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El problema está en el islam (y nadie lo dice)
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Javier Caraballo

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El problema está en el islam (y nadie lo dice)

No es prevención lo que hace falta, sino algo previo; antes que aumentar las medidas de seguridad, es necesario, es urgente, ponernos de acuerdo en las definiciones

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Cada atentado del Estado Islámico acaba con un silencio inquietante en el que nos ahogamos: es la certeza que todos tenemos de que acaba de comenzar la cuenta atrás para el siguiente atentado. Lo sabemos bien porque la secuencia de lo que acabamos de oír es idéntica a la anterior. Ya se han llenado las aceras de velas y de flores, que la gente va dejando cuando pasa por el lugar de la masacre, y los testimonios de los testigos detallan la confusión inicial, cuando no sabían muy bien qué estaba ocurriendo, hasta que vieron cómo caía gente, abatida por los disparos.

Un testigo cuenta que, presa del pánico, se tiró al suelo, que estaba lleno de sangre, que no sabía si era suya o de los cadáveres de su alrededor, que pudo alcanzar la puerta y escapar. Aparecen mensajes de WhatsApp de gente aterrorizada que se despide de sus familiares y el padre o la madre del terrorista cuenta que era un chico muy religioso, atormentado, pero que nunca pensaron que podría ocurrir algo así. Estaba fichado por la Policía pero nunca hubo motivos para detenerlo y acusarlo de terrorismo. Ya está muerto, porque se inmoló, y nada importa sobre lo que pudo ser y no ha sido.

Se van contando los muertos, uno, dos, tres, cuatro…, y esa cuenta es la misma que ha comenzado en todo el mundo para el siguiente atentado; la aldea global tiene una pistola en la sien y el tambor va girando, como en la ruleta rusa, hasta que suene de nuevo el gatillo de un terrorista islámico. ¿Es impotencia? ¿Falta de previsión política? ¿Fallos policiales? Si la impotencia se define por la imposibilidad que existe para impedir un nuevo atentado, incluso calcado de los anteriores, desde luego que no hay otra palabra que lo defina. Por lo demás, lo esencial no es la falta de previsión o los fallos policiales, porque nunca será posible prevenir un atentado de esta naturaleza en el que un tipo, cegado por el odio religioso, se hace con una pistola, entra en un bar y mata a una decena de clientes antes de pegarse él mismo un tiro mientras grita “¡Ala es grande!” No es prevención lo que hace falta, sino algo previo; antes que aumentar exponencialmente las medidas de seguridad, es necesario, es urgente, ponernos de acuerdo en las definiciones. Saber a qué nos enfrentamos y dónde se origina el problema.

No es prevención lo que hace falta, sino algo previo; antes que aumentar exponencialmente las medidas de seguridad, es necesario saber a qué nos enfrentamos

A lo que nos enfrentamos, como se ha insistido en otras ocasiones, es a una amenaza global, mundial, que debe ser considerada como tal: la Tercera Guerra Mundial que se parece a la precedente en la existencia de un fanatismo que quiere someter al mundo. Las palabras son importantes, fundamentales, en estos momentos y la consideración del fenómeno terrorista islámico como el enemigo a batir en una guerra mundial es esencial para que la lucha contra el Estado Islámico esté coordinada y, sobre todo, para que todos los países se vayan sumando al bloque aliado, sin medias tintas de consideraciones políticas o religiosas que acaben deteriorando la lucha contra el terror. En esta Tercera Guerra Mundial, como ya está suficientemente experimentado, el pánico más efectivo no es el enfrentamiento de dos batallones en un campo de batalla o el bombardeo de una ciudad, mientras suenan las sirenas y los ciudadanos corren a los refugios antiaéreos.

Con menos medios militares, se consigue un pánico mayor en todo el mundo. Un ‘lobo solitario’, que entra en una discoteca de Europa o de Estados Unidos, provoca una onda expansiva de terror que sacude todo el planeta. De hecho, a diario, o casi a diario, ese mismo terrorismo comete atentados, a veces incluso más sangrientos, en los países que tienen sometidos o que intentan someter, pero nunca tienen el efecto propagandístico del terror cometido en la apacible terraza de un bar en cualquier país desarrollado y con democracias asentadas.

