo Iglesias (i), y de Izquierda Unida, Alberto Garzón (d), celebran un encuentro ciudadano tras el preacuerdo electoral. (EFE)

En los estertores del franquismo, a Santiago Carrillo le mandaron un emisario a París para que lo fuera sondeando. “Verá usted que los comunistas no tenemos ni cuernos ni rabo como el demonio”, le dijo Carrillo al enviado del franquismo, Nicolás Franco Pasqual del Pobil, sobrino del dictador, hijo único del almirante Nicolás Franco Bahamonde. El encuentro, lógicamente, fue secreto, pero los pocos que lo conocían cruzaron los dedos porque no sabían muy bien qué podía ocurrir cuando se encontraran, frente a frente, la bestia negra del franquismo y el influyente sobrino del dictador. “Don Santiago, yo nunca he creído esas cosas de los comunistas. Me consta que son personas educadas, correctas y bienintencionadas”, le contestó Nicolás Franco. Luego le explicó que, por encargo del príncipe Juan Carlos, para el que trabajaba y con el que se iba a cazar rinocerontes, estaba sondeando a algunos de los líderes de la clandestinidad del régimen, fundamentalmente comunistas y socialistas.

Bien sabía Carrillo que en el franquismo a los niños se les enseñaba que los comunistas eran seres maléficos, y que esa impresión diabólica era la única imagen que se tenía en España de los rojos. Lo curioso es que casi medio siglo después, la misma invocación siga sirviendo en una campaña electoral como discurso político. Con lo que Carrillo, si viviera, podría contestarle hoy lo mismo a un enviado de Rajoy, cuando alertan en todos los discursos con la llegada de los comunistas, más allá incluso de Podemos, como si fueran la prueba definitiva de la maldad oculta en ese partido. “¡Que vienen los comunistas!”, se desliza en todos los mensajes del Partido Popular con una clara llamada a lo que pueda quedar grabado en el tejido sociológico español de la represión franquista contra 'los rojos'. Tanto fue que cuando se estrenó en España ‘Yellow Submarine’, de los Beatles, la censura tuvo serios problemas para digerirla porque los malos de la película eran los 'Blue Meanies', los Malvados Azules, y aquello chirriaba en un régimen construido, como todos, sobre pilares de miedo atroz, mensajes infantiles y propaganda constante.

Los comunistas que venían del franquismo son los que más lucharon por la democracia y los que más sacrificaron en la reconciliación

Bien es cierto que la mayoría de los comunistas de aquella época, los que sobrevivieron al franquismo y se adentraron luego en la democracia española, nada tienen que ver con mucho niñato gamberro que pulula ahora por las filas del Partido Comunista, sin más ideología que el odio, ni con otros diletantes que se dicen de extrema izquierda y que solo viven de la provocación y de la falsa adoración a otras dictaduras en las que no vivirían jamás. Los comunistas que venían del franquismo, los auténticos comunistas, son los que más lucharon por la democracia y los que más sacrificaron en la reconciliación. Porque eran ellos quienes mejor podían entender la necesidad de que en España nunca más pudiera volver el infierno que a ellos les tocó vivir. Esos comunistas, los comunistas que conozco, a los que adoro, no son reemplazables por nada, porque, desde el principio, se saben derrotados y ansiosos de victoria. Viven en esa contradicción y quien se acerca a ellos acaba comprendiendo que no se les puede achacar para rebatirlos los exterminios de Stalin, las masacres de Mao, los fusilamientos de Castro o los delirios sangrientos de los Jemeres Rojos, igual que no le reprocharías a un cura de barrio las cruzadas de la Guerra Santa, las barbaridades de la Inquisición o la pederastia de un purpurado.

Un comunista es pertinaz en la creencia y en la equivocación: “El comunismo es una teoría político científica por desarrollar. Ni en la URSS, ni en Cuba, ni en China ,ni en Corea… El comunismo está por aplicar”, me decía uno de mis amigos comunistas, José Antonio Barroso, con una convicción ciega que mueve a la ternura. Ser comunista es asumir la historia de un fracaso y seguir soñando con la posibilidad de cambiar el mundo. Por eso, un comunista no se repone nunca de haberlo sido, incluso de haberse equivocado, de saberse equivocado. Un comunista no espera nada, nada para él, ninguna satisfacción personal. Un comunista recela del poder, porque hasta el poder le parece insuficiente cuando lo conquista, porque el poder genera frustración, contradicciones, impotencia. Y solo es capaz de encontrar consuelo en una 'boutade' como la de mi amigo, cuando piensa que, en realidad, el comunismo no ha fracasado porque nunca ha podido aplicarse.

Si vienen los comunistas, lo único que hay que vigilar es que no vengan niñatos violentos ni provocadores profesionales. Que lo vigilen los propios comunistas

Por eso, si vienen los comunistas, lo único que hay que vigilar es que no vengan niñatos violentos ni provocadores profesionales. Que lo vigilen los propios comunistas, ahora que acarician el ‘sorpasso’ con el que siempre ha soñado Julio Anguita. Que lo vigilen comunistas cabales como él, o como Antonio Maíllo, el líder de Izquierda Unida en Andalucía. Que no les arrebaten la esencia de ser comunistas, de soñar con una sociedad mejor, más justa. Como decía Simón Sánchez Montero, una de las referencias del Partido Comunista de la clandestinidad durante el franquismo, miembro del Comité Central del PCE desde 1954, que no es poca cosa. Cuando se acabó la guerra, al poco lo detuvieron, precisamente en Sevilla, y anduvo de prisión en prisión 30 años. Como era pausado, honesto y soñador, contaba que, en una ocasión, uno de los policías que lo torturaban le dijo, al verlo: “¿Cómo puede ser usted comunista?”. Y él le contestó: “Muy sencillo: yo lucho para que, en el futuro, nadie pueda hacerle a usted lo que usted me está haciendo ahora a mí”. Pues eso.

En los estertores del franquismo, a Santiago Carrillo le mandaron un emisario a París para que lo fuera sondeando. “Verá usted que los comunistas no tenemos ni cuernos ni rabo como el demonio”, le dijo Carrillo al enviado del franquismo, Nicolás Franco Pasqual del Pobil, sobrino del dictador, hijo único del almirante Nicolás Franco Bahamonde. El encuentro, lógicamente, fue secreto, pero los pocos que lo conocían cruzaron los dedos porque no sabían muy bien qué podía ocurrir cuando se encontraran, frente a frente, la bestia negra del franquismo y el influyente sobrino del dictador. “Don Santiago, yo nunca he creído esas cosas de los comunistas. Me consta que son personas educadas, correctas y bienintencionadas”, le contestó Nicolás Franco. Luego le explicó que, por encargo del príncipe Juan Carlos, para el que trabajaba y con el que se iba a cazar rinocerontes, estaba sondeando a algunos de los líderes de la clandestinidad del régimen, fundamentalmente comunistas y socialistas.

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