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Inglaterra y Cataluña, el patriotismo de los ricos
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Javier Caraballo

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Inglaterra y Cataluña, el patriotismo de los ricos

Lo que nunca se ha entendido, lo que jamás se debe compartir, es que esa singularidad se quiera aprovechar para obtener ventajas económicas sobre los demás pueblos

Foto: Nigel Farage y Boris Johnson, políticos que sí son graciosos. (Reuters)
Nigel Farage y Boris Johnson, políticos que sí son graciosos. (Reuters)

“Cuando alguien quiere comer aparte, es porque quiere comer más”. A veces, para desmontar el populismo y la demagogia, lo más eficaz es una réplica de lo mismo, como la mancha de la mora del refrán. Hace ya años que José Bono soltó aquella frase cuando el nacionalismo catalán comenzó a ponerle reparos a la convivencia autonómica, bien es cierto que jaleado por su partido, el PSOE, que como siempre ha ocurrido en la democracia española, nunca ha tenido inconveniente alguno cuando estaba en la oposición en agitar el modelo territorial para desestabilizar al Gobierno.

Lo dijo José Bono y no era el único que lo pensaba, también Albert Boadella dijo, más o menos por la misma época, hace 14 años o así, con Aznar de presidente, que “¡son los ricos los que se quieren largar de la familia!”. Y las dos cosas son verdad, por eso el nacionalismo catalán es un nacionalismo con apellido, un nacionalismo de ricos. Lo mismo que está ocurriendo ahora con Inglaterra y el Brexit, que puede acabar rompiendo el propio Reino Unido, además de la Unión Europea.

Cuando se habla de un nacionalismo con apellidos, lo que no se pone en cuestión, desde luego, es la identidad de pueblo de Inglaterra o de Cataluña; eso es evidente y no resulta contradictorio con lo anterior. Podemos, incluso, aceptar, en el caso español, que los catalanes tienen más identidad de pueblo que los habitantes de otras regiones. Por tanto, nadie discute que una comunidad como Cataluña tenga rasgos diferenciales como pueblo con respecto a las demás comunidades españolas, fundamentalmente por la lengua, porque la historia de España, por muy manoseada que se presente por los supuestos historiadores catalanistas, es una historia común, con las vicisitudes propias de una de las naciones Estado más antiguas de Europa.

Lo mismo le ocurre a Inglaterra, una nación a la que la geografía ha cincelado durante siglos un carácter distinto, acorde a su insularidad. Ramón Pérez de Ayala, que fue embajador en Londres durante la República, dejó escrito: “Se ha dicho que, además de ser Inglaterra una isla, cada inglés es una isla". Parece darse a entender con esto que lo más saliente de Inglaterra, entre naciones, y de un inglés, entre hombres, es el orgullo, y en cuanto a las relaciones internacionales, lo que un político inglés denominó el "espléndido aislamiento”.

Existen, por tanto, motivos sobrados para respetar la singularidad de unos y otros, con lo que ese no es el problema. Lo que nunca se ha entendido, lo que jamás se debe compartir, es que esa singularidad se quiera aprovechar para obtener ventajas económicas sobre los demás pueblos. Eso siempre ha latido en el fondo de las reclamaciones, las de Cataluña en España o las del Reino Unido en la Unión Europea, y es ahora, justo ahora, cuando se quiere romper la baraja porque las ventajas que se han venido obteniendo ya no parecen suficientes.

Dicho de otra forma: aunque existan otros condicionantes, se puede afirmar que sin la severa crisis económica que se ha planteado, ni en Cataluña hubiera llegado la marejada independentista a estas alturas ni en Inglaterra hubiera salido adelante el referéndum del Brexit. No son, desde luego, los únicos ejemplos de nacionalismos ricos de Europa que se han agitado con la crisis; también en Italia, en Bélgica y en Holanda se pueden encontrar ejemplos recientes que tienen el mismo mensaje populista: “La independencia traerá una sociedad más próspera y más justa”.

Sin la severa crisis, ni en Cataluña hubiera llegado la marejada independentista a estas alturas ni en Inglaterra hubiera salido adelante el Brexit

El historiador y periodista británico Timothy Garton Ash escribía hace unos días un artículo de prensa que resume bien ese egoísmo latente en el nacionalismo de ricos. Decía: “Cuando [el Reino Unido] se unió a la Comunidad Económica Europa, en los primeros años setenta, lo hizo sobre todo como respuesta a un relativo declive económico y político. Su relación con lo que hoy es la UE, en general, ha sido más bien transaccional, en función de que la economía del continente fuera bien. Gran Bretaña ha sido, para ser sinceros, un amigo que ha querido estar solo a las maduras". Hasta que la crisis económica impuso serios recortes en las transferencias autonómicas, el nacionalismo catalán satisfacía sus pretensiones con cesiones constantes, que se cerraban en cada negociación de los Presupuestos Generales del Estado. Cuando llegaron los recortes, y la mala gestión autonómica de los gobiernos de la Generalitat disparó el déficit, el desempleo y el endeudamiento, la única salida política que se encontró fue la independencia abanderada con el insultante lema de “España nos roba”.

Reino Unido ha sido, para ser sinceros, un amigo que ha querido estar solo a las maduras

Ocurre, sin embargo, y este es otro curioso paralelismo entre Inglaterra y Cataluña, que el argumentario independentista se agota en la soflama, porque lo que todos ocultan es la enorme incertidumbre a la que están precipitándose. Por eso, lo mismo que en Cataluña los líderes soberanistas sostienen que la independencia de España no supondrá la salida de la Unión Europea, en el Reino Unido los partidarios del Brexit siguen prometiendo, igual que hacían en la campaña electoral, que podrán negociar un estatus especial en la Unión Europea que solo reporte ventajas, como, por ejemplo, tener pleno acceso al mercado común sin tener que aceptar la libre circulación de personas.

Por eso es tan importante poner coto al nacionalismo rico, en toda Europa, y colocarlo delante de sus propias contradicciones. Con la mayor contundencia por parte de quienes sí creen en el proyecto común europeo, pese a sus carencias, y piensan seguir adelante con la única fórmula lógica que tiene este continente para no quedar postergado en esta era de globalización. Pase lo que pase, deben tener claro que dentro de España y dentro de la Unión Europea se puede negociar todo, hasta el límite que marcan las leyes y la solidaridad, pero fuera ya no se puede negociar ninguna ventaja. Lo dijo muy claro el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker: “No habrá una nueva negociación. Reino Unido ha logrado lo máximo que podría conseguir, lo máximo que podíamos darle. Fuera es fuera”. Pues eso.

“Cuando alguien quiere comer aparte, es porque quiere comer más”. A veces, para desmontar el populismo y la demagogia, lo más eficaz es una réplica de lo mismo, como la mancha de la mora del refrán. Hace ya años que José Bono soltó aquella frase cuando el nacionalismo catalán comenzó a ponerle reparos a la convivencia autonómica, bien es cierto que jaleado por su partido, el PSOE, que como siempre ha ocurrido en la democracia española, nunca ha tenido inconveniente alguno cuando estaba en la oposición en agitar el modelo territorial para desestabilizar al Gobierno.

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