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Margallo y el fiasco de Gibraltar
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Javier Caraballo

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Margallo y el fiasco de Gibraltar

Los primeros que se dieron cuenta de que al Ministerio de Exteriores había llegado un político encantado de situarse en el centro de la polémica fueron las autoridades gibraltareñas

Foto: Foto: Reuters.
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Recién llegado al Ministerio de Exteriores, José Manuel García-Margallo se fue a estrenar el cargo a Estrasburgo con una de las bravuconadas con las que luego iría salpicando toda su gestión. En los pasillos se encontró con un eurodiputado conservador británico que se le acercó para felicitarle. Margallo tenía las cámaras de televisión delante y aquello fue demasiado, como una pelota botando en el área. Así que se lanzó: “¡Gibraltar español!”, le dijo. El eurodiputado británico, entre sorprendido y abrumado, solo alcanzó a responderle, “ya hablaremos de eso…”. Los titulares de prensa se llenaron con ese grito antiguo, recurrente, visceral y baldío, y lo que no alcanzábamos a ver entonces es que lo importante de la anécdota era que el ministro Margallo nos estaba avanzando que lo fundamental de su gestión era el despliegue de carácter. Y para lo que nos iba a servir la bravuconada era para, cuatro años después, mirar hacia ese conflicto antiguo, esa frustración enquistada, y comprobar cuáles han sido los resultados.

De hecho, los primeros que se dieron cuenta de que al Ministerio de Exteriores de España había llegado un político encantado de situarse en el centro de la polémica fueron las autoridades gibraltareñas. Un ministro de Exteriores que se le va la fuerza por la boca debe ser lo contrario a la discreción y el rigor diplomático. Así que se pusieron manos a la obra para aprovecharse de la fuerza inútil del contrario. La mayor ofensiva de Gibraltar contra España se ha vivido en estos cuatro años y el resultado desolador es que Gibraltar está más lejos hoy de la soberanía española de lo que ha estado nunca. No porque en todos estos siglos atrás haya habido alguna posibilidad real de recuperar la Roca, sino porque las autoridades gibraltareñas han aprovechado el ministerio de Margallo para avanzar en todos los campos para su reconocimiento internacional.

Las autoridades gibraltareñas han aprovechado el ministerio de Margallo para avanzar en todos los campos para su reconocimiento internacional

Podemos fijarnos en dos aspectos que siempre han sido controvertidos, que España siempre ha sabido bloquear con más o menos eficacia: el reconocimiento de las aguas territoriales de Gibraltar y su aceptación, como miembro de pleno derecho, en organismos internacionales deportivos. Lo más reciente sucedió hace unas semanas, en México, cuando la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) admitió como nuevos miembros a Kosovo y a Gibraltar. "Son raras las ocasiones en las que Gibraltar puede ponerse en pie para dirigirse al mundo entero. Ha sido un largo camino para llegar a ser miembro de la FIFA. Ha sido fantástico", dijo enfático ante la asamblea del fútbol el representante gibraltareño, sabedor de la importancia fundamental que tiene este primer paso para la aceptación de Gibraltar en otras competiciones deportivas. Por la misma razón, lo que resulta difícil de explicar es que España no haya podido hacer nada para evitarlo. No solo eso, sino que la votación se saldó con 172 votos a favor y 12 en contra. Esa es la dimensión del fracaso cosechado por España: por goleada.

Es lo mismo que ocurrió en el verano de 2013, cuando Gibraltar decidió crear un arrecife artificial, justo en uno de los caladeros más utilizados por los pescadores españoles. Si hay algo que se exprese con nitidez en el Tratado de Utrecht, por el que España cedió a Inglaterra la soberanía sobre Gibraltar, es que en esa cesión no entran las aguas territoriales, que siguen perteneciendo a la Corona española. Pues nada, con la excusa de la “regeneración de la fauna marina”, los gibraltareños arrojaron al mar aquel verano 70 enormes bloques de hormigón.