Una vez definido el concepto, determinación del origen: el problema está en el islam. Si cuesta trabajo consensuar que estamos ante una Tercera Guerra Mundial, y actuar como tal, lo que no se oirá por ninguna parte después de un atentado como este último de Estados Unidos es que el problema está en el islam. Pero es así, y lo repetiré una vez más: el problema está en el islam. Léase bien, porque al afirmar que el origen de todo 'está' en el islam lo que excluye de forma consciente es que alguien pueda pensar que el problema 'es' el islam.

El problema está en el islam, lo que excluye de forma consciente es que alguien pueda pensar que el problema 'es' el Islam

A lo largo de la historia, el fanatismo religioso ha sido el veneno más efectivo para pudrir las conciencias y desatar el terror. El problema del islam es que, mientras que hace siglos que otras religiones han olvidado las guerras santas, entre los musulmanes siguen estando presentes. Son, por tanto, los propios musulmanes los que deben combatir el cáncer del yihadismo que les ha nacido dentro y son los propios estados islámicos los que deben avanzar hacia una mayor apertura del islam. Para ello, es urgente que se establezca, como primer paso, la separación definitiva de Iglesia y Estado, que el islam desaparezca como fundamento del derecho en esos países. La primera consecuencia, la más inmediata, debe ser el restablecimiento de los derechos de la mujer, con la prohibición expresa de signos externos como el burka.

No es admisible, ni concebible, que el resultado de las primaveras árabes sea la radicalización de los gobiernos. No es admisible, ni concebible, que países como Turquía estén transitando desde una mayor apertura hacia una mayor intransigencia. No es admisible, ni concebible, que países como Arabia Saudí gocen del favor de Occidente por su potencial económico, mientras someten a su población a una cruel tiranía que pisotea a diario los derechos humanos. No es admisible, ni concebible, que en las democracias occidentales se siga tolerando, bajo el falso pretexto de la tolerancia, signos de sometimiento y radicalismo religioso.

Hace años que la idea del ‘multiculturalismo’ ha fracasado; uno de los últimos estertores fue la Alianza de Civilizaciones de Zapatero. La salida no está en seguir mirando para otra parte, ni en ponerle eufemismos a la realidad, ni en llenar las aceras de velas y de flores después de cada atentado hasta convertir el dolor en un espectáculo mutimedia. Una vez más: el problema está en el islam y lo que está ocurriendo supone ya una nueva guerra mundial. Uno de los mayores expertos en la materia, el pensador italiano Giovanni Sartori (es especialmente recomendable su libro ‘La sociedad multiétnica: pluralismo, multiculturalismo y extranjeros’), contempla lo que está ocurriendo con una mezcla de impotencia, indignación y ánimo de derrota porque observa, desde sus más de 90 años, que no nos ponemos de acuerdo ni siquiera en lo esencial, que es el peligro real que corremos. “Occidente y sus valores están en peligro porque no se está dando una respuesta adecuada al fundamentalismo islámico (…) Aparte del componente militar, que es importante, pero secundario, es una guerra que se gana o se pierde en casa. Se vence si sabemos reaccionar ante la pérdida intelectual y moral en que hemos caído. Y se pierde si dudamos o nos olvidamos de nuestros valores que dan fundamento a nuestra civilización ético-política. ¿Y cómo acabará? Veremos: este es un mundo que se está suicidando”.

Cada atentado del Estado Islámico acaba con un silencio inquietante en el que nos ahogamos: es la certeza que todos tenemos de que acaba de comenzar la cuenta atrás para el siguiente atentado. Lo sabemos bien porque la secuencia de lo que acabamos de oír es idéntica a la anterior. Ya se han llenado las aceras de velas y de flores, que la gente va dejando cuando pasa por el lugar de la masacre, y los testimonios de los testigos detallan la confusión inicial, cuando no sabían muy bien qué estaba ocurriendo, hasta que vieron cómo caía gente, abatida por los disparos.

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