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El patetismo de los sindicatos
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Javier Caraballo

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El patetismo de los sindicatos

Para los sindicatos, ya se sabe, las manifestaciones y las huelgas son lo que los mítines de una campaña electoral a los partidos políticos: un método de reafirmación

Foto: Los sindicatos se manifiestan en Madrid por los recortes del Gobierno. (EFE)
Los sindicatos se manifiestan en Madrid por los recortes del Gobierno. (EFE)

La huelga general ha amanecido temprano en la legislatura. Para los sindicatos, ya se sabe, las manifestaciones y las huelgas son lo que los mítines de una campaña electoral a los partidos políticos: un método de reafirmación. Actos de musculación orgánica dirigidos a los militantes y protagonizados exclusivamente por los militantes. La sociedad, por lo general, se queda fuera, mira desde la puerta o se cambia de acera cuando escucha el tumulto; se limita a contemplarlos, a oírlos, pero rara vez acude a un mitin político en una campaña electoral o secunda decidida una huelga general.

Así las cosas, el dato de participación en una manifestación sindical o en un mitin político será siempre el resultado de una simple ecuación matemática: el número de participantes es igual al dinero invertido por las organizaciones convocantes en el alquiler de autobuses. La diferencia es bien apreciable cuando el fenómeno, la protesta, surge de abajo, de las calles, como un fuego de las aceras, y lo incendia todo. Ocurrió así en algunas de las grandes protestas del 15-M y, de forma extraordinaria, sucede con la aparición inesperada de líderes sociales que saben conectar con los problemas reales de la gente, como, por ejemplo, el médico de Granada Spiriman, que ha asombrado a todo el mundo. En los dos casos se puede distinguir perfectamente y se sabe, por multitud de detalles, que se trata de protestas que no están convocadas por ningún partido o sindicato.

Foto: Manifestación de CCOO en Madrid. (Efe)

Lo de los sindicatos es otra cosa, como los mítines. Unos y otros son actos en los que lo residual es el porcentaje de ciudadanos que acuden a la cita sin tener vinculación, directa o indirecta, con los convocantes. Los partidos políticos lo saben y, desde hace años, los mítines de una campaña electoral no son una llamada a la ciudadanía para que acuda sino que lo único que se busca es dirigir un mensaje de fortaleza interna. El lenguaje de símbolos está medido: siempre se buscará que el líder salga rodeado de los suyos, para trasladar un mensaje de unidad, cohesión y madurez; que en algún lugar destacado del escenario se coloque a los más jóvenes, para aparentar frescura y espontaneidad, y que el auditorio se llene de banderitas que se agitan continuamente con los colores, azules, rojos o morados, del partido político en cuestión.

¿Tiene algo que ver con los problemas cotidianos del personal o con los deseos y los miedos de la gente? En muchos casos, nada en absoluto, de forma que se pueden organizar grandes mítines o manifestaciones sindicales que, en realidad, le importan una higa al ciudadano. De grandes mítines electorales están hechas muchas sepulturas políticas, porque llegan las urnas y queda claro que todo aquello de la campaña electoral no era más que decorado, sin un respaldo social auténtico. La convocatoria de manifestaciones y de huelgas forma parte de lo mismo, un modelo de organización que sirve a los convocantes para la movilización interna, la motivación de sus cuadros y para enviarle a la sociedad un mensaje de fuerza y de unidad. Para lo que no debe servir es para el autoengaño de los convocantes hasta el punto de pensar que es la ciudadanía, la calle, la que acude a aplaudirles, agitando banderitas y blandiendo pancartas.

El objetivo es el de calentar el ambiente para que, en la primavera, la agitación previa pueda sustentar la convocatoria de una huelga general, el órdago mayor

Con el simple cálculo de que una legislatura en minoría del Partido Popular puede suponer una oportunidad de oro para recuperar protagonismo, los sindicatos han iniciado la legislatura volcando toda la madera en el caldero de la agitación social. En lo que llevamos de diciembre, ya se han convocado más de 60 manifestaciones en distintos puntos de España, una macromanifestación en Madrid, el pasado fin de semana, y para los días que quedan hasta final de año se sucederán otras sectoriales, por las pensiones o por la pobreza energética, en varias ciudades.

El objetivo declarado es el de calentar el ambiente para que, en el entorno de la primavera, la agitación previa pueda sustentar la convocatoria de una huelga general, el órdago mayor. Como ha reseñado el secretario general de UGT, “estamos en el inicio de un proceso de movilizaciones que servirán para sentar las bases de futuro”. Es decir, que la apuesta no tiene que ver con la coyuntura económica en sí, si no con la propia realidad de los sindicatos y con el papel que puedan jugar en el futuro. Por eso, las reivindicaciones de estas jornadas de protesta son tan etéreas, tan imprecisas. Desde “los límites impuestos por el Gobierno al diálogo social”, que es algo que solo preocupa a los sindicatos, hasta una retahíla de puntos comunes: “Más y mejor empleo, salarios dignos, pensiones suficientes y sostenibles, y una renta mínima contra la pobreza y la desigualdad”.

Las manifestaciones, cuando no son capaces de demostrar músculo y capacidad de movilización, se convierten en una ceremonia fúnebre

En definitiva, como se decía al principio, asuntos propios: son los sindicatos los que necesitan estas convocatorias de manifestaciones y de huelgas para reivindicarse a sí mismos. La tormenta que ha convulsionado en España el esquema clásico del bipartidismo, y que ha roto a la izquierda por la mitad, también ha afectado a los sindicatos tradicionales en España, corroídos por la falta de representatividad y por algunos sonados casos de corrupción. El único problema es que un fracaso en un calendario tan ambicioso de movilizaciones puede acabar enterrando a los sindicatos un poco más, en vez de al Gobierno del Partido Popular, que es el objetivo a batir.

Las manifestaciones, cuando no son capaces de demostrar músculo y capacidad de movilización, se convierten en una ceremonia fúnebre. Un ejercicio programado de patetismo. Y eso es lo que está ocurriendo, porque esta primera oleada de manifestaciones, incluyendo la principal protesta de Madrid, ha pasado totalmente inadvertida. “Habrá movilizaciones el tiempo que sea necesario, hasta que Rajoy sea capaz de negociar", dicen. ¿De verdad que se ven con fuerzas suficientes los dirigentes de UGT y de CCOO para mantener este ritmo de manifestaciones hasta que se doblegue el Gobierno? Y, sobre todo, ¿de verdad creen que eso es lo que más les conviene ahora para recuperar el prestigio perdido? La tormenta que ha arrastrado a UGT y a Comisiones Obreras al mismo pozo que a buena parte de la clase política española no se supera con protestas de catálogo que la clase trabajadora, desde hace mucho tiempo, dejó de contemplar como algo propio.

La huelga general ha amanecido temprano en la legislatura. Para los sindicatos, ya se sabe, las manifestaciones y las huelgas son lo que los mítines de una campaña electoral a los partidos políticos: un método de reafirmación. Actos de musculación orgánica dirigidos a los militantes y protagonizados exclusivamente por los militantes. La sociedad, por lo general, se queda fuera, mira desde la puerta o se cambia de acera cuando escucha el tumulto; se limita a contemplarlos, a oírlos, pero rara vez acude a un mitin político en una campaña electoral o secunda decidida una huelga general.

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