La polémica descomunal entre los dos países acabó en la Unión Europea porque España 'exigía' al Reino Unido que retirase el hormigón, que reparase el daño causado y que, solo entonces, se podría volver a negociar sobre los problemas de Gibraltar. Pero cuanto más amenazaba España, más chulos se ponían en Gibraltar. “El infierno se congelará antes de que el Gobierno gibraltareño retire alguno de esos bloques”, le dijo Fabian Picardo, ministro principal de la Roca, a la BBC. ¿Y qué pasó? Pues como en la FIFA, otra batalla perdida por goleada. A mediados de abril pasado, Fabian Picardo realizó un viaje oficial a varias instituciones de Cádiz y en alguno de sus discursos recordó la polémica del arrecife para remarcar que la Unión Europea dictaminó a favor de Gibraltar y que le concedieron la autoridad para actuar en esas aguas territoriales, como si le pertenecieran. Picardo, por cierto, se fue de gira oficial por Cádiz, con la complacencia del PSOE provincial, que para eso tiene a alguno de sus más veteranos dirigentes trabajando para el Gobierno gibraltareño a modo de 'lobby' de influencia.

Que Gibraltar gane a España un pleito tan decisivo en el seno de la propia UE, solo puede explicarse por el desastre de gestión del Ministerio de Exteriores

Que España no ejerza su influencia en un organismo como la Federación Internacional de Fútbol, hasta puede llegar a entenderse, pero que Gibraltar le gane un pleito tan decisivo en el seno de la propia Unión Europea, solo puede explicarse por el desastre de gestión del Ministerio de Exteriores. Lo curioso es que, a pesar del fiasco gibraltareño, el ministro Margallo sigue con la misma retórica bravucona con la que empezó.

En el último roce, cuando su colega británico Philip Hammond viajó hace unos días a Gibraltar para hacer campaña contra el Brexit, sin importarle un comino lo que pensara el Gobierno español, el ministro Margallo volvió a incendiar el ambiente con un duro comunicado que, a la vista de la realidad, de lo que está pasando, de lo que va ganando Gibraltar, resulta un penoso ejercicio de patetismo político: repite el ministro que Gibraltar es “un vestigio colonial", además de un "anacronismo histórico”, que "destruye la unidad nacional”, con lo que lo único que debe tratarse es la “restitución de la integridad territorial española, amputada con la presencia de la colonia en su territorio". En definitiva, otra vez “¡Gibraltar español!” como único discurso político; como si nada hubiera pasado a su alrededor.

En la última década han estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores dos políticos que son polos opuestos. Hemos pasado del buenismo insustancial de Moratinos a la literatura épica y bravucona de Margallo. Lo desolador, por la importancia que tiene la política de Exteriores en un país serio, es comprobar los resultados de ambas en un conflicto como el de Gibraltar, en el que se reflejan con mucha claridad. Se mira ese espejo y se comprueban los resultados. Se trata solo de elegir entre lo malo y lo peor.

Recién llegado al Ministerio de Exteriores, José Manuel García-Margallo se fue a estrenar el cargo a Estrasburgo con una de las bravuconadas con las que luego iría salpicando toda su gestión. En los pasillos se encontró con un eurodiputado conservador británico que se le acercó para felicitarle. Margallo tenía las cámaras de televisión delante y aquello fue demasiado, como una pelota botando en el área. Así que se lanzó: “¡Gibraltar español!”, le dijo. El eurodiputado británico, entre sorprendido y abrumado, solo alcanzó a responderle, “ya hablaremos de eso…”. Los titulares de prensa se llenaron con ese grito antiguo, recurrente, visceral y baldío, y lo que no alcanzábamos a ver entonces es que lo importante de la anécdota era que el ministro Margallo nos estaba avanzando que lo fundamental de su gestión era el despliegue de carácter. Y para lo que nos iba a servir la bravuconada era para, cuatro años después, mirar hacia ese conflicto antiguo, esa frustración enquistada, y comprobar cuáles han sido los resultados.

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